Me he pasado gran parte del día intentando percibir poderes, como Nain, o hablar con los animales, como Katya, pero lo único que ha resultado de todo esto es que Eliza y Calum han venido a reírse a carcajadas de mí y a llamarme de loca por intentar hacer conversación con un gusano.
— ¡Está loca!— ha dicho Eliza, corriendo detrás de Calum.— ¡Eleanor está loquísima!
Al final, he terminado por rendirme y me he ido a la biblioteca a espiar los libros de Jace Conner, pero ninguno parece tener la información que necesito.
Con la frustración a flor de piel y la irritación colándose por cada poro, decido que es hora de encerrarme en mi habitación, como si estar sola pudiera darme algunas respuestas. Sin embargo, no importa qué tanto piense, recuerde y memorice toda la información que tengo en mi cabeza, no consigo unir cabos sueltos. No consigo entender porqué mi madre me dijo todo eso.
La tarde es soleada, y el sol se oculta lentamente. Me siento en la cama, repasando los eventos del día. Las palabras de Eliza resuenan en mi cabeza. Quizás tiene razón. Quizás tanto rato en Divinity ha hecho que pierda la cabeza. Ya estoy comenzando a intentar descifrar qué tanto de lo que he vivido es real y qué no lo es.
Cuando cae la noche, noto un brillo suave y luminoso en la ventana. Las luciérnagas. Han venido a visitarme, sus luces titilantes danzan en la oscuridad, recordándome que soy una estúpida por siquiera querer hablar con ellas. Obviamente, no van a responder.
Soy ridícula. Todo esto es una ridiculez. Katya es mi mejor amiga. Creo que, si tuviera algún tipo de poderes, yo lo sabría.
Me levanto de la cama, frustrada, y hago mi camino hacia el balcón. El aire nocturno es fresco y el sonido de la noche está quieto. La brisa veraniega hace que mis pulmones se llenen de un aire limpio y relajante. Mis ojos se ajustan a la oscuridad y observo hacia abajo, justo al inicio de la cascada. Veo una silueta, pero no puedo reconocerla bien desde donde estoy.
Lo que sí reconozco es el sonido. Cuando agudizo el oído, llega a mí. Botellas chocando, sorbos, un suspiro de pesar.
Salgo de mi habitación rápidamente y comienzo a bajar las escaleras. Una vez fuera de la casa principal, veo que todavía hay personas de la aldea caminando de aquí para allá, todos metidos en sus propios asuntos.
Mis pies descalzos tocan la tierra y la piedra nada más salir, así que me muevo con lentitud una vez estoy fuera. Camino con cuidado, mis pasos resonando suavemente en la noche, el camino ya lo tengo memorizado por completo. Podría llegar hasta el inicio de la cascada incluso con los ojos cerrados.
A medida que me voy acercando, me percato de que reconozco la figura mucho más de lo que me gustaría. Jace Conner está sentado en uno de los enormes troncos, observando la cascada fijamente.
Un nudo se me hace en el estómago cuando observo su mano derecha. Sostiene una botella de alcohol, y hay otras tres botadas a su lado. Supongo que ese es el tintineo de vidrio que escuchaba arriba en el balcón.
Parece sumido por completo en sus pensamientos, mirando fijamente el agua que cae con fuerza y que probablemente salpica algunas cuantas gotas en su rostro.
Batallo conmigo misma sobre si acercarme o no. Por un lado, parece estar disfrutando de su soledad, y por el otro, pareciera que le haría bien que alguien le pregunte como se encuentra.
Justo cuando decido por darme la vuelta, él gira su rostro con delicadeza hasta que sus ojos atrapan los míos. Su mandíbula flexionada se relaja y su mirada se suaviza considerablemente una vez que esboza una pequeña sonrisita.
— Perdón— digo suavemente, con una mezcla de culpa por estar interrumpiendo su rato de soledad, aunque supongo que no lo siento en absoluto. En el fondo, cuando decidí venir a ver quien era, una pizca de emoción en mi interior latía con la esperanza de que se tratase de Jace Conner.
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LOS CREADORES DEL CAOS
FantasyEmery ama los secretos. Ama espiar a hurtadillas a su padre, adora escuchar las conversaciones que su hermano tiene con Katya, y sueña despierta con aquel lugar en el bosque de Aurora que nadie parece conocer. Emery ama los secretos. De hecho, los a...