El eco del viento resonaba en las torres de Rocadragón. Las olas golpeaban con furia contra las rocas negras, como si compartieran la rabia y el dolor que consumían a Lucenya Velaryon. Desde aquel fatídico día, su mundo había colapsado. La muerte de su hermano Lucerys y la pérdida de su hijo no nacido, Baelor, habían desgarrado cada fibra de su ser.Durante días enteros, Lucenya permaneció enclaustrada en sus aposentos. Apenas comía, apenas hablaba. Cada rincón de la habitación le recordaba lo que había perdido: el lecho donde soñó con un futuro, el pequeño cofre donde guardaba la túnica que mandó a bordar para su bebé, las cartas de Lucerys, escritas con la caligrafía torpe de un adolescente. Ahora, todo parecía pertenecer a una vida que ya no le correspondía.
En las noches, cuando el silencio era más pesado, su mente la traicionaba. Pensamientos oscuros se arrastraban hacia ella como serpientes venenosas, susurrándole que el único alivio a su dolor estaba en el olvido definitivo. Se preguntaba cómo sería saltar desde las alturas de Rocadragón y dejar que las olas la tragaran. ¿Sería rápido? ¿Doloroso? ¿Habría paz después?
"Lucerys está muerto. Baelor nunca llegó a vivir. Yo soy lo único que queda... y no sé si quiero seguir siendo."
En una ocasión, en la penumbra de su soledad, había tomado la pequeña corona de plata que había mandado a hacer para Baelor. Sus dedos la recorrieron con cuidado, como si al sostenerla pudiera sentir el peso del hijo que nunca acunó. Mientras lloraba en silencio, la idea surgió: usar los bordes afilados para terminar con todo. La mantuvo contra su piel, sintiendo el frío del metal, y cerró los ojos.
Pero algo la detuvo. La imagen de los ojos de Jacaerys, desesperados, llenos de amor y culpa, apareció en su mente. "No importa cuán oscuro sea el camino, siempre lo recorreremos juntos." Había prometido no rendirse, no dejarlo solo. Pero ahora sentía que incluso esa promesa era un peso más, una carga que no estaba segura de poder soportar.
Cuando Jacaerys entró en sus aposentos aquella noche, la encontró sentada junto a la ventana, mirando el horizonte. La corona de Baelor aún estaba en sus manos, pero la había dejado caer sobre su regazo, como si careciera de fuerzas para continuar lo que había empezado.
-Lucenya... -dijo él, su voz temblorosa, llena de preocupación-. No puedo seguir viéndote así. Esto nos está rompiendo.
Ella no apartó la mirada del horizonte, pero sus dedos juguetearon con la corona en su regazo.
-¿Rompiendo? -repitió con una amargura helada-. Jacaerys, ya estoy rota. No queda nada que salvar.
Él dio un paso hacia ella, intentando ignorar el nudo en su garganta.
-Perdimos tanto... Pero si te pierdo a ti, no sé si podré soportarlo.
Lucenya finalmente lo miró. Sus ojos estaban vacíos, como si la chispa que siempre los iluminó se hubiera extinguido.
-¿Y tú crees que yo puedo soportarlo? -preguntó con un filo cortante-. Lucerys está muerto. Baelor nunca vivió. Cada vez que cierro los ojos, los veo, Jace. Los veo... y los escucho. Y pienso que tal vez... tal vez debería estar con ellos.
Sus palabras fueron como un puñal directo al corazón de Jacaerys. Él se arrodilló frente a ella, tomando sus manos, pero notó cómo Lucenya se tensaba ante su toque.
-No hables así... Por favor, no hables así -suplicó, su voz quebrándose-. Lucenya, tú eres lo único que me queda. Si te pierdo...
Ella retiró las manos con delicadeza, pero firme.
-Ya me perdiste, Jacaerys. Yo ya no estoy aquí.
Él quiso abrazarla, sostenerla, pero dio un paso atrás. La culpa lo retenía. ¿Cómo podía consolarla cuando él mismo sentía que había fallado?
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Crowns Of Fire
Science FictionUna historia de dolor, redención y el futuro de la Casa Targaryen. En medio de la guerra y la traición, Lucenya debe encontrar la paz para su corazón dividido, mientras el destino de su familia y su legado penden de un hilo.