Capítulo 36: La Duda de Lucenya

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Los días se volvían más fríos en Desembarco del Rey, pero dentro de las paredes de la Fortaleza Roja, el calor de las intrigas y los secretos mantenían a todos en constante movimiento. Lucenya, ahora más que nunca, sentía el peso de ser un prisionero en su propio hogar, incluso cuando Aemond intentaba ofrecerle consuelo, ella no podía evitar la sensación de estar atrapada entre dos mundos.

A pesar de la cercanía que había comenzado a sentir por Aemond, algo que le resultaba desconcertante y aterrador, había alguien más que no dejaba de rondar sus pensamientos. Aegon. El rey, su tío, el hombre que la había traído a esa fortaleza contra su voluntad, al que aún odiaba por separarla de su esposo, Jacaerys. Sin embargo, había algo en la mirada de Aegon que despertaba dudas en su corazón, algo que la hacía sentirse confundida cada vez que él se acercaba.

Aegon sabía que, para ganarse su confianza, tendría que hacer más que simplemente pedir perdón o mostrar arrepentimiento. Sabía que Lucenya aún lo veía como su captor, como el hombre que había destrozado su vida. Pero también sabía que el amor que ella aún sentía por Jacaerys, ese amor que parecía inquebrantable, era algo que podía utilizar para hacerla dudar. Y eso, en sus planes, era el primer paso para acercarse a ella.

Una tarde, Lucenya estaba en los jardines de la fortaleza, paseando sola entre los altos árboles que se alzaban como testigos mudos de su sufrimiento. El viento frío acariciaba su rostro, mientras sus pensamientos vagaban, una mezcla de tristeza por su amor perdido y frustración por estar atrapada. Fue en ese momento cuando escuchó unos pasos acercándose, y al volverse, vio a Aegon.

Él venía hacia ella con esa arrogancia natural que siempre lo caracterizaba, pero había algo diferente en su mirada. No era la mirada fría de un rey, ni la mirada calculadora de un hombre de poder. Era una mirada más personal, más humana, algo que, por un instante, hizo dudar a Lucenya.

-Lucenya.- dijo él con una suavidad que rara vez utilizaba.- Sé que te ha sido difícil estar aquí. Pero quiero que sepas que no es mi intención hacerte daño. No más.

Lucenya frunció el ceño, cruzando los brazos sobre su pecho.- ¿Y qué quieres de mí, Aegon? ¿Que te perdone por traerme aquí a la fuerza? ¿Que olvide todo lo que me has arrebatado?

Aegon dio un paso hacia ella, sin apartar la mirada.- No espero tu perdón, Lucenya. No lo pediría. Pero hay algo que quiero que entiendas. Lo hice porque pensaba que era lo mejor para ti. Porque el reino necesita un rey fuerte y contigo a mi lado soy más fuerte, no puedo dejar que te pierdas en tu dolor. No puedo dejar que ese amor por Jacaerys te consuma.

Lucenya dio un paso atrás, sintiendo cómo la irritación y el resentimiento comenzaban a hervir en su pecho.

-No entiendes nada, Aegon. Mi amor por Jacaerys no es una debilidad. Es lo que me da fuerza. Él es mi vida, mi corazón. Y no importa lo que hagas, nunca podrás cambiar eso.

Aegon la observó en silencio por un momento, su rostro cambiando sutilmente.

-¿Seguro de eso?- La pregunta quedó suspendida en el aire, como un peso que Lucenya no pudo ignorar.- No dudo de lo que sientes por él, Lucenya, pero no puedes negar que las circunstancias han cambiado. El destino nos ha puesto en caminos que no podemos controlar. Y ahora, tú y yo, estamos aquí, juntos, bajo las mismas paredes. Quizás eso signifique algo más.

Lucenya lo miró fijamente, el dolor en su pecho latente, pero también la inquietud de esas palabras.- No puedo olvidarlo. No puedo olvidar a Jacaerys, Aegon. Ni tú, ni nadie, puede cambiar eso.

Aegon, sin embargo, no cedió.- No quiero que lo olvides. Quiero que entiendas que te lo quité porque creí que lo mejor para ti era estar aquí. Porque las cosas entre tú y Jacaerys no son tan sencillas como parece. Tú lo amas, sí. Pero si pudieras ver la verdad, verías que él ya no es el hombre que creías que era. El amor que tienes por él está cegándote.

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