Capítulo 55: Amores Imposibles y Recuerdos Dorados

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Capítulo: Amores Imposibles y Recuerdos Dorados

El frío del Norte se sentía menos intenso dentro de los muros de Invernalia, pero no lograba atenuar el calor de las emociones que bullían en su interior. Alicent, tras meses en el Norte, encontró en Cregan Stark un refugio inesperado, un hombre cuya presencia era reconfortante y cuyas cualidades eran irresistibles para ella.

Un día, incapaz de contener más sus sentimientos, Alicent buscó a Cregan en los jardines del castillo. Lo encontré observando el paisaje nevado, su figura imponente contrastando con la delicadeza de los copos de nieve que caían a su alrededor.

Cregan -dijo Alicent, con un nudo en la garganta-, tengo algo que debo decirte.

Cregan se giró para mirarla, sus ojos grises tan fríos como el invierno que los rodeaba.

¿Qué pasa, Alicent?

Alicent respiró hondo, reuniendo el valor que necesitaba.

Cregan, desde que llegué aquí, ha sido mi apoyo, mi consuelo. He llegado a sentir algo por ti, algo que va más allá de la amistad. Te amo, Cregan. Quiero estar a tu lado.

Cregan suspir profundamente, su expresin permaneciendo impasible.

Alicent, eres una mujer fuerte y valiente, pero no puedo corresponder a tus sentimientos. Mi corazón pertenece a Rhaenyra. Siempre ha sido así y siempre lo será.

La reacción de Alicent fue inmediata. Sus rodillas cedieron y cayeron al suelo, las lágrimas brotando de sus ojos. Se arrodilló frente a Cregan, su desesperación evidente.

Por favor, Cregan, no me rechaces. Haré cualquier cosa por ti. Solo diez centavos que me amas, aunque sea una mentira. No puedo soportar este dolor.

Cregan se agachó y levantó a Alicent, la compasión en sus ojos.

Alicent, no puedo mentirte. No puedo recomendarte lo que me pides. Rhaenyra es la mujer que amo, y nada puede cambiar eso.

Alicent, sollozando, se apartó lentamente, sintiendo cómo su corazón se rompía en mil pedazos. Cregan la observar con tristeza, consciente del dolor que le había causado, pero firme en su decisión.

Mientras tanto, en otra parte de Invernalia, Rhaenyra se encariñaba cada vez más con su bisnieto, Viserys. El, a sus cinco años, era un reflejo de la mezcla de sus antepasados, llevando consigo una parte de cada uno de ellos. Rhaenyra se encontró admirando la energía y la curiosidad del niño, que le recordaba tanto a su propia juventud.

Una mañana, Viserys corrió hacia Rhaenyra, su rostro radiante de emoción.

Abuela Rhaenyra, ¡mi huevo de cuna ha eclosionado!

Rhaenyra se apresuró a seguir al niño hasta su habitación. Allí, en un nido de paja, yacía una pequeña criatura dorada, sus escamas brillando a la luz del sol que entraba por la ventana. Rhaenyra sintió un nudo en el pecho al ver al pequeño dragón.

Ignis -murmuró, grabando al majestuoso dragón dorado de su hija Rhaela.

Viserys, ajeno a los recuerdos de Rhaenyra, acarició suavemente al dragón, que emitió un suave rugido de satisfacción. Rhaenyra observó la escena con una mezcla de alegría y nostalgia.

Tu dragón es hermoso, Viserys. Será un gran compañero para ti.

Viserys levantó la vista y sonriendo a Rhaenyra.

Lo llamaré Ignis, en honor al dragón de mamá Rhaela.

Rhaenyra sintió lágrimas de orgullo y tristeza al escuchar las palabras de su bisnieto. Se acercó a él y lo abrazó con fuerza.

Eres un niño muy especial, Viserys. Estoy muy orgullosa de ti.

A medida que pasaban los días, Rhaenyra encontró consuelo en el vínculo que estaba formando con Viserys, mientras Alicent luchaba con su dolor y desesperación. La vida en el Norte seguía su curso, con amores imposibles y nuevos comienzos, mientras las sombras del pasado seguían acechando en los rincones más oscuros de sus corazones.

El último dragón: La casa del dragónWhere stories live. Discover now