10.

38 6 4
                                        

La luz del sol se filtra a través de las cortinas, iluminando suavemente la habitación. Las ventanas de anoche han dejado de ondear, pero los enormes ventanales siguen abiertos. Me siento en la cama, y por un momento, no recuerdo en dónde estoy, hasta que sí lo hago. El escalofríos recorre mi espina dorsal. Estoy en Divinity. 

Los rayos de sol dorado me dan en el rostro cuando me pongo de pie y camino hacia el balcón. La calidez y el resplandor hacen que, por un segundo, mi vista se nuble, y luego, allí está; la vista más hermosa que mis ojos han visto jamás. 

Doy un suspiro profundo, observo a la lejanía, disfruto de la luz del sol, tan tranquila, tan serena, que de pronto, se me olvida la verdadera razón por la que no estoy en el castillo. Imagino que estoy en esta aldea que parece sacada de un cuento de hadas solamente porque quiero disfrutar de ella; del aura dorada que se esparce alrededor del sol, de la manera en la que mi cabello y mi piel resplandecen con una suavidad mágica, como nunca lo hicieron en el castillo Winter. 

Me observo las manos, el calor del sol se apodera de ellas también. Cierro los ojos. Inhalo. Exhalo. Y luego, gritos. Cada vez más cerca. Tan cerca, tan cerca, tan cerca...

Cuando la puerta se abre de golpe, son dos rostros los que aparecen. El primero, enfadado, de ceño fruncido, recorriendo la habitación con la mirada de manera rápida hasta que sus ojos se posan en mí. 

— ¿Qué haces allí?— parece querer preguntarme con la mirada. Pero yo lo ignoro para dirigir la mirada al segundo rostro; Nain, que intenta coger a Jace del brazo para evitarlo de hacer lo que sea que esté a punto de hacer. 

— Jace...

— Así que sí que hablas, ¿eh?— pregunta, casi ofendido. Yo me aclaro la garganta y doy un paso al interior de la habitación, la bata probablemente mostrando cada curva de mi silueta.— Y entonces, ¿qué? ¿Te hiciste la muda para manipularnos? ¿Para dar...pena o algo así?

Levanto una ceja en su dirección, incrédula. Lo único que sé es que ahora somos dos personas en esa habitación que estamos a la defensiva. 

Me acerco otro paso a él. Y luego otro. Y luego estoy tan cerca que aquella cicatriz de su rostro luce mucho más clara, mucho más nítida, mucho más detallada. Y él no la esconde. No de la manera en la que yo escondo las cicatrices de mi espalda. 

Me muestro lo más erguida que puedo, lo más confiada. Le dejo saber a ese tal Jace Conner que en la lista de personas que intimidan, él está al último.

— Jace Conner— logro decir. A él parece sorprenderle que la primera cosa de mi boca hacia él sea su nombre. Los músculos de su mandíbula se tensan, su nuez de adán sube, lentamente, y luego vuelve a bajar, casi como aquella cascada que está allí afuera.— ¿Por qué, en el planeta, querría darle pena a alguien tan débil?

Escucho de inmediato como a Nain se le acelera el ritmo cardiaco. Puedo incluso escuchar la manera en la que bombea sangre a los músculos de forma desesperada, sus pulmones comenzando a trabajar más intensamente, la manera en la que el suministro de oxígeno de su cuerpo ha aumentado.  Puedo escuchar el sonido apenas perceptible de sus pupilas dilatándose, de sus músculos contrayéndose. Miedo, pienso. En cuanto las palabras han salido de mi boca, Nain ha sentido miedo. 

¿Está preparándose para una tragedia? ¿Debería hacerlo yo? Quizás. De todas maneras, lo único que parezco haber conseguido es que ahora Jace Conner esté aún más cerca de mí, su rostro a apenas centímetros del mío.

— ¿Qué sucede, ojos celestes?— pregunta en un pequeño susurro, y esboza una pequeña sonrisa ladeada.— ¿No recuerdas lo que ocurrió en nuestra última pelea? ¿No recuerdas quien estaba debajo de la espada cuando se encendieron las luces?

LOS CREADORES DEL CAOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora