Capítulo: La Huida de las Princesas
Año 129 d.C.
En Desembarco del Rey:
El día amaneció cubierto por una niebla densa, otorgando una atmósfera de misterio y expectación a Desembarco del Rey. La reina Alicent había ordenado que las puertas de la ciudad permanecieran cerradas y que se incrementara la vigilancia en todos los puntos estratégicos. Sin embargo, no todos los planes se desarrollan como uno espera.
La princesa Rhaenys Targaryen, la Reina Que Nunca Fue, permanecía confinada en sus aposentos, esperando el momento adecuado para actuar. Rhaenys, conocida por su espíritu indomable y su sabiduría, no iba a permitir que la mantuvieran prisionera. Esa noche, cuando las sombras se alargaban y los guardias comenzaban a relajarse, Rhaenys hizo su movimiento.
Con el corazón latiendo con fuerza, Rhaenys se escabulló por los pasillos del castillo, evitando las patrullas de guardias. Cada paso que daba aumentaba su determinación. Conocía la Fortaleza Roja mejor que muchos, lo que le permitió llegar sin ser vista a los establos donde su dragón, Meleys, estaba confinado. Meleys, conocida como la Reina Roja, aguardaba impaciente, sintiendo la agitación de su jinete.
Mientras se acercaba a su dragón, Rhaenys pensaba en los últimos acontecimientos. "No puedo quedarme aquí mientras ellos usurpan el trono. Debo advertir a Rhaenyra", pensó, mientras acariciaba el cálido y escamoso costado de Meleys. Con una destreza nacida de la experiencia y el vínculo con su dragón, Rhaenys montó a Meleys y, con un rugido que resonó por toda la ciudad, la Reina Roja despegó, rompiendo las cadenas que intentaban retenerla. Mientras ascendía al cielo nocturno, Rhaenys miró hacia abajo, viendo las luces de la ciudad como pequeños puntos lejanos. Los ciudadanos de Desembarco del Rey miraron al cielo, atónitos, mientras el majestuoso dragón rojo volaba hacia la libertad, dejando tras de sí un rastro de fuego y cenizas.
En los aposentos de la princesa Rhaela Targaryen, la situación también era tensa. Rhaela, encerrada y vigilada, no iba a permitir que su espíritu fuera doblegado. Al caer la noche, aprovechando la oscuridad y la poca vigilancia, Rhaela comenzó su escape.
Deslizándose por la ventana de su aposento, utilizó las enredaderas que cubrían la pared del castillo para descender con agilidad. Sus manos estaban resbaladizas y sus palmas sudaban, pero su determinación la mantenía firme. Cada vez que sus pies resbalaban ligeramente, pensaba en su madre y en la necesidad de estar con ella en estos tiempos oscuros. "Debo llegar a ella. Debemos estar juntas", se repetía.
Una vez en el suelo, Rhaela se dirigió a los establos. Sus pasos eran silenciosos, pero cada crujido y cada sombra parecían traicionarla. Al llegar, encontró a su dragón dorado, Ignis, junto a sus otros cinco dragones: Nyx, Sephirax, Galendryx, Thalasson y Pyrthrax. Con una mezcla de urgencia y alivio, Rhaela susurró a Ignis. —Nos vamos a casa, chico. Aguanta un poco más.
Montando a Ignis, Rhaela y sus dragones despegaron en un espectáculo impresionante de fuego y alas. El vuelo hacia Rocadragón fue rápido, impulsado por la desesperación y la tristeza. Cada segundo en el aire la alejaba del peligro y la acercaba a su madre. Al aterrizar en el patio del castillo, Rhaela encontró a su madre, Rhaenyra, esperándola con los brazos abiertos.
—Madre, Lucerys... —sollozó Rhaela, incapaz de completar la frase.
Rhaenyra la sostuvo con fuerza, sus ojos llenos de dolor y furia. —Lo sé, hija mía. Lo sé. Estamos juntas ahora. Nadie nos separará.
La noticia de la huida de Rhaela y Rhaenys llegó rápidamente al consejo en Desembarco del Rey. Alicent, furiosa, convocó a sus consejeros.
—No podemos permitir que esta desobediencia quede impune —dijo Alicent, su voz llena de determinación.
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El último dragón: La casa del dragón
Novela JuvenilEl último dragón: La Saga Targaryen ofrece una mirada profunda a las complejidades de la política familiar, el amor y el poder en la casa Targaryen. A través de los ojos de Rhaena, la novela explora la tensión entre el deber y el deseo, la lealtad y...