Capítulo 30: Cielos Rojos

40 4 2
                                    


El rugido de los dragones cortaba el aire mientras las alas de Drakar y Vermax surcaban los cielos. Lucenya lideraba el vuelo, con Jacaerys a su derecha. A lo lejos, el gigantesco Vhagar era un espectro oscuro contra el resplandor de las nubes teñidas por el sol naciente. El viento helado mordía sus rostros, pero Lucenya no mostró señal de vacilación.

Jacaerys rompió el silencio, su voz tensa.

-Si algo va mal, regresa a Rocadragón. Prométemelo, Lucenya.

Ella apenas lo miró, enfocada en el horizonte.

-No hagas promesas que no puedes cumplir, Jace, y no me pidas lo mismo.

Cuando finalmente divisaron a Aemond y Vhagar, los dragones se prepararon para el enfrentamiento. Vhagar giró en el aire, desplegando sus inmensas alas como una sombra que cubría todo a su paso. En la silla de montar, Aemond los esperaba, su parche cubriendo el ojo perdido y su melena plateada ondeando al viento. Pero al ver a Lucenya, algo en su postura cambió.

Ella también sintió ese peso en su pecho, un eco de los días pasados, cuando Aemond era más que un enemigo. Había sido como un hermano, una figura familiar con la que había compartido risas y secretos en la Fortaleza Roja. Pero eso fue antes. Antes de que Lucerys cayera, antes de que la sangre los separara.

-¡Lucenya! -gritó Aemond desde lo alto de Vhagar, su voz profunda resonando como un trueno-. No tienes que hacer esto.

Ella tiró de las riendas de Drakar, posicionándose frente a él, mientras Jacaerys daba un rodeo para flanquear a su tío.

-¡Te atreves a hablarme como si hubiera elección! -respondió Lucenya, su voz llena de ira y algo más profundo, un dolor que aún no había sanado-. ¡Tú elegiste esta guerra, Aemond!

Vhagar rugió, pero Aemond levantó una mano, controlándola.

-No elegí esto -dijo, con una honestidad que Lucenya no esperaba-. Nunca quise que Lucerys muriera, Lucenya. Fue un error.

El silencio que siguió fue ensordecedor, roto solo por el batir de las alas de los dragones. Jacaerys, escuchando desde su posición, se tensó, listo para atacar en cualquier momento.

-Un error -repitió Lucenya, su voz teñida de incredulidad y rabia-. ¿Crees que un error puede justificar la vida que arrebataste? ¿El dolor que causaste?

Aemond apretó las riendas de Vhagar, su expresión oscura.

-He cargado con ese peso desde entonces. No hay un solo día en el que no vea su rostro, en que no me arrepienta de lo que hice. Pero tú... tú sabes que no quería dañarte. Nunca a ti.

La furia de Lucenya flaqueó por un momento, mientras el eco de sus palabras resonaba en su mente. Aemond siempre había tenido una conexión con ella, una cercanía que ni siquiera la guerra había logrado borrar del todo. Pero ahora, todo lo que había entre ellos estaba manchado de sangre.

-Lo que querías o no querías no importa, Aemond -dijo finalmente, con una dureza que ocultaba el nudo en su garganta-. Lo que importa es lo que hiciste. Y esta guerra no acabará mientras sigas respirando.

Drakar rugió y se lanzó hacia adelante, pero Vhagar, con su tamaño descomunal, se movió con rapidez sorprendente, esquivando el ataque inicial. Jacaerys aprovechó el momento para atacar desde un costado, lanzando llamas hacia el flanco de Vhagar, pero Aemond estaba preparado, guiando a su dragón fuera de su alcance.

-¡Lucenya, basta! -gritó Aemond mientras luchaba por controlar a Vhagar-. ¡No tienes que hacer esto!

-¡Tú me quitaste la paz, y ahora vienes a pedirme que me detenga! -rugió Lucenya, sus ojos ardiendo con lágrimas que no caían.

Crowns Of Fire Donde viven las historias. Descúbrelo ahora