Capitulo 61

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Todo salió mal.

Layla.

Despierto y me estiro perezosa en la cama, tallando mis ojos en el proceso, los rayos matutinos que se cuelgan por la ventana me hacen entrecerrar los ojos por varios segundos, parece una hermosa mañana, hasta que recuerdo que esta mañana es solo el comienzo de un día lleno de confesiones y reacciones negativas, entonces toda la alegría por un día tan hermoso se esfuma y el arrepentimiento llega a mí al observar al hombre que yace rendido a mi lado.

Cierro los ojos, evocando la noche de ayer, cuando llegué a casa.

Me di una ducha y me coloque la diminuta bata de seda negra, me tumbé en el sofá, ideando la manera y palabras correctas de contarle todo a Ian al día siguiente, el merecía saber la verdad, estaba inmiscuida en mis pensamientos cuando el timbre me hizo levantarme para abrir la puerta.

Ahí estaba Daniel, con la ropa desaliñada y una botella de Jack Daniels en la mano, su cabello desordenado más de lo habitual, su rostro contraído y una notoria venita de molestia le resaltaba en la frente.

Sin esperar mi invitación se arrastró al interior de mi casa, casi cayendo encima de mí.

–Eres una inmadura e irracional. —soltó arrastrando cada sílaba entre sus dientes. –¿Te crees con el poder suficiente de dejarme? No puedes hacer eso, ¿Cómo serías capaz de dejarme?

Lo miré ceñuada, ahí estaba una vez más, actuando como un humano funcional y eso me debilitaba, así que cuando juntó nuestros labios en un beso cargado de desesperación y deseo, no tuve más intención que la de corresponderle, hundir mis manos en su cabello y alborotarlo más de lo que ya estaba, deshacerme de su camisa y sentir el calor que emanaba su pecho, fundirme con él en el placer y la desesperación que ambos irradiabamos.

Terminamos en mi cama, frente a frente, él cayó dormido en minutos y no me dormí en un largo rato, apreciando cada línea facial, cada contorno, su mandíbula marcada, sus labios suaves e hinchados naturalmente, su nariz pequeña, las largas pestañas que daban cobijo a los orbes negros que cargaba por ojos.

Verlo dormir me daba tanta paz, escuchar su respiración serena, su rostro relajado, no era la mejor manera de alejarme, pero necesitaba de ese hombre tanto como respirar.

Ya en la realidad del momento, muevo su mano que se encuentra abrazando mi abdomen, lo hago con cuidado de no despertarlo y me escurro hacia el baño.

Me doy una ducha rápida y envuelta en un albornoz bajo las escaleras para preparar el desayuno.

Me sumerjo en la cocina, preparando las tostadas, y sirviendo el jugo, el sonido de la cafetera me avisa que el café ya está listo y lo sirvo en dos tazas de cerámica negra, llevo todo a la mesa, tostadas, jugo, café, mantequilla, frutas picadas en cubitos, leche fría y nata.

Mi trayectoria de vuelta a la habitación para despertar a Daniel se ve interrumpida abruptamente, el timbre acaba de sonar, mi cuerpo se congela, pensando en quien podrá ser, me quedo estática, sosteniendo el pasamanos de la escalera, con el corazón detenido en el pecho.

Suena dos veces más y me encamino a la puerta, puedo fingir que no estoy, Pero también está el riesgo de que Daniel despierte por el ruido y baje.

Así que tomando una respiración profunda me atrevo a abrir la puerta, una corriente eléctrica me recorre desde los pies hasta la cabeza, Ian, con ojeras notorias, barba crecida de unos cuántos días, desaliñado y con cara de enfado me espera del otro lado.

–¡Ian! —pronuncio su nombre sorprendida por su aspecto.

–Si, el mismo, aunque no lo parezca.

–¿Cómo estás? —pregunto y chasquea la lengua.

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