26.

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Miedo. Es el miedo el que hace que cada segundo se vuelva una eternidad. Cada crujido, cada susurro, cada golpe se magnifica hasta convertirse en eso. En miedo. Puro. Simple. Hace que la piel se me erice, que cada parte de mi cuerpo esté en alerta máxima.

Miedo, pienso. Y sé de inmediato que la promesa que le hice a Jace no la podré cumplir. Porque estoy paralizada por el miedo primito que me acorrala. Me desespera. Abandono cualquier sentido de lógica y de razón y me quedo allí, de pie, mientras a mi alrededor todo se mueve en cámara lenta.

El cuchillo que tengo en mi muslo parece ser una mera decoración ahora. Por mi mente pasa la Eleanor del pasado. La Emery del pasado. Aquella que se sentía segura cuando iba al bosque porque sabía que iba a estar preparada, pero no parece haber rastro de ella ahora. 

Doy un profundo respiro, el aire frío de la cueva llenando mis pulmones, tratando de estabilizarme. Doy un paso adelante, pero mis piernas se han vuelto gelatinosas, como si apenas pudieran soportar el peso de mi propio cuerpo.

— ¡Eleanor!— grita Nain cuando una espada va directo a mi cabeza. Y no cualquier espada, sino la de Vincent. 

— ¡A la chica!— chilla él, mirando a sus soldados.— ¡Viva o muerta, la chica se queda con Vincent Conner!

Y aquellas palabras son todo lo que Jace parece necesitar para decapitar al hombre que está a punto de llegar hasta a mí, mientras que Nain le da un enorme empujón a Vincent que lo lanza hacia atrás sobre sus propios pies. 

Nain comienza a luchar con él, sus puños son lo suficientemente ágiles para no necesitar del apoyo de ningún arma. Un golpe en el estómago, uno en el rostro, otro por debajo del mentón, uno después del otro, inmovilizando a Vincent por unos segundos. Sin embargo, en esos segundos en los que el hombre palidece, el efecto de su poder no se esfuma de Selene, ni de Viktor, ni de Martin, y soy testigo entonces del momento en el que también coge a Nain de sorpresa, su ataque deteniéndose de golpe para fundir a Nain en la tortura profunda de su mente. 

— ¡Nain!— chilla Penny, intentando correr hacia él, pero unos cuantos soldados se interponen entre ella y su líder y sacan las armas. Penny tampoco necesita de mucha ayuda de las armas para pelear; sus puños son fuertes, sus músculos tensándose por debajo de su ropa cada vez que asesta un golpe. 

Se camufla por debajo de su ropa y por entre medio de las paredes, confundiendo a sus oponentes, tomándolos por sorpresa. Uno de ellos comienza a juntar sus manos en pequeños círculos del que se forma fuego y comienza a lanzar pequeñas bolas hacia ella, pero Penny las esquiva una a una. 

Fiora también junta sus manos, sus ojos de pronto volviéndose negros y una viscosidad negra materializándose en sus manos, opaca, oscura. Ella comienza a darle forma de manera ágil y rápida, solidificando la sustancia en una enorme roca frente a ella que estalla en millones de pedazos pequeños cuando asesta contra tres de los soldados de Vincent, cuyos cuerpos golpean con fuerza la pared de la cueva. Acto seguido, solidifica una pared que también lanza a tres guardias más, y una enorme espada con la que decapita a tres hombres seguidos. 

— ¡Joder, Fiora, te vas a agotar! ¡Detente!— le exige Jace, pero ella no parece querer hacer caso a lo que el líder está diciendo y sigue solidificando armas, paredes y rocas que para lanzar y defenderse. 

Jace, por su parte, hace uso de su espada para decapitar y asesinar a cualquiera que se le ponga en frente. A cualquiera que se me ponga en frente. Su espada no deja de cubrir mi cuerpo en ningún momento, sus músculos tensos por debajo de su ropa, su concentración digna de la de un soldado. Cada hombre que se acerca es derribado, cada hombre que se acerca termina muerto. La sangre salpica por todos lados, el suelo parece un verdadero campo de batalla. 

LOS CREADORES DEL CAOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora