Doy vueltas en la cama, una y otra vez, y no consigo conciliar el sueño. Siento la brisa ingresando por la ventana, las cortinas ondeando, percibo el brillo de las luciérnagas, agudizo el oído para comprobar que, efectivamente, debo ser la única que está despierta. O al menos, si están despiertos, no se están moviendo.
Cierro los ojos con fuerza, luego vuelvo a abrirlos. No puedo. No puedo estar quieta, no puedo estar tranquila, no puedo dejar de pensar en ese calor que se arremolinó en mi estómago cuando Jace Conner curó mis heridas mientras no había nada más cubriendo mi cuerpo que una toalla.
Cojo una enorme bocanada de aire y me pongo de pie para caminar hacia el balcón. Sé que es tarde. Sé que debería estar durmiendo hace ya bastante rato, pero tengo la imagen allí, en mi mente, clavada en mi retina como si me la hubieran tatuado. Revivo la escena una y otra vez, e imagino el millón de posibilidades.
Lo odias, dice una voz dentro de mí. Detestas a Jace Conner.
Pero quizás no lo haga. Quizás pasé mucho rato intentando convencerme de eso. O quizás si lo odio, y simplemente deseo su cuerpo. Sus manos tocando mi cintura, sus dedos enredándose en mi cabello.
No hay que ser un adivino para saber que nunca en la vida he estado con alguien. Una vez, cuando era pequeña, conocí a un pequeño joven hijo de un duque de Isla Wyvern. Jugué con él día y noche, y luego en la noche cuando nos despedimos, él me dio un pequeño y ligero beso en los labios. Ese es el contacto más cercano que he tenido con otro hombre.
Y luego, sólo recuerdo a Katya y a Harris compartiendo su cuerpo en el castillo, la forma en la que él se insertó adentro de ella con una delicadeza digna de una novela romántica. Me quedé allí observándolo cuando no debí haberlo hecho, pero no puedo decir que me arrepienta. No ahora que deseo ese contacto por mí cuenta, lo anhelo. Anhelo que un hombre me toque de la misma manera, que me sonría de la forma en la que Harris le sonreía a Katya aquel día.
La observaba como si hubiera estado caminando durante el desierto por una semana entera y Katya fuera un vaso de agua helada, como si pudiera haberla devorado con la mirada.
Me imagino a Jace Conner mirándome de esa manera. Me imagino sus manos tocándome de manera delicada, como si fuera a romperme si no lo hiciera. Y luego, imagino a Jace Conner y a Selene; las veces en las que probablemente estuvieron juntos.
Maldición, no quiero pensar en eso. No quiero seguir pensando en Jace Conner, pero es como si mi mente ya no me hiciera caso. Es como si hubiera perdido el control sobre mis propios pensamientos.
— Maldición— susurro por lo bajo, caminado por el pasillo y escaleras abajo hacia la cocina. Siento que mi cuerpo está ardiendo en llamas. Llamas que, si no calmo, podrían ser incluso capaces de incendiar una habitación entera.
Cojo un vaso y vierto agua dentro de él. La luz de la luna ingresa por los ventanales, iluminando tenuemente la habitación. Puedo ver apenas reflejos; la silueta del sofá, las decoraciones elegantes, la manera en la que las paredes parecen camuflarse con la naturaleza del exterior.
— Cálmate— me digo a mí misma, pero el deseo parece estar carcomiéndome por dentro.
¿Qué puedo hacer para calmar este sentimiento? ¿Qué tal si busco a alguien? Hay muchos chicos guapos en la aldea. Martin parece un poco más joven que yo, pero Viktor, el otro de los hombres que nos acompañó a lo de Vincent, parece bueno. Y es guapo, sí. Estoy segura de que quizás podríamos llegar a un acuerdo.
Nain es un hombre guapo, y sé que la primera vez que lo vi me alegré de no haber visto un compromiso en su dedo, pero ahora que han pasado los meses, nuestra relación se ha vuelto demasiado...amigable.
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LOS CREADORES DEL CAOS
FantasyEmery ama los secretos. Ama espiar a hurtadillas a su padre, adora escuchar las conversaciones que su hermano tiene con Katya, y sueña despierta con aquel lugar en el bosque de Aurora que nadie parece conocer. Emery ama los secretos. De hecho, los a...