Capítulo 60: El capricho de los poderosos

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Capítulo 60: El capricho de los poderosos

Igor Ivankov

Las mujeres bailaban encima de las mesas al fondo al ritmo de la música mientras algunos pasado de tragos las miraban y otros se las llevaban en privado para su propio placer, procuraba hacer estas reuniones semanales o incluso entre semana, una forma en la que mi equipo se relajara y descansara. Encendí mi cigarro mientras repartían las cartas en mi mesa, las apuestas subían era una noche entretenida disfrutando de un suculento negocio que nos dejó una buena fortuna.

—Señor —dijo uno de mis guardaespaldas de turno acercándose a mí.

—¿Qué pasa? —pregunté tomando una profunda inhalación y botando el humo por una esquina de mí boca viendo qué las cartas qué me cayeron fueron una completa escoria qué me haría perder.

Mí guardaespaldas se acercó para que solo yo escuchará cuando dijo:

—El príncipe Eros Dunkel ha enviado un comunicado.

Sonreí a medias.

—Léelo y hazme un resumen.

—Dice que espera noticias de Aurora y una suma por su rescate. También dice que entre más rápido se la entreguen más dinero está dispuesto a dar.

Inhalé un poco más de mí cigarro sabiendo que entre líneas Eros Dunkel estaba desesperado, pero eso le pasaba por estar metiendo las narices en mí negocios y quitándome mis clientes.

—Puedes retirarte. —le ordené, mí guardaespaldas se fue.

Lo pensé por un momento mientras lanzaba mis cartas sin pensar en el juego, mí mente estaba en la printsessa, había estado evitando pensar en ella y me forcé a mí mismo a evitar ir con ella a esa habitación, porque recordaba todo lo que le hice esa noche, cuando la toqué en medio de las piernas y ella se entregó al placer, llena de sensaciones, sus gemidos resonaban en mis noches y me dejaban intranquilo, la intenté borrar en el cuerpo de otras mujeres, intentando sacarmela de la cabeza, pero no lo lograba, quería más, ¿acaso la estaba idealizando en mí cabeza? Tal vez ni siquiera era tan bonita como la recordaba, pero, esa printsessa me causaba mucho morbo, me excitaba.

Tal vez, tenía que volver a enfrentarla y comprobarme a mí mismo que no era tan linda como mí cerebro se aferraba en recordar.

Llamé a uno de mis guardias, tal vez ya la había hecho sufrir demasiado, era hora de darle un respiro.

Federico Dunkel

Abrí la puerta de la habitación, Eva estaba en la ventana con la mirada perdida afuera, puede que calculando que la caída era muy fuerte si se atrevía a saltar.

—Hola dulce fresita —murmuré—, ¿ya has recapacitado?

Ella se volteó hacia mí, sus ojos estaban cristalizados, alrededor parecía tener profundas ojeras, su rostro rojo e hinchado posiblemente de tanto llorar, pero nadie era responsable de sus decisiones, ella quiso aceptar meterse conmigo, solo que nadie le dijo que mis intenciones no eran buenas y que nunca la dejaría irse.

—¿Qué quieres de mi? —preguntó con voz débil y rasposa, se notaba que estaba destrozada, esperaba realmente que se sintiera miserable al haber tratado de jugar conmigo, yo era el dueño del juego, los demás eran mis fichas.

Sonreí con autosuficiencia.

—Que seas mi esposa. —respondí con simpleza.

Ella contrajo el gesto, como si quisiera negarse pero sabia ahora que no podía hacerlo, que ella siempre estuvo bajo mi control aún cuando ni siquiera lo sabia. En el momento en que la vi la elegí y ahora que tenía un bebé creciendo dentro de ella, la hacia perfecta para mí, porque me aseguraba la sucesión y posiblemente más puntos a favor para la herencia del trono ante el rey Roman, más ventaja por encima de mí hermano quien tenía una esposa inútil que no podría darle más hijos dignos de sucesión real.

—Puedes buscarte a cualquier otra. —dijo Eva— Déjame ir.

Que rogara me hacía sentir ternura.

Me acerqué a Eva ella tembló cuando tomé su barbilla con dos de mis dedos. Sus ojos verdes estaban opacos y llenos de rencor una carita de ángel que se vería muy bien en las fotos familiares.

—Te quiero a ti —repliqué—, fui tu capricho en cuanto me conociste ¿cierto? Un capricho donde pensabas que me veías la cara de idiota mientras te metias a la cama de Eros, ahora tú eres el mío, mí capricho personal.

Bajé la mano desde su garganta, el medio de sus pechos hacia su estómago, ella se tensó tal vez pensando en que la iba a tocar, pero era lo que menos me provocaba ahora, en este momento mi cabeza pensaba miles de cosas y follar no era una de ellas. Noté en su abdomen plano un pequeño bulto que aún pasaba desapercibido pero que estaba creando a mi bebé, con suerte sería un varón, pero, si no era así, aun tendríamos tiempo de crear alguno, quería tener muchos hijos.

—No me toques. —dijo ella dándome un manotazo.

Me reí entre dientes.

Ella me miró con asco, sin saber que yo acariciaba al heredero que me pondría en el trono, ella no tenía idea de que era mí moneda de oro.

—Te daré tu espacio, pero vendré a verte después a reclamar lo que es mío —susurré en una sutil amenaza, ella se estremeció y las lágrimas volvieron a salir de sus ojos en cuanto salí y los guardias cerraron la puerta bajo llave.

Eros no la volvería a ver, ni la volvería a tocar, porque ahora me pertenecía. Esto siempre fue una batalla de poderes entre él y yo en cuanto supimos que aun mí padre no se decidía por la sucesión del trono, y yo pretendía ganarle en todo, yo sería el rey.

Bajé las escaleras y cuando crucé el pasillo me de tuve en seco cuando me encontré de frente con él, con Eros Dunkel. 

La venganza del rey (+21) [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora