XXXII

476 60 19
                                    

La tarde había caído con una suavidad melancólica, el sol se estaba escondiendo lentamente detrás del horizonte, y el cielo se teñía de tonos cálidos que contrastaban con la tristeza que sentíamos. La habitación estaba en un silencio denso, cargado de una angustia que parecía no tener fin. Las maletas estaban listas, las últimas cosas estaban empaquetadas, y la realidad de la separación se sentía abrumadoramente real.

Me encontraba en la habitación de Laia, sentada en el borde de la cama mientras ella se movía por la habitación, recogiendo las últimas pertenencias y preparándose para la partida. Cada movimiento que hacía era un recordatorio tangible de que nos estábamos preparando para decir adiós una vez más. La angustia en mi pecho era casi insoportable, y el simple hecho de ver cómo se preparaba para irse me rompía el corazón en pedazos.

Me levanté y me acerqué a ella, la observé mientras metía algunas cosas en la maleta con manos temblorosas. La tristeza en su rostro era palpable, y cada vez que nuestras miradas se cruzaban, sentía cómo el peso de la separación se hacía más pesado. Las palabras no eran suficientes para expresar todo lo que sentíamos, y en lugar de hablar, nos abrazábamos en silencio, buscando consuelo en la cercanía de la otra.

—No puedo creer que esto esté pasando otra vez —dijo Laia con voz quebrada, mientras se detenía y se apoyaba en la maleta—. Pensé que esta vez sería diferente.

—Yo también lo pensaba —respondí con tristeza—. No quiero que te vayas, pero sé que no hay nada que podamos hacer. Las reglas son las reglas.

El silencio que siguió fue doloroso. Nos sentamos juntas en el borde de la cama, nuestras manos entrelazadas, y la presión de la separación parecía hacer que el aire se volviera más denso. Cada pequeño detalle de la habitación parecía recordar momentos que habíamos compartido, y la idea de tener que dejarlos atrás era casi insoportable.

—Te voy a echar muchísimo de menos—dijo Laia, sus lágrimas comenzando a caer mientras hablaba—. Cada momento contigo ha sido especial, y la idea de no tenerte cerca me duele.

—Yo también te voy a echar de menos —respondí, mi voz apenas un susurro—. Cada momento que hemos compartido ha sido invaluable, y no puedo imaginar mi vida sin ti otra vez.

Nos miramos a los ojos, y en ese instante, las palabras parecían insuficientes. La conexión que compartíamos era profunda, y el dolor de la separación era tangible. Me incliné hacia ella y la abracé con fuerza, sintiendo su cuerpo cálido y familiar contra el mío. Los sollozos se hicieron más fuertes, y nos aferramos la una a la otra, como si intentando retener cada segundo, cada sensación.

—Prométeme que esto no es un adiós definitivo —dijo Laia, su voz temblando mientras hablaba—. Que encontraremos una manera de estar juntas de nuevo.

—Lo prometo —respondí con firmeza, aunque mi voz estaba quebrada por el dolor—. Haremos lo que sea necesario para estar juntas. Esto es solo un hasta luego, no un adiós para siempre.

Laia asintió, y nuestras lágrimas se mezclaron mientras nos abrazábamos. La intensidad de la despedida era casi abrumadora, y sentía cómo cada rincón de mi ser estaba roto por el hecho de tener que separarnos nuevamente. A pesar de todo el dolor, había una chispa de esperanza en nuestras promesas mutuas, una promesa de que encontraríamos una manera de superar este obstáculo y de estar juntas de nuevo.

Finalmente, nos separamos y comenzamos a prepararnos para el momento de la partida. Mientras recogía las últimas cosas, Laia se dirigió hacia la puerta y se volvió hacia mí, su mirada llena de tristeza pero también de amor. Me acerqué a ella y le di un último beso, un beso lleno de toda la emoción que no habíamos podido expresar con palabras.

𝐁𝐀𝐂𝐊 𝐓𝐎 𝐘𝐎𝐔-𝐀𝐥𝐞𝐱𝐢𝐚 𝐏𝐮𝐭𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora