Capitulo 43: Adiós, caraxes.
137 d.C
El viento frío del Norte azotaba con fuerza mientras Rhaenyra y sus hijos se acercaban a las puertas de Invernalia. Los dragones, impresionantes bestias aladas, se mantenían en formación, sus escamas brillando débilmente bajo la luz tenue del sol invernal. La majestad y el poder que emanaban de estas criaturas eran innegables, y los guardias de Invernalia miraban con asombro y temor.
Cregan Stark, Señor de Invernalia, salió a recibir a la comitiva. A su lado, se encontraban sus leales consejeros y una serie de sirvientes que aguardaban para ayudar a los recién llegados. Los lobos huargos, fieles compañeros de los Stark, rondaban inquietos alrededor.
—Bienvenidos a Invernalia, Rhaenyra Targaryen —dijo Cregan, su voz resonando con la autoridad y hospitalidad que caracterizaban a los Stark.
Rhaenyra descendió de su dragón con la gracia de una reina, seguida por sus hijos, que se mantenían cerca de ella, sus miradas llenas de una mezcla de temor y curiosidad. Los dragones, sintiendo la calma de su jinete, se quedaron en las afueras de la fortaleza, vigilando.
—Lord Stark, agradezco profundamente vuestra hospitalidad en estos tiempos difíciles —respondió Rhaenyra, haciendo una leve reverencia.
Cregan Stark dio un gesto a sus sirvientes para que asistieran a los visitantes. Aunque su esposa había fallecido, su hospitalidad y el compromiso con el honor de su casa seguían siendo firmes.
—Estáis a salvo aquí. Invernalia siempre ha sido un refugio para aquellos en necesidad —dijo Cregan con una mirada seria pero comprensiva.
Rhaenyra agradeció las palabras de Cregan con una sonrisa agradecida, antes de volver su atención a sus hijos.
—Niños, este es el Lord Cregan Stark. Nos ofrecerá refugio y protección en su hogar —les explicó con suavidad.
Los hijos de Rhaenyra, aún impactados por los eventos recientes, asintieron respetuosamente. Cregan Stark los observó con una mirada evaluadora, reconociendo en ellos la fortaleza de su madre.
—Vamos dentro. El invierno aquí es implacable, pero dentro de estos muros encontraréis calor y seguridad —dijo Cregan, indicando con un gesto que los siguieran.
La comitiva fue guiada hacia el interior de Invernalia, pasando por los gruesos muros de piedra que habían resistido el paso de los siglos. Las antorchas iluminaban el camino, proyectando sombras danzantes en las paredes.
Una vez dentro, fueron llevados al Gran Salón, donde una chimenea ardía con un fuego reconfortante. Los sirvientes se apresuraron a traer mantas y bebidas calientes. Rhaenyra se dejó caer en una silla junto al fuego, dejando escapar un suspiro de alivio.
—No sabéis cuánto os agradezco esto, Lord Stark —dijo, aceptando una copa de vino caliente que le ofreció un sirviente.
Cregan se sentó frente a ella, con una expresión grave pero comprensiva.
—El Norte ha sido siempre un lugar de refugio y lealtad. No os preocupéis más por vuestros enemigos. Aquí, sois familia —aseguró con convicción.
Rhaenyra asintió, sintiendo una ola de gratitud y alivio. Había sido un viaje largo y difícil, pero finalmente, ella y sus hijos estaban a salvo. Miró a sus hijos, que estaban empezando a relajarse junto al fuego, y sintió una chispa de esperanza.
Mientras tanto, los dragones se acomodaron en las afueras de Invernalia, sus respiros creando nubes de vapor en el aire frío. Los lobos huargos, después de unos momentos de tensión, aceptaron la presencia de los dragones, comprendiendo instintivamente que no eran enemigos.
Rhaenyra miró a Cregan Stark, agradecida por su apoyo en este momento crucial. Sabía que el camino por delante aún estaba lleno de desafíos, pero con aliados como los Stark a su lado, tenía fe en que podrían superar cualquier obstáculo.
La noche se había asentado sobre Invernalia, envolviendo la fortaleza en un manto de calma y frío. El fuego en la chimenea crepitaba suavemente, y Rhaenyra había logrado encontrar algo de paz mientras sus hijos se acomodaban para descansar. El Gran Salón estaba tranquilo, solo interrumpido por el murmullo del viento y el ocasional crepitar de las llamas.
Sin embargo, la tranquilidad se rompió cuando un mensajero, agotado y cubierto de nieve, llegó a Invernalia. Llevaba consigo una carta sellada con el emblema de la Casa Targaryen, el dragón rojo, y su rostro reflejaba una preocupación profunda. Fue llevado inmediatamente al Gran Salón, donde Rhaenyra estaba sentada junto al fuego.
El mensajero se inclinó respetuosamente ante Rhaenyra antes de entregar la carta. Su mano temblaba ligeramente mientras ella rompía el sello y desplegaba el pergamino. Sus ojos recorrían rápidamente las palabras escritas, y conforme leía, su expresión se volvía cada vez más dura.
La carta contenía un breve pero devastador mensaje:
"Con gran pesar informo a la Reina Rhaenyra que su esposo, Daemon Targaryen, ha perdido la vida en el combate. Tras una feroz batalla en Rocadragón, ha caído junto a su dragón, Caraxes. Aunque el destino de ambos sigue siendo incierto, el daño y la desesperación son evidentes. La Casa Targaryen lamenta profundamente esta pérdida."
Rhaenyra se quedó inmóvil por un momento, el papel temblando en sus manos. La noticia la golpeó con una fuerza abrumadora. Aunque sabía que la guerra había sido despiadada y peligrosa, la realidad de la pérdida de Daemon era demasiado cruel.
Con un suspiro profundo y una mirada vacía, Rhaenyra dejó caer la carta sobre la mesa y se hundió en su silla. Sus manos temblaban, y sus ojos se llenaron de lágrimas que finalmente empezaron a fluir. Cregan Stark, que estaba sentado cerca, notó su dolor y se acercó para ofrecerle apoyo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Cregan con preocupación.
Rhaenyra, con la voz quebrada por el dolor, le mostró la carta.
—Daemon... ha muerto —dijo con dificultad, su voz apenas un susurro.
Cregan puso una mano reconfortante en el hombro de Rhaenyra. Sabía que no había palabras adecuadas para consolarla en ese momento, pero su presencia y su apoyo eran lo mejor que podía ofrecer.
—Lo siento profundamente, Rhaenyra. Daemon era un hombre valiente, y su pérdida es un golpe terrible —dijo Cregan con sinceridad.
Rhaenyra asintió, sin poder articular más palabras. El dolor era abrumador y la tristeza se cernía sobre ella como una nube negra. Sus hijos, sintiendo la tensión en el aire, se acercaron lentamente a su madre, intentando consolarla a su manera infantil. Aunque no comprendían completamente la magnitud de la pérdida, sabían que su madre necesitaba su amor y apoyo.
Uno de sus hijos, el mayor, tomó la mano de su madre con ternura.
—Madre, ¿estás bien? —preguntó con una preocupación sincera.
Rhaenyra miró a sus hijos, y la tristeza en sus ojos se mezcló con un amor incondicional. Les sonrió débilmente, intentando darles algo de consuelo en medio de su propio dolor.
—Estamos juntos, y eso es lo más importante —dijo, su voz aún temblando. —Debemos ser fuertes por nosotros y por Daemon.
A pesar de la pérdida devastadora, Rhaenyra sabía que debía seguir adelante por el bien de sus hijos y por el legado de Daemon. Mientras se aferraba a la fortaleza de su familia y a la esperanza de un futuro más brillante, encontró en el consuelo de sus hijos y en el apoyo de Cregan Stark la fuerza para enfrentar el dolor y seguir adelante.
La noche avanzó con una atmósfera de reflexión y dolor. Rhaenyra y sus hijos se retiraron a sus aposentos, rodeados por la protección y el calor de Invernalia, aunque el vacío dejado por Daemon se sintió profundamente en cada rincón de la fortaleza.
![](https://img.wattpad.com/cover/373558763-288-k668075.jpg)
YOU ARE READING
El último dragón: La casa del dragón
JugendliteraturEl último dragón: La Saga Targaryen ofrece una mirada profunda a las complejidades de la política familiar, el amor y el poder en la casa Targaryen. A través de los ojos de Rhaena, la novela explora la tensión entre el deber y el deseo, la lealtad y...