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— Ponte esto— Penny deja encima de mi cama un vestido de seda de color blanco, ajustado en la parte del busto, con una cinta que recorre el cuello y de espalda descubierta. La idea inmediatamente hace que me dé un vuelco el estómago. 

— Pero...

— Lo creas o no, estoy intentando salvarte la vida— las palabras salen de su boca, pero no me mira.

— Has visto las cicatrices— digo. No es una pregunta. Ella traga una enorme bocanada de aire. 

— Estaba allí, ¿lo recuerdas?

— Por supuesto.

Por supuesto que lo recuerdo. Ella estaba allí camuflada en alguna parte mientras yo intentaba no  desmayarme ante la idea de que tenía que mostrar mi espalda desnuda a dos extraños para que creyeran quien realmente era. Quien quería que ellos creyeran que yo era.

Así que le hago caso a Penny. Enfundo mi cuerpo en aquel vestido ajustado, no digo nada cuando Fiora llega y arregla mi cabello en dos moños altos en la parte posterior de mi cabeza, ni cuando decora aquellos moños con colgantes de perlas del mismo color que mi vestido.

Para cuando estamos listas y bajamos las escaleras para llegar a la sala de estar donde ya están todos reunidos, noto que soy la única de ellos que sobresale. Todos están vestidos con ropa negra, ajustada, preparados para que su cuerpo tenga la mejor de la movilidad en caso de combate, pero yo no. A mí me llevan como si fuera un lindo trofeo que hay que ir a mostrar, y lo peor es que estoy bien con eso. Porque necesito hacer que me quieran. Necesito hacer que me necesiten. 

Jace se gira para observarme, sus ojos clavados en mi rostro, la preocupación acompañando cada una de sus facciones, nublando su expresión. Se respira una tensión palpable en el ambiente. Todos los líderes de Divinity están allí, con el semblante serio. Los acompañan dos otros chicos que he visto entrenando en combate; uno es Martin, el mismo con el que estuve hablando cuando coronaron a Selene como líder de supervisión, y al otro no lo conozco, pero es musculoso, tiene el cabello marrón peinado hacia atrás con una bandana de color negra, y un tatuaje decora su cuello; AURORA, dice, en letras medianamente separadas. 

— ¿Estás bien?— parece preguntarme Jace con la mirada. Yo asiento, porque sé que ese gesto es suficiente para que me entienda. De alguna manera, entendernos nunca ha sido un problema. No al mirarnos. 

— Un momento— dice entonces en voz alta, y antes de que cualquiera pueda protestar o preguntar, él se acerca rápidamente a mí para cogerme de la mano y llevarme fuera de la habitación.

Camina velozmente, sus mangas cortas dejando nuevamente al descubierto su tatuaje, su espada colgando de su cinturón, su aroma varonil ingresando por mis fosas nasales con cada paso que da. Es ágil y silencioso en su caminar, sigiloso como el animal que es. 

— ¿A dónde vamos?— pregunto, tropezándome sobre mis propios tacones, pero él no responde. 

Una vez que ingresamos en mi habitación, Jace me deja de pie allí en medio, observa mi figura con tanta concentración que siento que mi estómago se hace añicos, por los nervios o por la incertidumbre, o por aquella manera en la que sus ojos recorren mi cuerpo sin mucha vergüenza. 

— Ese vestido no te dejará moverte bien— masculla. 

— Lo sé, pero Penny y Fiora me lo escogieron.— Intento explicar. Antes de que pueda siquiera terminar la explicación, él se acerca para quedar arrodillado frente a mí, mis ojos bajan por un segundo y la sensación de tenerlo allí hace que mi corazón lata con una fuerza tan brutal que, de pronto, siento miedo de que él pueda escucharlo. 

LOS CREADORES DEL CAOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora