𝐁𝐀𝐂𝐊 𝐓𝐎 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬

XXXIII

El taxi se detuvo frente a la fachada de mi antigua casa en Barcelona, y mientras me bajaba, me sentí envuelta en una mezcla de nostalgia y alivio. La familiaridad del vecindario, con sus calles adoquinadas y los edificios tradicionales, me recibió con un abrazo cálido que contrastaba con el frío y la indiferencia del aeropuerto. Cada rincón me resultaba conocido, como si hubiera estado esperando mi regreso.

Me dirigí hacia la puerta principal, mi corazón palpitando con una mezcla de emociones. Aunque sabía que no tenía las llaves, tenía la esperanza de que la vecina de la casa de al lado, a quien le había confiado una copia en el pasado, pudiera ayudarme. Al llegar a la puerta, tomé una respiración profunda y me dirigí hacia la casa vecina.

El timbre sonó con un eco familiar, y después de unos momentos, escuché el sonido de pasos que se acercaban. La puerta se abrió lentamente y allí estaba la vecina, una mujer mayor de cabello canoso y arrugado, con una expresión de sorpresa al ver a quien había sido una antigua residente.

—¡Laia! —exclamó con asombro y alegría—. ¡Cuánto tiempo sin verte!

Sonreí, sintiendo una mezcla de alivio y gratitud por encontrar a alguien que todavía me recordaba con calidez.

—¡Hola! —dije, tratando de mantener mi tono alegre—. Sí, ha pasado mucho tiempo. Vine para recoger algo. ¿Todavía tienes la copia de las llaves de mi casa?

La mujer asintió, y una expresión de reconocimiento cruzó su rostro.

—Sí, claro, todavía las tengo. Nunca las he movido. Espera un momento, voy a buscarlas.

Me hizo un gesto para que entrara y me condujo a una pequeña mesa en el vestíbulo, donde guardaba las llaves en un cajón especial. Mientras la mujer se movía por la casa, observé el ambiente acogedor de su hogar, lleno de recuerdos y objetos familiares. A pesar de mi prisa, no pude evitar sentir una cálida sensación de conexión con el vecindario que había sido mi hogar durante tantos años.

La mujer regresó con el manojo de llaves en la mano y me las entregó con una sonrisa amable.

—Aquí tienes. Me alegra verte de nuevo, Laia. Espero que todo esté bien.

—Gracias, realmente lo aprecio —dije, tomando las llaves con una mezcla de gratitud y emoción. La sensación de tener acceso a mi antiguo hogar me reconfortó de una manera inesperada.

Con un último adiós y un agradecimiento, me dirigí de nuevo hacia mi casa. La llave encajó perfectamente en la cerradura, y con un giro suave, la puerta se abrió con un chirrido familiar. Al cruzar el umbral, una oleada de recuerdos me golpeó de inmediato.

La casa estaba en un estado de abandono, como si el tiempo se hubiera detenido desde que me fui. El aire estaba cargado de polvo y un ligero olor a humedad, y cada habitación parecía estar envuelta en una capa de tristeza. A pesar de la bienvenida nostálgica, me di cuenta de que había mucho trabajo por hacer.

Me dirigí hacia la sala de estar, donde los muebles cubiertos de polvo y las cortinas arrugadas me miraban como viejos amigos olvidados. A medida que recorría la casa, cada habitación parecía contar una historia de mi vida pasada, llena de momentos felices y también de dificultades. La sensación de regresar a este lugar me llenaba de emociones encontradas, pero sabía que no era momento para quedarse atrapada en el pasado.

El primer paso era poner en marcha una limpieza profunda. Comencé por la sala de estar, sacudiendo el polvo de los muebles y abriendo las ventanas para dejar entrar aire fresco. Con cada movimiento, el espacio comenzó a recuperar algo de su antigua vida. La cocina necesitaba una atención especial; el frigorífico estaba vacío y la despensa llena de alimentos envasados que habían pasado su fecha de caducidad. Limpiar el desorden era una tarea abrumadora, pero sentía que cada acción me acercaba a reconstruir mi vida en este lugar.