La atmósfera en Rocadragón estaba cargada de tensión y melancolía. Rhaenyra caminaba por los salones oscuros, su rostro marcado por la preocupación mientras veía a sus hijos prepararse para partir como mensajeros en busca de aliados para su causa. La guerra no daba tregua, y cada decisión parecía pesar más que la anterior.-Jacaerys, Lucerys -les dijo finalmente-. Confío en que sabrán cumplir con esta tarea con honor y prudencia. Pero nunca olviden: su seguridad es lo más importante.
Lucerys, siempre el más sensible, se acercó a su madre y la abrazó con fuerza. Sabía que ella ocultaba su miedo detrás de una fachada de determinación. Jacaerys, aunque más reservado, asintió solemnemente y prometió que harían todo lo posible para cumplir con su misión.
Lucenya observaba desde la distancia. Sus ojos estaban fijos en Lucerys, quien había sido su confidente y apoyo constante en los últimos meses. Sabía que la separación sería dolorosa, pero la gravedad de la situación les había robado cualquier esperanza de normalidad.
Cuando llegó el momento de la despedida, Lucerys se acercó a su hermana. El viento salado del mar revolvía su cabello mientras se miraban en silencio por unos instantes.
-Lucenya -dijo él suavemente, tomando sus manos-, si... si el bebé es un varón, me gustaría que lo llamaras Baelor.
Lucenya lo miró, sorprendida.
-¿Por qué ese nombre?
Lucerys sonrió con tristeza.
-Baelor fue un rey que, aunque no siempre fue comprendido, soñó con un reino en paz. Quiero que mi sobrino crezca en un mundo donde los sueños de paz sean posibles, aunque ahora parezca imposible.
Lucenya sintió un nudo en la garganta, pero asintió con firmeza.
-Será Baelor -susurró, mientras una lágrima rodaba por su mejilla.
Después de un último abrazo, Lucerys se despidió de todos y montó a Arrax. La majestuosidad del dragón se alzó contra el cielo gris, y pronto desapareció en el horizonte. Jacaerys lo observó partir antes de subir a Vermax para emprender su propio vuelo hacia otro destino.
Cuando Lucerys llegó a Bastión de Tormentas, la fortaleza estaba envuelta en un manto de nubes negras. El viento azotaba las torres, y la lluvia empezaba a caer con fuerza. Fue recibido con frialdad por Lord Borros Baratheon, quien parecía más interesado en las propuestas de matrimonio de Aemond Targaryen que en la oferta de Rhaenyra.
Pero fue la presencia de Aemond lo que hizo que la sangre de Lucerys se congelara. Allí estaba su tío, con su parche negro y la sonrisa cruel que lo había marcado desde la infancia.
-Ah, sobrino, ¿vienes a negociar o a huir como siempre? -se burló Aemond, dando un paso hacia él.
Lucerys mantuvo la calma, recordando las palabras de su madre. No debía provocar.
-No estoy aquí para pelear, tío. Sólo traigo el mensaje de mi madre, la Reina.
Pero Aemond no tenía intención de dejarlo ir fácilmente.
-Devuélveme lo que es mío, muchacho -dijo, señalándose la cuenca vacía del ojo, que en su lugar traía un hermoso zafiro.
Lucerys negó con la cabeza y salió de la sala sin más palabras. Sin embargo, cuando subió a Arrax, supo que Aemond no lo dejaría marchar. Vaghar apareció en el cielo, su tamaño colosal eclipsando la luz del sol, y pronto comenzó una persecución que se tornó en una batalla aérea.
Arrax, más pequeño y ágil, trató de esquivar los embates de Vaghar, pero el dragón de Aemond era implacable. Aemond no buscaba matar, sólo intimidar, pero la furia de los dragones era algo que ni siquiera sus jinetes podían controlar.
-¡Vaghar, basta! -gritó Aemond, tratando de recuperar el control.
Pero era demasiado tarde. Vaghar atrapó a Arrax con sus mandíbulas y, con un rugido ensordecedor, lo partió en dos. Lucerys sintió un instante de dolor punzante antes de caer al vacío, pero en sus últimos pensamientos no hubo miedo.
En su mente, volvió a Rocadragón. Se imaginó junto a su madre y sus hermanos, viendo a Jacaerys convertirse en un gran rey, a Rhaenyra recuperando el Trono de Hierro y a Lucenya sonriendo mientras cuidaban juntos al pequeño Baelor.
Y con esa visión, cerró los ojos mientras el rugido de Vaghar se perdía en la distancia.
Aemond flotaba en el aire, su dragón Vaghar dominando el cielo, mientras sus ojos se fijaban en el lugar donde, unos segundos antes, Lucerys Velaryon había caído, desgarrado por la furia de su dragón. El viento y la lluvia azotaban su rostro, pero su corazón, por primera vez en mucho tiempo, se sentía vacío. La sensación de victoria que había esperado al ver caer a su sobrino se desvaneció como humo al darse cuenta de lo irreversible de su acción.
"No... no lo quería hacer", pensó Aemond, su mente abrumada por el peso de la realidad. "Esto... esto es un error".
Durante un instante, el ruido del viento y el rugir de Vaghar se desvanecieron. Aemond ya no podía oír nada más. Solo podía ver la cara de Lucerys antes de que la oscuridad lo tragara, recordando su mirada desafiante, su calma ante la amenaza. En ese breve instante, Aemond supo que había ido demasiado lejos.
Pero lo que más le dolió, lo que lo quebró por dentro, fue pensar en Lucenya. La hermana de Lucerys. La única persona que Aemond había llegado a considerar realmente importante en su vida. Había visto en ella algo que nunca había encontrado en los demás: vulnerabilidad. Lucenya era la única persona que lo hacía sentirse humano, la única que lo veía como algo más que una máquina de guerra o un Targaryen lleno de orgullo. Ella había sido la única que había tocado su alma, despojando su coraza de arrogancia.
"¿Qué he hecho?" pensó, mientras Vaghar se deslizaba por las nubes.
Al principio, Aemond había creído que la lucha, la humillación de Lucerys, le daría satisfacción. Había vivido con la ira durante tanto tiempo, con el deseo de venganza que había creído que la muerte de su sobrino aliviaría su sufrimiento. Pero en ese momento, al ver la oscuridad que había causado, se dio cuenta de lo que realmente había perdido.
Lucenya.
Se imaginó su rostro, su mirada llena de comprensión, la forma en que había sido la única capaz de calmarlo, de hacerle ver el otro lado de las cosas, de ofrecerle lo que ni siquiera su hermana, su hermano, o sus propios padres habían logrado: afecto genuino.
Y ahora, con la vida de su sobrino arrojada al abismo, Aemond temió que lo que más quería en este mundo lo había perdido irremediablemente. La única persona que realmente podría haberlo redimido, la única que lo había aceptado a pesar de su oscuridad, la única que había visto más allá de la fachada de rencor, ahora sufriría por su culpa.
Vaghar comenzó a girar hacia Bastión de Tormentas, pero Aemond ni siquiera vio el castillo bajo él. En su mente, solo estaba el rostro de Lucenya, y su dolor lo traspasaba como una espada afilada. "¿Cómo podría haber sido tan estúpido?".
La sensación de culpa lo envolvía, y una parte de él deseaba estar muerto en lugar de haber causado semejante tragedia. Durante toda su vida, había sido enseñado a ser fuerte, a ser Targaryen, a no mostrar debilidad. Pero al ver el daño que había causado, se dio cuenta de que su verdadero enemigo no era Lucerys ni su familia. Era él mismo.
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Crowns Of Fire
Bilim KurguUna historia de dolor, redención y el futuro de la Casa Targaryen. En medio de la guerra y la traición, Lucenya debe encontrar la paz para su corazón dividido, mientras el destino de su familia y su legado penden de un hilo.