Capítulo 27: La Sombra de la Desesperación

3 0 0
                                    

Capítulo: La Sombra de la Desesperación

133 d.C

Los meses pasaron en un gris constante, como si la fortaleza misma hubiera sido atrapada en una nube de tristeza y desesperación. La celda de Rhaela se convirtió en su prisión física y emocional, un espacio estrecho y frío que no dejaba lugar para la esperanza. El tiempo parecía haberse detenido para ella, con solo el eco de sus propios pensamientos como compañía en la oscuridad de su celda.

Alys Ríos, ahora plenamente asentada como la nueva reina junto a Aemond, se adueñaba de cada rincón del poder que había ganado. Con una crueldad calculadora, se aseguraba de que Rhaela permaneciera en su prisión mientras consolidaba su posición. Su embarazo avanzaba, y Alys no perdía oportunidad de mostrar su estatus y reafirmar su control. Cada vez que visitaba la celda de Rhaela, lo hacía con una mezcla de desdén y frialdad, disfrutando de la humillación que podía infligirle.

Mientras tanto, los hijos de Rhaela, Aelor, Alia y Lyra, se encontraban en una situación compleja. Aunque aún eran jóvenes, su rechazo a Alys era palpable. Su madre había sido una figura fuerte y amorosa en sus vidas, y la presencia de Alys, que trataba de ganar su afecto y cercanía, solo servía para intensificar su dolor y rechazo.

Alys, a pesar de sus esfuerzos por acercarse a los niños, encontraba que sus intentos eran en vano. Cada sonrisa forzada y cada gesto amable eran rechazados por los niños con frialdad. La memoria de su madre y el dolor de su separación eran demasiado fuertes para ser ignorados. Alys trató de ganarse su cariño con regalos y atenciones, pero su esfuerzo se estrelló contra una pared de desconfianza y tristeza.

Aelor, el mayor de los hijos, con su cabello claro y ojos decididos, se mantenía especialmente distante. Alia, la niña con un semblante más reservado, miraba a Alys con una mezcla de temor y desdén. Lyra, la más pequeña, a menudo lloraba por su madre, un testimonio de la profunda herida que la separación había causado.

Alys, aunque frustrada, continuaba intentando acercarse a ellos, con la esperanza de ganarse su aceptación y consolidar aún más su posición. Sin embargo, el rechazo persistente de los niños no hacía más que aumentar su frustración, y su relación con ellos se convertía en un campo de batalla emocional, uno que no lograba ganar.

El clamor del pueblo por la liberación de Rhaela crecía cada día. Las noticias de la caída de la princesa y el ascenso de Alys generaron descontento entre la gente. Rhaela había sido una figura popular y querida, y su encarcelamiento no fue bien recibido por la población que la había admirado.

Las manifestaciones en las calles de Desembarco del Rey se hicieron cada vez más frecuentes, con ciudadanos exigiendo la liberación de su reina. El fervor del pueblo crecía, y las protestas se volvieron una constante en la vida diaria de la ciudad. Aemond, aunque intentaba ignorar el creciente descontento, no pudo evitar sentir la presión que el pueblo ejercía sobre su gobierno.

Ante la creciente presión y el clamor del pueblo, el consejo se reunió para discutir el destino de Rhaela. La sala estaba llena de murmuraciones y debates acalorados mientras los miembros del consejo debatían sobre la situación. Las divisiones estaban claras: algunos apoyaban la liberación de Rhaela, argumentando que su encarcelamiento estaba socavando la estabilidad del reino, mientras que otros mantenían su lealtad a Aemond y Alys, defendiendo la decisión de mantener a Rhaela en prisión.

La reunión se tornó tensa cuando Otto Hightower, el mano del rey y figura clave en la corte, se dirigió a los miembros del consejo con un tono autoritario.

—El descontento del pueblo es innegable —dijo Otto—. No podemos permitir que esta situación se convierta en una amenaza abierta a la estabilidad del reino. Aemond y Alys han tomado decisiones difíciles, pero debemos encontrar una solución que mantenga el orden y evite una mayor agitación.

Uno de los miembros del consejo, un hombre de gran influencia en la corte, se levantó con una expresión de resolución.

—La liberación de Rhaela podría ser la única forma de calmar al pueblo y restaurar cierta estabilidad —dijo—. Mantenerla en prisión está generando un resentimiento que podría desbordarse y poner en peligro la paz en el reino.

La discusión continuó, con argumentos a favor y en contra de la liberación de Rhaela. Finalmente, después de horas de deliberaciones y debates, el consejo tomó una decisión. La liberación de Rhaela fue acordada bajo ciertas condiciones, con el propósito de apaciguar al pueblo y reducir la tensión en la corte.

Cuando la noticia de la liberación de Rhaela se hizo pública, el alivio y el jubilo se sintieron en todo Desembarco del Rey. La fortaleza se preparó para la liberación de la princesa, y aunque su salida de la prisión no sería la de una reina restaurada, era un primer paso hacia un cambio en la dinámica del poder.

Rhaela fue liberada de su celda, sus cadenas y grilletes retirados con un gesto que parecía simbolizar no solo su liberación física, sino también un resurgimiento de su dignidad. A pesar del tiempo que había pasado en prisión, su porte seguía siendo imponente, y el mismo fuego en sus ojos que la había caracterizado en el pasado se encendió nuevamente.

Mientras caminaba por los pasillos de la fortaleza, la sensación de libertad era agridulce. La lucha por recuperar su posición y restablecer su familia no había hecho más que comenzar, pero Rhaela estaba dispuesta a enfrentar lo que viniera con la determinación que siempre la había caracterizado.

El futuro estaba lleno de incertidumbre, y la liberación de Rhaela era solo el comienzo de un nuevo capítulo en la compleja y turbulenta historia de la Casa Targaryen.

El último dragón: La casa del dragónWhere stories live. Discover now