Capítulo 43: El Peso del Futuro

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Los días se convirtieron en semanas, y el vínculo entre Aegon y Lucenya comenzó a evolucionar de formas inesperadas. Aunque ella aún se resistía a entregarle su confianza completamente, había momentos en los que la convivencia se sentía menos como un castigo y más como una tregua. Aegon, por su parte, no dejaba de intentar conquistarla, pero lo hacía de manera cuidadosa, dejando que fuera ella quien diera pequeños pasos hacia él.

Una tarde, mientras Lucenya descansaba en su habitación, una criada entró apresurada, llevando un cuenco de fruta fresca. La joven mujer titubeó antes de hablar, como si temiera las palabras que estaba a punto de pronunciar.

— Mi señora, he oído rumores… rumores de que el maestre está convencido de que el bebé será fuerte y sano, gracias a vuestra buena salud. — Su voz bajó un poco, como si temiera ser escuchada. — Algunos en la corte también murmuran que el rey está más feliz de lo que ha estado en mucho tiempo, creyendo que este niño cambiará todo.

Lucenya tomó una pieza de fruta y la giró en sus manos mientras reflexionaba sobre esas palabras. No respondió, pero el comentario la dejó inquieta. No podía ignorar que Aegon estaba depositando todas sus esperanzas en ese bebé, en un futuro que ella aún no podía visualizar con claridad.

Esa noche, mientras acariciaba su vientre en la soledad de su alcoba, un pensamiento inquietante cruzó su mente. ¿Y si Aegon tenía razón? ¿Y si este bebé realmente podía unir lo que estaba roto? Pero… ¿a qué precio?

En otro rincón de la Fortaleza Roja, Aegon caminaba hacia los jardines con una decisión en mente. Había encargado a los mejores artesanos de la ciudad la confección de un regalo especial para Lucenya. Cuando llegó al pabellón donde ella solía sentarse, la encontró leyendo un libro que parecía mantenerla absorta. Al notar su presencia, Lucenya levantó la vista, sus ojos reflejando una mezcla de curiosidad y cautela.

— ¿Qué haces aquí? — preguntó ella, cerrando el libro lentamente.

Aegon, sin responder de inmediato, se acercó y le extendió una pequeña caja de madera. Lucenya la miró con recelo antes de tomarla. Dentro, encontró un colgante de oro delicadamente trabajado, con una piedra azul que brillaba bajo la luz del sol.

— Es para ti — dijo Aegon con una sonrisa tímida. — La piedra simboliza la fuerza. Pensé que… te representaba.

Lucenya sostuvo el colgante en su mano, sus emociones divididas entre la sorpresa y la confusión. No podía negar que el gesto era genuino, y que la elección de la joya parecía tener un significado más profundo de lo que él dejaba ver.

— Gracias — murmuró, bajando la mirada.

Era un pequeño paso, pero para Aegon, significaba el inicio de algo más grande. Él no presionó más; sabía que debía dejar que el tiempo y sus acciones hablaran por sí mismos.

Mientras tanto, lejos de la Fortaleza Roja, Jacaerys intentaba concentrarse en la guerra. Pero la noticia del embarazo de Lucenya, y la proclamación de Aegon como el padre, seguían atormentándolo. Cada vez que intentaba enfocarse en las estrategias o en liderar a sus hombres, el recuerdo de Lucenya lo asaltaba, impidiéndole encontrar la paz.

Una noche, mientras bebía solo en su tienda de campaña, Daemon entró sin previo aviso. Su tío lo miró con desaprobación, pero también con algo de comprensión.

— No puedes permitirte este lujo, muchacho — dijo Daemon, con tono severo. — El reino necesita un líder, no a un hombre roto por una mujer que ya no está aquí.

— ¿Y qué harías tú, Daemon, si fuera Rhaenyra? — replicó Jacaerys, levantando la mirada con furia. — ¿Si alguien la tomara de ti y te hiciera creer que ya no le importas?

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