Capítulo 49: La Unión Bajo las Estrellas

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Los días posteriores al segundo beso entre Aegon y Lucenya fueron diferentes. La tensión que solía envolverlos había comenzado a disiparse, reemplazada por una cercanía que ambos aceptaban lentamente. Baelor, inocente en su pequeño mundo, parecía ser el hilo que los unía, pero ahora había algo más: una comprensión mutua que se había forjado en las llamas de la adversidad.

Sin embargo, el conflicto más grande no había desaparecido. Mientras la vida en la Fortaleza Roja seguía su curso, las noticias de Rocadragón llegaban con mayor frecuencia. Rhaenyra consolidaba sus fuerzas, y Jacaerys, según los espías, había liderado un ataque exitoso contra las líneas de suministro de los Verdes.

Aegon, convocado nuevamente al consejo, escuchó con seriedad los informes de guerra. Alicent, siempre alerta, lo miraba con expectación.

— Debemos responder, Aegon — insistió ella. — Si dejamos que sigan ganando terreno, perderemos el control del Trono de Hierro.

Otto Hightower, tan pragmático como siempre, apoyó a Alicent.

— La próxima jugada es crucial, majestad. No podemos permitir que los Negros sigan ganando alianzas.

Aegon asintió, pero sus pensamientos estaban divididos. Sabía que cada decisión que tomara afectaría a Lucenya, y aunque ella no lo decía, podía sentir su preocupación.

Aemond, quien había permanecido en silencio, finalmente habló.

— Atacaremos Rocadragón directamente. Si debilitamos su fortaleza principal, el resto caerá.

Aegon lo miró, incómodo con la idea. Un ataque directo podría poner a Rhaenyra, y por ende a Lucenya, en una posición aún más precaria.

— Consideraré todas las opciones — respondió, cerrando el tema con un tono firme.

Mientras el consejo discutía estrategias, Lucenya estaba en los jardines con Baelor. El niño, ahora más firme en sus pasos, corría entre las flores, riendo con alegría. Lucenya lo observaba con una mezcla de amor y preocupación.

Aegon se acercó a ellos poco después, su expresión más relajada al verlos.

— ¿Te molesto? — preguntó con una sonrisa tenue.

— Nunca cuando estás con Baelor — respondió ella, sonriendo de vuelta.

Aegon se unió a ellos, levantando a Baelor en brazos y girándolo en el aire, lo que provocó risas llenas de felicidad. Lucenya los observó, sintiendo una calidez que hacía mucho no experimentaba.

— A veces desearía que el mundo fuera solo esto — murmuró Aegon, bajando a Baelor y mirándola directamente.

— ¿Qué quieres decir?

— Tú, Baelor, y yo. Sin guerra, sin intrigas... solo nosotros.

Lucenya lo miró en silencio. En su interior, sabía que esa visión era un sueño, pero una parte de ella comenzaba a desearlo también.

Esa noche, mientras Lucenya acunaba a Baelor para dormir, Aegon la visitó nuevamente. Esta vez, su expresión era seria, pero había una ternura en sus ojos que la desarmó.

— Quiero que sepas algo — comenzó, deteniéndose junto a ella.

— ¿Qué cosa? — preguntó Lucenya, dejando al pequeño en su cuna y volviéndose hacia él.

— No importa lo que pase, no importa lo que digan o hagan, siempre estaré a tu lado. Tú y Baelor son lo único que importa para mí.

Lucenya sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas. Había esperado tanto para escuchar algo así, pero nunca imaginó que vendría de Aegon.

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