Capitulo 4

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¿Quien eres y que quieres?

Layla.

La alarma me saca a tiempo de la cama, voy a la cocina y ya mi madre está sirviendo el desayuno, me acomodo en la isla y coloca frente a mi un plato con tostadas, mantequilla y una taza de chocolate caliente.

Me preparo mentalmente mientras desayuno, desde hoy comienza el entrenamiento duro, el torneo es dentro de cuatro días.

Termino de desayunar y alistarme y salgo al garaje despidiendome de mi madre, abordo mi auto dirigiéndome a la Academia y como nunca antes las calles están llenas de personas que van de un lado a otro, coches estacionados que suenan el claxon para que los de alante se den prisa.

Me desvío de la carretera principal buscando la autopista, llego a la Academia sorprendentemente a tiempo, estaciono al lado del auto de Elena, dejo mis cosas en el casillero y me quedo con el uniforme de entrenamiento que consiste en pantalones negros ajustados, botas militares hasta media pierna del mismo color y una blusa blanca de tirantes.

El gran moño alto teñido de negro se mese hacia los lados según camino, atravieso la puerta trasera saliendo al campo lleno de soldados, no es hasta que llego al césped que me doy cuenta cuan sudada están mis manos, estoy ansiosa y nerviosa, la llegada del número uno me tiene en estas condiciones, quiero conocerlo, verle el rostro, saber a quién me enfrento, no es menos cierto lo que dijo Esteban, esto no es una competencia y menos con un aliado, pero este es el legado que me ha dejado mi familia y el sueño de mi padre es verme llevar esta Academia honradamente como mi abuelo y él lo hicieron.

Hace cinco años estoy esperando este gran día, el momento de conocerlo, de ponerle cara a ese hombre tan habilidoso.

Llego hasta mis compañeros llena de orgullo y más de un soldado voltea a verme, no me sorprende, siempre pasa, al principio me molestaba pero luego me fuí acostumbrando, tienes que acostumbrarte cuando eres la primera mujer en entrar a una Academia con ochenta hombres corpulentos y machistas.

–Buenos días señorita Layla. —me saluda el jardinero y le devuelvo el saludo con la misma amabilidad.

–¡Lombardi! —ruge Esteban a mi lado y volteo.

–¿Si señor?

–¡Deja de perder el tiempo y busca tu armamento que ya es tarde!

Asiento y me devuelvo, se nota que hoy está de mal humor aunque quizás el no haberlo llamado para decirle que no acudiría a su cita tenga algo que ver con su mal genio.

–¡Lombardi! —se exaspera y volteo los ojos antes de girarme. –Tambien trae a los nuevos reclutas que esperan en el gimnasio. —demanda.

–Capitán, no soy teniente, no soy capitana, solo soy un soldado.

–Sin reclamos, que soy tu superior, tienes diez minutos. ¡Muévete!

Entre maldiciones me volteo.

—¡Maldito mal nacido! —susurro con la cabeza gacha y choco con el hombro de alguien. –Disculpe no fue mi intención, yo...

El desconocido no se detiene y extrañamente se me hace familiar, lleva el cabello negro peinado hacia atrás, gafas de sol, pantalón negro, el mismo de la Academia y un pulovert blanco que le deja al descubierto los tatuajes de los brazos, el pantalón se le pega a las piernas torneadas y las botas a media pierna es el toque final para hacerme soltar un suspiro.

Lo pierdo de vista cuando cruza el gran marco de la puerta y yo sigo mi camino, recojo a los nuevos reclutas, paso por mi armamento y me reúno con Esteban en el campo.

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