Capítulo 42: Entre Muros y Corazones

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El viento soplaba con fuerza en las murallas de Rocadragón, mientras Jacaerys observaba el horizonte, su mente sumida en pensamientos confusos. La noticia había llegado como un golpe helado: Lucenya había contraído matrimonio con Aegon, el hermano de su madre, y estaba embarazada de él. Al principio, pensó que podía ser algún tipo de rumor infundado, pero cuando las palabras fueron confirmadas por las bocas de sus propios aliados en Desembarco del Rey, el mundo de Jacaerys comenzó a desmoronarse.

Lucenya, su Lucenya, la mujer que había sido su compañera, su amiga, su amante, ahora estaba atada a Aegon, el hombre que había contribuido a separarlos, quien la había mantenido lejos de él y que, ahora, la había obligado a convertirse en su esposa. El bebé que llevaba en su vientre era de él, o al menos, así lo había afirmado Aegon en su declaración pública. Pero Jacaerys no lo sabía, no lo entendía. ¿Cómo había llegado a esta situación? ¿Cómo pudo Lucenya alejarse tanto de él?

La angustia lo consumía, y la duda se asentó como una sombra en su corazón. ¿Había sido su error? ¿La había dejado escapar, en sus propios intentos de rescatarla, sin comprender realmente lo que pasaba? ¿Por qué no había luchado más, por qué no había sido más valiente al defenderla contra todo y contra todos?

La verdad que el destino parecía ofrecerle era mucho más cruel de lo que había imaginado.

Jacaerys ya no escuchaba las estrategias de guerra. Los planes de batalla se sucedían, pero su mente estaba lejos de allí. Los informes sobre los movimientos de las tropas enemigas, la coordinación de los Dragones, la logística de la guerra, todo eso lo tenía atorado en su mente como ecos distantes. Su corazón no podía dejar de volver a la figura de Lucenya, a la noticia que había roto cualquier intento de seguir adelante.

Por un momento, uno de los comandantes le dirigió una pregunta sobre el despliegue de las fuerzas para un ataque cercano al sur. Jacaerys levantó la mirada, su rostro grave, pero sus pensamientos aún con ella.

— No me importa — respondió con voz fría, su mirada perdida. — ¿Cuánto tiempo más debemos esperar?

El comandante intercambió miradas con los demás. Jacaerys nunca había hablado así, nunca había mostrado tal desgana. No era solo el dolor de su corazón el que lo acosaba; era la rabia de la impotencia, la frustración de no poder hacer nada por Lucenya.

Todo parecía un juego que ya no podía ganar.

Mientras tanto, Aegon vivía sus propios dilemas. Había proclamado su paternidad sobre el hijo de Lucenya, y lo había hecho sin ningún remordimiento. Pero el amor que sentía por ella no era una mentira, al contrario. Aegon quería creer que Lucenya estaba comenzando a ver en él algo más que una cadena, algo más que un secuestrador. A pesar de la tensión en su relación, él confiaba en que su promesa de ser un padre y esposo adecuado llegaría a ella.

Sin embargo, había algo que se le escapaba: Jacaerys. El amor que ambos compartían, y que, aunque ahora parecía diluido por la distancia y la traición, aún estaba presente en sus corazones, aunque no lo reconocieran de la misma forma.

En Rocadragón, la verdad atormentaba la cabeza de Jacaerys

Pasaron los días, y Jacaerys continuaba su lucha interna. La guerra ya no le importaba, al menos no como antes. El peso de la guerra por el trono se sentía insignificante comparado con el vacío que sentía en su pecho. Estaba decidido a olvidar a Lucenya, pero su amor por ella lo arrastraba una y otra vez.

Finalmente, cuando ya no pudo seguir ignorando la verdad, Jacaerys se encontraba en su habitación, solo, como muchas veces lo había estado en los últimos días. Abrió una carta que había recibido de un mensajero, y lo que leyó lo golpeó aún más fuerte que las noticias anteriores.

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