Capítulo 51: La Esperanza que Crece

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El embarazo de Lucenya avanzaba con rapidez, y con él, la conexión de Aegon con el bebé que crecía dentro de su esposa. Aunque su relación había comenzado con dudas y tensiones, ahora todo parecía haber cambiado. Aegon estaba completamente comprometido con ella y con su familia, dispuesto a dar todo lo que tenía para asegurarse de que Lucenya y sus hijos estuvieran a salvo y felices.

A pesar de las presiones de la guerra y los asuntos de estado que lo mantenían ocupado, Aegon encontraba momentos para estar cerca de Lucenya, y lo hacía con una devoción que sorprendía incluso a él mismo. Durante las noches, cuando el castillo caía en silencio, Aegon se sentaba junto a la cama de Lucenya, acariciando suavemente su vientre.

- Hola, pequeño o pequeña - susurraba con una sonrisa, mirando la pancita de Lucenya que ya se notaba más prominente. - Si eres un niño, te llamaré Maegor, para que recuerdes que, aunque este mundo está lleno de sombras, siempre habrá algo de luz en tu interior. Pero si eres una niña... - pausó por un momento, acariciando el vientre con más ternura aún - te llamaré Jaehaera, como una reina que sobrevive en un mundo de fuego y sangre.

Lucenya observaba con una mezcla de asombro y cariño cómo Aegon hablaba con su hijo o hija, su tono suave y lleno de una emoción que ella no había visto antes. No era solo un esposo preocupado, sino un hombre completamente rendido ante la idea de ser padre, dispuesto a proteger a ese bebé con toda su alma.

- ¿Tú también tienes una favorita? - preguntó Aegon, con una sonrisa traviesa, aunque su mirada estaba llena de amor.

Lucenya no pudo evitar reír suavemente, sabiendo cuán importante era para él involucrarse en cada aspecto del embarazo.

- Maegor... - dijo pensativa. - Si es un niño, me gusta ese nombre. Es fuerte, como el reino necesita ser. Y Jaehaera... - sonrió, tocándose el vientre suavemente - Es tan delicado, tan lleno de historia... Quizás sea una niña que nos enseñe a ser valientes a su manera.

Aegon asintió, complacido con su respuesta, pero también consciente de lo difícil que sería para Lucenya enfrentar el futuro con todo lo que eso implicaba. Sin embargo, su deseo de hacerla sentir segura y querida nunca había sido más firme.

A lo largo de los meses, Aegon se convirtió en el pilar de apoyo de Lucenya. Se aseguraba de que descansara lo suficiente, le traía flores para alegrar sus días, y, aunque su vida era a menudo agitada por las demandas del reino y las batallas de poder, siempre encontraba tiempo para hacerla sentir especial.

Una tarde, Lucenya se encontraba descansando en su habitación, mirando por la ventana, cuando Aegon entró con una bandeja de frutas frescas y una copa de vino.

- He estado pensando en ti y en nuestro bebé - dijo mientras se sentaba a su lado, colocando la bandeja sobre la mesa cercana. - Sabes, me cuesta creer que ya estamos aquí, con una familia que hemos formado. No me imaginaba esto cuando te llevé de Rocadragón.

Lucenya lo miró, tocando su pancita con una sonrisa suave.

- Ni yo. Pero me alegra que estemos aquí, juntos. Esto... - dijo, señalando su abdomen - es lo que quiero proteger más que nada.

Aegon la miró con ternura, sus ojos brillando con un amor sincero. No le importaba el pasado, ni las complicaciones que pudieran surgir, porque lo que tenía con Lucenya y el futuro que estaban construyendo juntos era lo único que realmente importaba.

- Lo protegeré con mi vida, Lucenya - dijo con convicción. - Todo lo que tengo, lo pondré a tus pies, por ti y por nuestros hijos.

Mientras los días pasaban, el nombre que Aegon había sugerido para el niño, Maegor, resonaba más en sus pensamientos. En las noches, se encontraba mirando a Lucenya dormida, acariciando su vientre con suavidad y hablando con el bebé, como si quisiera que supiera cuánto lo deseaban, cuánto lo esperaban con los brazos abiertos.

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