Capitulo 62

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Rectificando.

Ian.

Despierto a las ocho de la mañana, con la cabeza aturdida, dándome sacudidas violentas que consiguen marearme cuando saco el cuerpo de la cama, con los ojos aún pesados por el sueño y la jaqueca, me arrastro hacia la mesa tapizada con el enorme espejo delante, en la madera pulimentada reposa la medicina que lleva menguando mis dolores y males todos estos meses.

Destapo la botella de whisky y me doy un largo trago, sintiendo el leve ardor que recorre mi garganta y la sacudida que da mi estómago en protesta, llevo dias alimentándolo con café y bebidas alcohólicas, sustentandome con algunos bocadillos que no son más que aperitivos para no caer en un sueño profundo por la falta de nutrientes en mi sistema.

Ahí frente al espejo observo en lo que me he convertido, ya no queda ni rastro de aquel empresario, el futuro de los mejores futbolistas del país, el hombre atractivo que con una sonrisa tímida hacia suspirar a más de una chica, en su lugar se a quedado un hombre con el alma devastada, con el corazón roto sin remiendos, una espesa barba me adorna el rostro, las ojeras debajo de mis párpados hace notar el cansancio y la falta de sueño en mí.

Mis pensamientos vuelven a tomar vida propia dentro de mí mente, como cada maldito segundo que estoy despierto, termino pensando en ella, imaginandola sonreír, su piel tersa, sus labios llenos, sus ojos esmeralda, sus curvas llamativas, su voz tan dulce, su caminar tan elegante.

Layla.

Musito su nombre a la nada mientras estiro la mano, queriendo alcanzar su silueta que se desvanece ante mí, mis dedos traspasando su rostro, su sonrisa desapareciendo y dejándome con ese sin sabor de no tenerla.

Me duele haberla golpeado, me arrepiento de haberlo hecho, no debí llegar a tanto, pero la rabia fue tan inmensa al descubrir su infidelidad, Claudia me lo había dicho, no quiso decirme quien era el sujeto y cuando descubrí que era él, Daniel, el peor de los mujeriegos, me sentí tan humillado que no controlé mis palabras.

Ahora no sé cómo acercarme a ella después de lo que sucedió, la vergüenza no me deja hacerlo, pero sé que ella no tiene la culpa, es un alma ingenua, inocente, se dejó llevar por un hombre experimentado que llegó antes que yo, que le nublo el juicio.

Ahora me los imagino besandose, el tocando esa piel tan suave, besando esos labios tan dulces, profanando ese cuerpo tan sagrado, corrompiendo esa alma tan pura con promesas vacías y baratas, suplantando mi lugar y la rabia me abarca, quiero golpearlo, quiero dejarle el rostro irreconocible como él me lo dejó a mí, quiero partirle cada uno de sus huesos, quiero verlo agonizar en su propia sangre.

-¡Maldito seas Daniel Frost!

Lanzo la botella con tanta fuerza contra el espejo que muestra el reflejo de un hombre acabado y sufrido que termina quebrandolo.

Los cristales caen al suelo, mi impotencia me hace apretar los puños y gritar, quemando mi garganta con cada grito de dolor, el pecho sube y baja con violencia, mis fosas nasales se dilatan y solo quiero ver a ese maldito hundido, que deje a Layla tranquila, que no la perturbe mas, que no continúe lastimandola y confundiendola.

-Ian, ¿Que sucede cariño?

Escucho a mi madre del otro lado de la puerta y tiro con rabia de los mechones crecidos de mi cabello que llegan más abajo de mis orejas.

-Estoy bien.

-Abreme por favor.

-¡No quiero hablar con nadie, vete!

Silencio, luego sus pasos alejándose de la puerta, me dejo caer en la cama, sosteniendo mi cabeza entre las manos, dejando que las tan conocidas lágrimas se deslicen silenciosas por mis mejillas.

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