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Vale, es oficial. Definitivamente he perdido mi oportunidad. No puedo salir de Divinity, no puedo hablar con mi padre, ni siquiera consigo aprender a defenderme bien con todo el entrenamiento que llevo con Nain. 

Han pasado dos semanas desde el ataque. Dos meses desde que llegué a Divinity, y a pesar de que la escena sigue alterando mis sueños y provocándome pesadillas, he hecho de todo para que nadie se dé cuenta de ello. He sonreído cuando me han preguntado como me siento, he fingido indiferencia cuando hablan de los guardias muertos, e incluso, cuando me invitaron a la reunión que tuvieron con Alaric para contarle lo que había ocurrido, he fingido que estaba más feliz por haber sido invitada que por haber salido con vida de ese lugar. 

Aún así, sigo pensando que todos piensan en mí como la muchacha frágil y débil que llegó del castillo, y tampoco es que les falte razón. Si hay algo que me persiga más que el hecho de que casi muero, es el hecho de que no hice nada para impedirlo. El hecho de que, mientras todos luchaban para defender a sus amigos, yo me quedé allí, de pie, con los brazos a los lados y sin decir palabra alguna. 

Quizás esa es la razón por la que, después de que pasan las dos semanas, comienzo a levantarme todos los días de madrugada para poder entrenar sin que nadie me vea. 

Primero, me aseguro de que todos están durmiendo. Agudizo el oído lo más que puedo hasta que me aseguro de que no hay nadie de pie ni en la casa principal ni en ninguna de las casas que están a un kilómetro a la redonda en la aldea. Luego, me visto, me pongo hago dos moños altos, y salgo disparada hacia la terraza para intentar luchar con el aire, lo que es increíblemente estúpido, porque no hay nadie allí para pegarme puñetazos como si fuera una batalla real. Aún así, aprovecho de mejorar mi técnica. 

Los tres primeros días me siento patética, casi avergonzada. Me imagino un sinfín de posibilidades, y todas ellas terminan en que alguien se ríe de mí por siquiera intentar ser más fuerte, por dar puñetazos al viento, por estar de madrugada con ninguna otra compañía además de las luciérnagas. 

Sin embargo, el cuarto día me digo a mí misma que necesito determinación si realmente necesito conseguir algo, me preparo mentalmente, y cuando salgo al exterior, me digo a mí misma que lo mejor que puedo hacer es practicar para intentar no morir la próxima vez que suceda algo similar. Bien saben los cielos que no podré depender siempre de los líderes de Divinity.

El quinto día las cosas son similares. Me visto, paso por al lado de la puerta de la habitación de Jace— a la que nunca he entrado,— luego paso por al lado de la habitación de Nain— a la que tampoco he entrado,— e incluso paso por al lado de la puerta de la habitación de Alaric— a la que, obviamente, no ingresa ni él porque nunca está. Soy tan sigilosa como un felino y tan cuidadosa como puedo serlo. 

Recorro la sala de estar de la sala, hago mi camino hacia la puerta, y me siento victoriosa cuando logro finalmente abandonar la casa para enfrentarme a mí misma en la batalla. Sin embargo, hay alguien esperándome incluso antes de que yo pueda llegar a la terraza.

Mis pies se arrastran de poco a lo largo del camino de piedra, la tierra sonando debajo de mis zapatos, el viento cubriendo mi cuello cuando me detengo justo al borde de la estructura circular, mis brazos cruzándose sobre mi pecho cuando noto la sonrisa en su rostro.

— ¿Qué haces aquí?— pregunto con fastidio. Fiora desciende un poco para ponerse frente a frente. 

— ¿Qué hago aquí? ¿Qué haces tú aquí, exactamente? Y no una, sino cinco noches. 

Trago saliva. Vale, creí que nadie en la aldea se daría cuenta, y he errado, pero, ¿qué mas da? Hasta donde tengo entendido, levantarse de madrugada no es un pecado aquí ni en ningún lugar de Isla Aurora. 

LOS CREADORES DEL CAOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora