48

21 3 2
                                    

Ya es de madrugada, pero Jace Conner y yo seguimos allí, charlando, tomando pequeñas pausas para besarnos y luego retomando. No parecemos tener suficiente del otro, y es lo más sincero que he sentido jamás. 

Mi rostro reposa en su hombro mientras admiramos la cascada y me convenzo a mí misma que, durante la mañana, lo primero que haré será hablar con él. Le diré a Jace Conner quien soy en realidad. Le confesaré todo. Todo. Estoy segura de que lo entenderá. Llegaremos a un acuerdo y...

Cada vez que pienso en eso, intento apartar la idea lo más rápido posible de mi mente. No quiero arruinar el momento. No quiero arruinar la mejor noche de mi vida.

Antes, mi mayor miedo parecía ser que me maten. Ahora, mi mayor miedo parece ser perder a mis amigos.

No quiero perder a Jace, ni a Nain, ni a Juniper... Joder, ni a nadie. No quiero que estas personas desaparezcan de mi vida. 

— ¿Cómo se llama tu mejor amiga?— pregunta Jace. Me gusta escuchar los latidos de su corazón, ahora serenos, a pesar de que sienta casi como si fuera una violación a su privacidad. 

Yo trago saliva. Está haciendo referencia al secreto que le conté hace unos minutos atrás, y ya no puedo hacerme la tonta.

— Katya— digo, temiendo que vaya a decir algo que me ponga en evidencia. No me gustaría que Jace se enterase de mi identidad por un descuido. Debo ser yo quien se lo diga, y debo hacerlo pronto.

— ¿Cómo la conociste?

— Cuando éramos niñas— es todo lo que digo, e intento cambiar el tema de manera repentina. Subo la mirada hacia él y señalo la cicatriz que tiene en la mejilla. Consciente o inconscientemente, él se lleva la mano hacia la zona y la toca.— ¿Cómo te la hiciste?

Jace se queda pensativo durante unos cuantos segundos y luego suelta un enorme suspiro. 

— El día en el que Vincent logró entrar en mi mente.

Me acomodo un poco en mi lugar y me siento para quedarme frente a él, mirándolo. Jace me observa divertido. Tampoco parece muy convencido de contarme lo que hay detrás, pero a diferencia de él, la curiosidad no me va a permitir dejar de preguntarle. 

— ¿Cómo?— insisto. Jace fija la mirada en la cascada. 

— Siempre intentó meterse en mi mente. De pequeño, intentaba entrar una y otra vez, y me obligaba a no permitirlo. Me amenazaba. Me decía que, si lograba entrar en mi mente, me obligaría a mí mismo a asesinarme.

Abro los ojos con sorpresa. El recuerdo de Vincent intentando entrar en mi mente hace que un escalofríos recorra mi espina dorsal.

— Te torturaba— no es una pregunta, es un hecho, aunque él no parece muy convencido.

— Si, no lo sé.

— Eso es una tortura, Jace. Yo no puedo ni imaginar lo que se siente aguantar a un mental intentando ingresar en tu mente durante una hora, menos puedo imaginar lo que se debe sentir aguantando eso durante años.

— Si, en un sentido, sí. Pero, por el otro lado, gracias a eso soy inmune a los mentales. Ya no me afecta que quieran entrar en mi mente. No pueden. Es como si ahora, cuando lo intentaran, sólo sintiera un pequeño pellizco en la sien. 

Lo miro sorprendida. 

¿Qué tanto tienen que intentar ingresar en tu mente para que desarrolles esa habilidad? ¿Qué tan malvado tiene que ser un padre para hacerle eso a un hijo?

Pero luego, me acuerdo de mi propio padre. Lo que él hizo conmigo. No le provocó ningún grado de arrepentimiento, ningún grado de remordimiento. Me torturó con la excusa de querer hacerme más fuerte y me envió directo a morir.

LOS CREADORES DEL CAOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora