Capítulo 35: El Vínculo Perdido

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Los días en la Fortaleza Roja se volvían más largos para Lucenya, atrapada en un conflicto interno que no sabía cómo resolver. La presencia de Aemond, siempre cerca, la confundía más de lo que quería admitir. A pesar de que su captor y enemigo en tantas batallas era ahora alguien que la trataba con una atención desconcertante, algo más allá de las tensiones políticas entre ellos comenzaba a tomar forma.

Una tarde, mientras caminaba por los jardines interiores, Lucenya vio una sombra familiar que se acercaba. Aemond, vestido con su capa negra, caminaba solo entre las estatuas de piedra y los caminos de adoquines. Desde lejos, ella lo observó, notando que su postura era diferente, más relajada que en las confrontaciones anteriores. Había algo de su antigua naturaleza, aquella que tenía cuando eran niños en Rocadragón. Algo que la hizo detenerse un momento, mientras el viento movía suavemente sus cabellos.

Cuando Aemond la vio, su rostro se iluminó con una leve sonrisa, casi tímida. No era la sonrisa de un hombre que quería conquistarla, sino la de un hermano que encontraba consuelo en la presencia de alguien que una vez fue su amigo.

-Lucenya.- dijo Aemond, acercándose con una suavidad inesperada.- ¿Te encuentras bien?

Lucenya le miró por un momento largo, estudiando sus ojos, esa mirada que siempre había sido tan intensa, pero ahora había algo más en ellos. Algo vulnerable. En ese instante, comprendió que no lo veía solo como su captor, o incluso como un hombre que alguna vez había sido su enemigo. Lo veía como el hermano que había perdido en su niñez, el Aemond con el que había compartido tantos momentos inocentes antes de que el reino se desmoronara en una guerra cruel.

-Sí.- respondió ella con una ligera sonrisa, que se sintió extraña, pero natural.- Solo… pensaba en el pasado. En cómo solíamos caminar por estos jardines, como niños, antes de que todo cambiara.

Aemond la observó en silencio, y luego, con un gesto casi tímido, caminó un poco más cerca.- A veces, deseo que pudiéramos retroceder a esos días. A esos momentos en que no había más que… amigos, sin todas las intrigas, sin el dolor que se ha acumulado entre nosotros.

Lucenya lo miró con los ojos entrecerrados.- No sé si puedo olvidar todo lo que ha pasado. Lo que nos han hecho ser ahora.

Aemond asintió, con la mirada distante.- Lo sé. Pero al menos, podemos intentar ser algo más, ¿no? No tienes que verme como Aemond el Targaryen, el que te separó de tu vida. Puedes verme como aquel niño, aquel hermano que alguna vez estuvo a tu lado.

Lucenya lo observó unos segundos más, su corazón conflictuado por las palabras de Aemond. En su mente, las memorias de su infancia salieron a flote: los juegos en el jardín, las largas conversaciones sobre dragones y leyendas antiguas. Aemond había sido su confidente en aquellos días, el hermano que compartía sus sueños sin juicio ni rivalidad.

-Me gustaría poder volver a eso, Aemond. Pero…- Lucenya vaciló, tomando aire.- Es difícil cuando todo lo que he conocido está tan roto.

Aemond la miró con una comprensión profunda en los ojos, sus palabras llenas de sinceridad.- Lo sé. Yo también he perdido mucho. Y aunque mi lealtad ahora está con Aegon, no quiero perder lo que tuvimos.

Lucenya bajó la mirada, sintiendo un nudo en el estómago. Había algo en su corazón que todavía le dolía, algo relacionado con la traición de su esposo y la caída de su familia. Pero al mismo tiempo, una pequeña chispa de consuelo comenzó a formarse al reconocer que Aemond no era simplemente el hombre al que temía, ni el hombre que había apoyado la causa de Aegon en contra de su madre, Rhaenyra.

Ahora, él era más que eso: alguien que, aunque de una manera extraña, había vuelto a ser cercano a ella. Tal vez no era amor, tal vez no era un deseo romántico lo que Aemond despertaba en ella, sino una conexión profunda, como la que podría haber tenido con un hermano.

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