Capítulo 50: La Elección de Lucenya

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Los días pasaron, y el vínculo entre Aegon y Lucenya crecía cada vez más. A pesar de las sombras de la guerra y las intrigas en la Fortaleza Roja, los momentos que compartían como familia se convirtieron en su refugio. Baelor era la alegría de ambos, un recordatorio de que aún existía algo puro en medio de tanto caos.

Sin embargo, la paz era frágil. Las noticias de los movimientos de Jacaerys y Rhaenyra no dejaban de llegar. Rocadragón estaba preparando un ataque, y las tensiones aumentaban en el consejo. Aemond insistía en la necesidad de un golpe preventivo, mientras Alicent intentaba mediar entre su hijo mayor y sus consejeros.

Una tarde, mientras Aegon estaba en una reunión, Lucenya recibió una carta en su habitación. El papel estaba arrugado, como si hubiera pasado por manos nerviosas antes de llegar a ella. Al abrirla, reconoció de inmediato la letra. Era de Jacaerys.

La Carta de Jacaerys

"Lucenya,
No sé si esta carta llegará a tus manos, pero debo intentarlo. He oído rumores de tu boda con Aegon y del niño que llevas en tu vientre. Si este mensaje llega a ti, quiero que sepas que nunca dejé de buscarte, aunque todo parece indicar que tú has dejado de esperarme.
Si aún hay algo en tu corazón que me pertenece, envía una respuesta. Si no, aceptaré tu decisión y centraré mis esfuerzos en nuestra causa. Pero recuerda: el amor que compartimos fue real, y siempre lo será para mí."

Lucenya sintió una oleada de emociones contradictorias al leer esas palabras. Había amado a Jacaerys con todo su corazón, pero también la había decepcionado en los momentos en que más lo necesitaba. Ahora, tenía una nueva vida, un esposo que había demostrado estar dispuesto a todo por ella, y un hijo que dependía de su estabilidad.

Dobló la carta cuidadosamente y la guardó en un cajón. Su respuesta no era necesaria, porque su decisión ya estaba tomada.l

Esa noche, mientras la lluvia golpeaba las ventanas de la Fortaleza Roja, Lucenya encontró a Aegon en la sala de mapas, absorto en la discusión con sus consejeros. La tormenta afuera parecía reflejar el ánimo tenso dentro de la sala.

— Quiero hablar contigo — dijo Lucenya, interrumpiendo la conversación.

Aegon levantó la mirada, sorprendido por su tono. Se disculpó con el consejo y la siguió hasta uno de los pasillos vacíos.

— ¿Qué ocurre? — preguntó, preocupado.

Lucenya lo miró directamente a los ojos, sus emociones a flor de piel.

— He recibido noticias de Jacaerys. Me escribió una carta.

Aegon se tensó de inmediato, pero esperó en silencio a que continuara.

— Me pedía una respuesta, pero no se la daré. Porque no importa lo que haya sido en el pasado, lo que importa ahora es lo que tengo aquí, contigo y con Baelor.

El rostro de Aegon se suavizó, y un brillo de esperanza apareció en sus ojos.

— ¿Eso significa…?

Lucenya asintió, acercándose más a él.

— Significa que estoy eligiéndote, Aegon. A ti, a nosotros, a nuestra familia.

Aegon dejó escapar un suspiro tembloroso antes de abrazarla con fuerza, como si temiera que pudiera cambiar de opinión.

— No sabes cuánto significa eso para mí, Lucenya. Haré todo lo que esté en mi poder para hacerte feliz, para que nunca te arrepientas de esta decisión.

Mientras tanto, el pequeño Baelor crecía ajeno a las intrigas que rodeaban a su familia. Su cabello castaño y sus ojos brillantes se convirtieron en un tema recurrente entre las criadas, quienes no podían evitar comentar lo poco que se parecía al resto de los Targaryen. Aegon, sin embargo, siempre insistía en que era su hijo, y nadie se atrevía a contradecirlo públicamente.

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