XI

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Alexia

Estaba en mi habitación relajada, me había tocado una habitación individual, y la verdad es que agradecía la calma que me daba, calma que se fue desde el momento en que escuché los sollozos en el pasillo, mi corazón se encogió. Era un sonido desgarrador, uno que me atravesó como una daga fría. La angustia y el dolor en esos sollozos eran tan evidentes que no pude permanecer indiferente. Mi mente, siempre analítica, se desmoronó ante la desesperación que parecía emanar de la puerta de mi habitación. Me levanté rápidamente, sin pensar, guiada únicamente por un impulso de ofrecer consuelo a quien lo necesitara.

La puerta se abrió lentamente, y en el instante en que mis ojos se encontraron con Laia, la escena que se desplegó frente a mí fue dolorosa y desoladora. Allí estaba ella, una sombra de la persona que conocía. Su rostro estaba desfigurado por el dolor, las lágrimas corrían libremente, y su cuerpo temblaba con una desesperación palpable. Era como si el mundo entero hubiera perdido su color, dejando solo un gris desolador en el que Laia se movía.

La mirada que compartimos fue intensa, cargada de una tristeza que no requería palabras. En ese breve momento de conexión, vi el peso de sus sufrimientos, su vulnerabilidad expuesta en una forma que nunca antes había presenciado. Todo el tiempo que habíamos estado separadas, todas las palabras no dichas y las heridas no cerradas, se desmoronaron en esa fracción de segundo.

No pude soportar verla en ese estado, rota y desesperada. Algo en mi interior se quebró al ver su sufrimiento, y sin pensarlo, sin darme la oportunidad de razonar, extendí mis brazos hacia ella. La necesidad de ofrecerle un refugio era tan intensa que superó cualquier duda o miedo que pudiera haber tenido. Laia se lanzó hacia mí con una fuerza desesperada, como si en ese abrazo pudiera encontrar la respuesta a toda su angustia.

El impacto de su cuerpo contra el mío me sorprendió, pero mi reacción fue instintiva. La envolví con firmeza, sus sollozos resonando en mi pecho mientras la abrazaba con todo el cariño y la protección que podía ofrecer. Sentí el peso de sus lágrimas y su dolor, y mientras la sostenía, una sensación de profundo consuelo se apoderó de mí. Era como si, al acunarla en mis brazos, también estuviera acunando todo el dolor que había acumulado en estos años de separación.

Su cuerpo temblaba contra el mío, y me aferré a ella con una ternura que desbordaba. La sensación de tenerla de nuevo cerca, de poder ofrecerle un refugio seguro, era agridulce. Aunque nuestro pasado estaba lleno de complejidades, en ese momento, el único sentimiento que predominaba era un profundo deseo de consolarla y protegerla de cualquier dolor adicional.

Laia se hundió en mi cuello, escondiendo su rostro en el calor de mi piel. El contacto de su piel contra la mía, el aroma familiar y reconfortante que emanaba de ella, era un recordatorio de todo lo que habíamos compartido en el pasado. En ese abrazo, sentí una conexión profunda que parecía trascender el tiempo y el espacio. El dolor que había experimentado al verla en ese estado se desvaneció lentamente, reemplazado por un profundo deseo de calmar su angustia y ofrecerle un pequeño rincón de paz.

Mientras me sumergía en el abrazo, empecé a escuchar palabras entrecortadas, apenas audibles entre los sollozos de Laia. Su voz era quebrada, cargada de una desesperación que me rompía el corazón aún más. 

-Lo siento... lo siento tanto... no sé qué hacer... por favor... perdóname...-Repetía, sus palabras entrecortadas por el dolor y el llanto.

El peso de su arrepentimiento me golpeó con una intensidad abrumadora. No era solo el dolor físico el que estaba experimentando; era un dolor emocional que parecía colapsar bajo el peso de la culpa y el arrepentimiento. La forma en que Laia pedía perdón, desesperada por encontrar redención y alivio, me hizo sentir aún más compasiva hacia ella. La conexión entre nosotras, aunque llena de complejidades, era ahora una cuerda de comprensión mutua en medio de nuestra angustia compartida.

-Shh, Laia-murmuré suavemente, tratando de calmarla con palabras que eran tan insuficientes como reconfortantes. Mi voz temblaba con la emoción, pero intenté que fuera lo más serena posible.-No tienes que pedir perdón. Estoy aquí, no estás sola, estoy contigo.

Mientras sus sollozos se convertían en lágrimas silenciosas, me aferré a ella con una intensidad que demostraba cuánto me importaba. Cada movimiento de su cuerpo contra el mío era un recordatorio del dolor y la angustia que estaba soportando, y mi abrazo era el ancla que esperaba ofrecerle un respiro en medio de su tormenta.

La necesidad de consuelo y redención en la voz de Laia era palpable, y me di cuenta de que, en el fondo, su sufrimiento reflejaba una herida mucho más profunda que la que había causado el dolor físico. En ese momento, la urgencia de ofrecerle un refugio seguro era lo único que importaba. Aunque las palabras no podían borrar el pasado ni curar todas las heridas, el simple acto de estar juntas, de ofrecerle un espacio donde pudiera ser vulnerable y encontrar consuelo, era un primer paso hacia la sanación.

El silencio en el abrazo era una mezcla de dolor y esperanza. Laia seguía acurrucada en mi cuello, y el calor de su cuerpo y el peso de su angustia eran un testimonio de la profundidad de su sufrimiento. Aunque el tiempo no podía deshacer lo que había pasado, el consuelo que ofrecíamos mutuamente era un recordatorio de que, incluso en medio de la desesperación, había una chispa de conexión y apoyo.

Mientras la calma se asentaba entre nosotras, me di cuenta de la importancia de este momento para ambas. El abrazo no solo era un refugio para Laia, sino también una oportunidad para mí de ofrecer un poco de paz en medio de una tormenta emocional que, aunque había sido inesperada, me mostró la profundidad de nuestras emociones compartidas. La conexión que habíamos recuperado en ese instante de crisis era un recordatorio de que, a pesar del dolor y la distancia, había un vínculo que aún perduraba.

Laia continuaba aferrándose a mí, su cuerpo relajándose lentamente mientras el llanto se calmaba. A pesar de las circunstancias que nos habían llevado a este punto, el hecho de que hubiera encontrado en mí un lugar seguro, aunque solo fuera por un momento, me ofrecía una sensación de propósito y esperanza. Aunque el camino hacia la curación era incierto, este abrazo compartido era un primer paso hacia una comprensión mutua y una sanación que, con suerte, nos permitiría enfrentar el futuro con un poco más de fortaleza.

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Reencuentro🤗

No de la mejor forma pero a win is a win

¿Que significará este momento para ambas?

𝐁𝐀𝐂𝐊 𝐓𝐎 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora