7.

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Cuando despierto, lo primero que intento hacer es coger aire. Oxígeno. Necesito respirar. Necesito llenar mis pulmones. Me siento y rápidamente cojo una bocanada grande, pero lo único que consigo es marearme. Mi mano se dirige hacia mi cabeza, intento tranquilizarme, pero los recuerdos comienzan a llegar a borbotones.

Y entonces, cuando bajo la mirada hasta mi estómago...

— Mi herida—  logro decir apenas. 

— ¡Ay, niña! ¡Vuelve a acostarte, por favor!— dice una mujer que aparece de la nada. Bueno, no. De la nada no.

Me tomo unos minutos para observar el lugar en el que me encuentro. Estoy en una camilla. Definitivamente es una camilla. Y lo que es más extraño aún; estoy en una especie de...¿enfermería?

Mis ojos recorren la estancia en confusión. Lo último que recuerdo es mi penumbroso cuerpo intentando moverse por el bosque, y ahora, por alguna razón, me encuentro aquí, en un lugar que no conozco, frente a una mujer que nunca en la vida había visto.

Hay flores y plantas por doquier, entre medio de muebles, colgadas de estantes, cubriendo los libros que se alzan en el librero de al fondo de la habitación, llenando el lugar, paseando entre medio de algunas camillas. Flores de todos los colores existentes, de todas las formas, de todos los tipos. Flores, hierbas, y mucho, mucho olor a vegetación. 

La mujer intenta cogerme por los hombros para intentar lograr que me acueste, pero me quedo rígida, observando aquel lugar con detención. 

— ¡Nain!— chilla ella hacia afuera.— ¡Nain, ven a ayudarme!

Y entonces, caigo en la cuenta de que ya no tengo sangre en mi cuerpo. Ni en mis manos. Me miro la piel; estoy limpia. Limpia como si acabase de tomar un baño. Y mi cabello...enredo los dedos en él, pero ya no hay rastros de sangre seca ni de sudor. 

— ¡Nain!— vuelve a gritar aquella mujer una vez más. Le doy un rápido vistazo; tiene una figura regordeta, unos cachetes inflados, unos ojos de un color extraño...ámbar. Color ámbar. Lleva encima lo que parece ser una túnica de color celeste. 

¿Habrá sido ella quien me bañó? ¿Habrá sido ella quien me puso encima esta bata de dormir de color blanco? ¿Habrá sido ella quien peinó mi cabello y quien puso ese aceite aromatizado en mi cuerpo?

Recorro mi estómago con mis manos, puedo sentir la venda que lo cubre. Me duele moverme, pero lo hago de todas maneras. Dejo que mis pies descalzos avancen por la habitación, hasta que encuentro la ventana. Observo hacia afuera... gente. Mucha gente. Mucha, muchísima gente...

Y el entorno... es precioso, sacado de un libro de cuentos. Y las personas se ríen. Se ríen como si disfrutaran estar allí, como si vivieran la vida de manera feliz. Se ríen tanto que las conversaciones se vuelven susurros y las palabras se vuelven incomprensibles. 

Veo atisbos del exterior. Veo las casas construidas alrededor y en las cimas de los árboles. Cada rama tiene una casa, y casa casa es única, con balcones de madera, con ventanas con arcos, con techos puntiagudos y rodeadas de vegetación, abundante y vibrante. 

El rosa y el púrpura predominan en las flores, pero no significa que no hayan otros colores también. Hay de los conocidos, y de los que ni siquiera sabía que existían, cubriendo partes de los árboles, del suelo periférico, del pequeño río que refleja las altas construcciones en las montañas.

Todo está bañado por maravilla, por una luz suave que resalta los detalles de cada rincón. El pecho se me aprieta. Me da la sensación de estar soñando, de haberme caído por accidente en uno de esos cuentos que tanto me prohibían cuando era una niña.

LOS CREADORES DEL CAOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora