8.

23 5 1
                                    

Cuando despierto, la habitación está a oscuras, pero sigo sintiendo el mismo aroma a hierbas y vegetación que hace momentos atrás, o quizás fueron minutos, u horas...¿cuánto rato estuve durmiendo? Cómo sea, está claro que sigo en el mismo lugar. Lo sé en el momento exacto en el que subo la mirada y veo en un extremo derecho la misma ventana, la tenue luz ingresando por ella, los murmullos ingresando por las grietas de las paredes.

Sólo que ya no se oyen risas. Y cuando agudizo el oído, logro captar un sonido crepitante y chispeante, pequeñas explosiones que terminan nada más comenzar. 

— Fuego— pienso de inmediato.— Una fogata, probablemente. 

Debe serlo. Y esa debe ser la luz que ilumina levemente la habitación, chocando contra las flores y las hierbas de Juniper. Mis manos se dirigen lentamente hacia mi estómago. Toco con desesperación, pero es obvio que ya no se encuentra allí. La herida. Juniper dijo que no era milagrosa aquella poción...pero parece haberlo sido. 

¿O quizás sigo soñando?

Y entonces, escucho otro ruido. El de la madera crujiendo bajo el peso de una figura. Y el aroma que llega a mis fosas nasales se me hace tan conocido que apenas me doy cuenta cuando un material de acero afilado y cortante se encuentra con mi mandíbula. Una espada.

De pronto, me siento vulnerable. Descuidada. Alguien está a punto de atacarme, y yo no lo he visto venir. Una pequeña equivocación que bien podría costarme la vida.

Cierro los ojos con fuerza e intento pensar en una salida a lo que parece ser una calle sin retorno. Estoy sola en esta habitación. Podría gritar. Seguro que alguien vendría en mi ayuda, ¿no? Pero, ¿dejar mi vida en manos de unos desconocidos antes que intentar hacer orgulloso a mi padre? No. Por supuesto que no. De ninguna manera.

Los testículos— una voz dice en mi interior.— Golpéale en los testículos.

Los testículos. Siempre funciona. Casi estoy riéndome para mí misma cuando una voz masculina y ronca me saca de mi ensimismamiento. Porque de pronto, sé porqué ese aroma se me ha hecho tan familiar. 

— ¿Me extrañaste, ojos celestes?— pregunta en un ronroneo travieso. 

Él

Antes de que el desconocido pueda decir algo más, asesto una patada en sus genitales tan rápido como me es humanamente posible y me levanto de la camilla para retroceder. Tropiezo encima de unas cuantas plantas y me tambaleo antes de lograr recomponerme. 

Agudizo el oído todo lo que puedo para verlo venir; el silbido del aire cuando su mano sube rápidamente, la fricción de sus extremidades avanzando. Antes de que su espada pueda llegar hacia mi cuello, yo ya me he agachado y preparado para hacerle una zancadilla que provoca que el tropiece de manera torpe. 

No puedo observar su rostro, no, pero aquella respiración me ha dado a entender todo lo que debo; él está en desventaja, yo no lo estoy. Y la razón es simple. Por más irónico que suene, mis oídos me dan la habilidad de ver en la oscuridad. Sus oídos sólo le dan la habilidad de ser torpe y descuidado.

El crujido de sus articulaciones son como música para mis oídos cuando sus rodillas se doblan para saltar encima de las plantas en un intento estúpido por acercarse más a mí, pero en tan sólo milésimas de segundo, cojo una de las botellas vacías con las que Juniper probablemente ruega sus plantas y la hago estallar contra el suelo para posteriormente enterrarla en uno de sus muslos.

— ¡Joder!— chilla, y a pesar del dolor que se filtra en su voz, casi puedo jurar que le sigue una pequeña risita de satisfacción.

¿Qué le pasa a este sujeto? ¿Y qué cojones está haciendo aquí? ¿Y por qué se empeña tanto en asesinarme, joder? 

LOS CREADORES DEL CAOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora