Capítulo 20: La Huida de Rhaela

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Capítulo: La Huida de Rhaela

En la fría y oscura noche, la silueta de Rhaela se recortaba contra el cielo estrellado mientras su dragón, Ignis, descendía suavemente hacia los muros de Rocadragon. La princesa, con su armadura plateada ceñida a su cuerpo, se preparaba para un acto que desafiaba no solo a los dioses, sino también a las intrincadas reglas del poder en Westeros.

Mientras Ignis aterrizaba en un rincón apartado del castillo, Rhaela descendió con agilidad, su determinación reflejada en sus ojos. Con sigilo y destreza, se infiltró en el castillo. Las sombras de la noche le cubrían mientras se adentraba por los pasillos de Rocadragon, moviéndose con la precisión de una serpiente en busca de su presa.

Finalmente, llegó a los aposentos del rey Aegon, quien se encontraba en recuperación tras ser herido en una batalla reciente. La habitación estaba iluminada débilmente por las llamas de una chimenea, y Aegon yacía en una cama de recuperación, su estado de salud aún precario.

Rhaela, con su espada Vermis Arcanum en la mano, se acercó a la cama del rey. Las palabras que pronunció estaban envueltas en un aura de misterio y amenaza, dignas de una jugadora del trono:

—Aegon —comenzó Rhaela, su voz resonando con una mezcla de misterio y solemnidad—, en este teatro de sombras donde las coronas son meros adornos sobre cabezas envenenadas, ha llegado la hora en que los hilos del destino se deshacen. ¿Acaso no ves que el reloj ha dado su última campanada para tu dominio?

La mirada de Rhaela, enigmática y fría, parecía atravesar la fragilidad del rey con un desdén calculado.

—La rueda de la fortuna gira con una rapidez inexorable, y hoy la balanza se inclina hacia el otro lado. Has tejido una trama de sufrimiento y desesperanza, y ahora el telón de tu reinado está a punto de caer.

Rhaela levantó su espada con un movimiento ceremonioso, su mirada fija en el rey, que yacía paralizado por su condición.

—Tus juegos de poder han llegado a su fin, y el tiempo de la verdad se ha manifestado. La justicia, en su forma más pura, exige el precio por tus pecados, y hoy, la balanza se inclina con certeza.

Con un gesto elegante y decisivo, Rhaela ejecutó su acción con precisión. Aegon II exhaló su último aliento mientras el acero de la espada ponía fin a su vida. La princesa, aunque imperturbable en su deber, sentía el peso de la acción que acababa de llevar a cabo.

Con una precisión fría, Rhaela levantó su espada y, en un movimiento rápido y letal, hundió la hoja en el corazón de Aegon. El rey no tuvo tiempo para reaccionar antes de que la vida se le escapara. Su cuerpo quedó tendido en la cama, una imagen de traición y fatalidad.

El sonido de la traición no tardó en resonar por el castillo. Los gritos de alarma y los pasos apresurados de los guardias llenaron los pasillos. Rhaela sabía que su tiempo en Rocadragon se estaba agotando. Corrió hacia el patio exterior, con cientos de guardias persiguiéndola. Los golpes y los gritos la acosaban desde todos los lados.

Mientras se enfrentaba a sus atacantes, los golpes de espadas y los impactos en su armadura la debilitaban. A pesar de su habilidad en el combate, el número de enemigos y la brutalidad de los ataques le imponían una dificultad abrumadora. Su espada, Vermis Arcanum, se movía con destreza, pero cada vez estaba más cansada y herida.

Finalmente, en un estado de agotamiento extremo y con la respiración entrecortada, Rhaela llegó al patio donde Ignis la esperaba. La llegada del dragón era una visión de esperanza en medio del caos. Con gran esfuerzo, Rhaela se subió al lomo de Ignis, pero su cuerpo, ahora debilitado, estaba al borde de la inconsciencia.

Los guardias se acercaban con rapidez, y Rhaela apenas tuvo tiempo para asegurarse de que Ignis estuviera listo para despegar. El dragón, con una majestad imponente, se preparó para volar, y en un último acto de desesperación y fuerza, Rhaela dio la orden para que ascendiera.

Ignis se elevó en el aire, dejando atrás el castillo y la persecución frenética. A medida que el dragón ascendía, Rhaela, casi inconsciente, se aferraba al lomo de su fiel compañero. La huida fue un torbellino de emociones, con el frío viento del vuelo nocturno y el ruido lejano de los gritos de los guardias que se desvanecían en la distancia.

El vuelo de Ignis llevó a Rhaela a un lugar seguro, lejos del alcance de sus perseguidores. En el refugio de las alturas, se encontró en un estado crítico, pero el peligro inmediato había pasado. La princesa había logrado escapar de la muerte, pero la batalla que había librado solo había marcado el comienzo de una nueva y compleja fase en la lucha por el poder.

El último dragón: La casa del dragónWhere stories live. Discover now