Capitulo 6

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Perdidos.

Daniel.

Llevamos dos horas en la carretera y ni idea de donde pueda ser la casa de Layla, estamos más que perdidos, ella se quedó dormida y desde entonces andamos dando vueltas por las calles de Witko buscando la dichosa casa.

Me paso la mano por la cabeza que ha comenzado a doler, mis ojos caen sobre la mujer de cabello teñido acostada en el asiento trasero del carro.

Parece una niña pequeña dormida, los labios ligeramente despegados, el vestido se le ha subido un poco dejandome ver las bragas de encaje que trae puesta, la trenza ya se ha desarmado y algunas hebras oscuras le caen por toda la cara.

Me canso de dar vuelta y en la primera calle desolada que encuentro me estaciono a esperar que la bella durmiente ebria despierte y me diga dónde es su casa.

La esperanza vuelve a mi cuerpo cuando se remueve en el asiento pero se va tan rápido como llego al ver que solo se ha quitado el abrigo dejando ver medio pecho, no lleva sostén y eso solo me pone a pasar saliva al imaginarme uno de sus pechos en mis manos, como marcaría esa piel tan pálida con mis fuertes agarres.

Mi mano viaja a mi entrepierna y acaricio la erección sin dejar de repararla, esa respiración pausada, los labios llenos y rosados por naturaleza me hacen querer besarlo y a su vez sus pechos grandes y redondos me piden a gritos que me prenda de ellos.

Libero el falo que reluce en mi mano con las venas marcadas e hinchadas, lo pienso por varios minutos convenciendome de que no debo hacerlo, pero quiero, quiero masturbarme acariciando su piel para luego correrme en su rostro, no lo pienso más y comienzo a masajear la erección de arriba hacia abajo, el corazón me galopa y la saliva se vuelve liviana.

Mis ojos no se despegan de su anatomía y confieso que quisiera verla prendida de mi verga, enredar su cabello en mis manos y follarle la boca sin compasión alguna, sujetar sus caderas fuertemente y montarla en cuatro, la sangre se concentra en un solo punto y la presión me obliga a masturbarme más de prisa.

Me imagino que es ella quien hace maravillas con sus manos y jadeo sin importarme despertarla cuando el derrame me empapa la mano, me limpio aún con la respiración agitada, el sudor corre por mi frente y nuca y lo seco.

Guardo la verga y me recuesto al asiento cerrando los ojos, los minutos pasan y no es hasta que la siento sentarse que abro los ojos.

–¿Qué hora es? —pregunta somnolienta.

Está sentada con el cabello revuelto y el maquillaje corrido y aún así no deja de verse hermosa, ya la conocía de antes, mucho antes de esa cena, Ernesto conoce a mis padres y abuelos, ella salía en todos los periódicos privados, la hija del gran Ernesto Lombardi y nieta del gran narcotraficante que fundó la Academia de la que ahora es dueño su hijo, ella a seguido los pasos de su padre siendo la mas destacada, ví sus fotos, me pareció sumamente hermosa, pero el día del restaurante quedé embobado con esos ojos verdes esmeralda, esa figura esbelta, su cintura diminuta, esos labios que piden que los beses, su trasero redondo y sobre todo las tetas de infarto que se carga.

–Ya son las cuatro de la mañana. —me aclaro la garganta y ella se soba la cien.

–¡Joder ya debería estar en mi casa! —se acomoda el vestido y mira el asiento manchado de vómito con aire preocupado.

–¿Puedes recordar dónde vives? —pregunto antes de que comience a disculparse por algo que ya está hecho.

Asiente y me pasa la dirección, la coloco en el GPS y conduzco hasta su casa, no abro la boca durante todo el camino, no es que hable mucho pero sé que si la miro o digo algo terminaré diciendo algo fuera de lugar.

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