II

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El sol de la mañana se filtraba débilmente a través de las cortinas de mi habitación, como si intentara hacerme despertar de un sueño tortuoso. La noche había sido larga, y el dolor de la separación de Laia no se había disipado en absoluto. Me sentía como si estuviera atrapada en una nube densa y gris, sin forma de salir. Me levanté con esfuerzo, sintiendo la pesadez en cada movimiento. Cada paso que daba era un recordatorio del vacío que había dejado la partida de Laia.

Mientras me preparaba para el día, mis pensamientos seguían girando en torno a lo que había ocurrido. Me arreglé de manera automática, sin mucho interés en cómo me veía. La rutina matutina que solía ser una parte tranquilizadora de mi día ahora me parecía una carga, un obstáculo entre yo y el dolor que sentía. La idea de enfrentar el mundo fuera de esas cuatro paredes era desalentadora, pero sabía que tenía que seguir adelante.

Al llegar a la ciutat esportiva, me preparé para el entrenamiento con mi equipo. La rutina de ejercicio solía ser una manera de liberar tensiones, pero hoy no podía concentrarme. Cada movimiento, cada ejercicio parecía no tener sentido. Mis compañeras notaron mi falta de energía y mi actitud apagada, pero cuando me preguntaron, solo respondí con evasivas cortas, sin querer abrirme sobre lo que realmente me afectaba.

Después del entrenamiento, intenté llamar a Laia nuevamente. El teléfono sonaba sin respuesta, y mi corazón se hundía cada vez más con cada tono vacío. Me preocupaba que pudiera estar en algún problema, pero mi orgullo y la tensión que había entre nosotras me impedían dejar un mensaje. Mi mente seguía dándole vueltas a las posibles razones por las que no contestaba. ¿Estaría ocupada? ¿O simplemente no quería hablar conmigo? La incertidumbre solo alimentaba mi ansiedad.

Volví a casa con un sentimiento de derrota que no lograba sacudirme. Tenía que llevar a mi perra, Nala, a casa de mi madre, una tarea que solía ser un simple trámite. Pero en mi estado actual, todo parecía una carga. Nala, con su energía contagiosa y su alegría incondicional, parecía el único consuelo en mi vida en este momento.

Cuando llegué a la casa de mi madre, noté algo extraño. El coche de mi madre estaba estacionado frente a la casa, y vi que había más de un vehículo en el lugar. La preocupación se instaló en mí mientras abría la puerta y entraba en la casa.

El ambiente en el interior estaba cargado de una tristeza que me golpeó como una ola. El sonido de sollozos incontrolables llenaba el aire. Mi madre estaba en la sala, abrazando a Sandra, la madre de Laia, que lloraba con una intensidad que me sorprendió. El corazón me dio un vuelco. Algo no estaba bien.

-Mamá, ¿qué pasa?-pregunté, mi voz temblando.

Mi madre, con los ojos llenos de lágrimas y una expresión de profunda preocupación, se volvió hacia mí.

-Alexia hija-dijo, con la voz rota—. Sandra... Sandra está pasando por un momento muy difícil.

Me dirigí hacia ellas con pasos vacilantes. Sandra estaba en un rincón de la sala, con las manos cubriéndose la cara mientras sollozaba. El dolor en su rostro era palpable, y mi corazón se aceleró con una mezcla de preocupación y confusión.

-Sandra, ¿qué está pasando?-pregunté, tratando de mantener la calma a pesar del caos que sentía dentro.

Sandra levantó la vista, sus ojos rojos y llenos de lágrimas. Me miró con una tristeza tan profunda que casi me hizo retroceder.

-Alexia...-su voz era un susurro ahogado- Laia... Laia se ha ido.

Las palabras de Sandra cayeron sobre mí como una lluvia helada. Mi mente se quedó en blanco por un momento, incapaz de procesar la gravedad de la situación. Las lágrimas comenzaron a brotar sin control, y mi corazón se sintió como si se estuviera rompiendo en mil pedazos. El dolor y el shock se mezclaban en un torbellino de emociones.

𝐁𝐀𝐂𝐊 𝐓𝐎 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora