Capítulo 38: El Despertar de una Decisión

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Lucenya caminaba con paso firme por los pasillos de la Fortaleza Roja, aunque su mente estaba lejos de la seriedad de sus pasos. Las palabras de Aemond aún resonaban en su cabeza, recordándole que no podía seguir viviendo en el pasado, atrapada en las sombras del amor perdido y las promesas incumplidas. La incertidumbre sobre su futuro, sobre lo que estaba por venir, la envolvía en una niebla espesa y silenciosa.

Lucenya no podía ignorar la posibilidad de que la vida que llevaba dentro de ella podría cambiarlo todo. Si realmente estaba esperando un hijo, la situación se complicaba aún más. Su amor por Jacaerys, aunque profundo, no podía ser el único motor de sus decisiones. Debía pensar en lo mejor para ella y, sobre todo, en lo mejor para su hijo. El niño que crecía dentro de su vientre necesitaba un futuro estable, uno que no estuviera lleno de dudas y traiciones, ni de conflictos interminables entre la lealtad y el poder.

Aegon la esperaba en el salón del consejo. Sabía que este encuentro no sería fácil, pero también sabía que había llegado al punto en el que no podía seguir huyendo de la realidad. Ya no podía aferrarse al amor que había sentido por Jacaerys. Aquella conexión había sido rota demasiado pronto, y los esfuerzos por repararla solo traían más dolor.

La puerta del salón se cerró tras ella con un suave crujido, y Lucenya levantó la mirada, encontrando los ojos de Aegon fijos en ella. El rey estaba sentado en su trono, rodeado de su consejo, pero la mirada en su rostro mostraba una preocupación que no se escondía. No era el Aegon arrogante que ella había conocido en su juventud. Había algo más en él ahora, algo que le hacía parecer más vulnerable, más consciente de la situación que los rodeaba.

— Lucenya, — dijo Aegon, levantándose de su trono con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos — me alegra que hayas venido. Necesito hablar contigo.

Lucenya asintió sin decir una palabra, su corazón latía rápido mientras se acercaba al trono. La tensión entre ellos era palpable, como si el aire estuviera cargado de palabras no dichas. La decisión que había tomado, de estar allí, frente a Aegon, de ir a su encuentro y enfrentar lo que el destino le deparaba, se sentía cada vez más definitiva.

— Necesito saber, Lucenya, — continuó Aegon, con la mirada fija en ella — ¿estás lista para tomar tu lugar aquí, en Desembarco del Rey, junto a mí?

Lucenya sintió un nudo en el estómago al escuchar esas palabras, como si Aegon estuviera esperando una confirmación de algo que ya sabía en su interior. Estaba esperando que ella aceptara su oferta. La pregunta flotaba en el aire, pesada, pero también simple. Era una elección que no podía ignorar. Sabía lo que implicaba: dejar atrás todo lo que había sido, todo lo que había soñado con Jacaerys, para tomar un camino nuevo junto a Aegon.

Una vida que no había pedido, pero que tal vez necesitaba.

Lucenya miró a Aegon, y por un momento, sus ojos se encontraron. Algo en su expresión hizo que su corazón titubeara. Podía ver el deseo en su rostro, la esperanza de una vida juntos, pero también la sombra de lo que había sucedido. Las heridas de su pasado, las que él mismo había causado, seguían presentes entre ellos. Pero quizás era el momento de dejar todo eso atrás, de mirar hacia el futuro.

— Aegon, — comenzó Lucenya con voz firme, pero suave — he estado pensando mucho en todo esto. En lo que ha pasado, en lo que está por venir.

Aegon la observó, aguardando sus palabras con una tensión palpable.

— Mi amor por Jacaerys — continuó Lucenya, su voz vacilante — ha sido la fuerza que me ha mantenido con vida durante todo este tiempo. Pero he aprendido que a veces, el amor no es suficiente para garantizar la seguridad, la paz o el futuro de quienes amamos.

El rey frunció el ceño, pero Lucenya continuó.

— Si estoy esperando un hijo, — dijo, mirando al suelo por un momento — necesito tomar decisiones por mí misma, por mi hijo. No puedo seguir viviendo en un pasado que ya no existe. Y tampoco puedo seguir aferrándome a lo que fue.

Aegon dio un paso hacia ella, su rostro suavizándose, pero sin perder la determinación.

— ¿Estás diciendo que…? — preguntó con un tono incierto.

Lucenya levantó la cabeza, enfrentándose a él con una calma inesperada.

— Estoy diciendo que si quiero un futuro, debo dejar de esperar uno que nunca llegará. Lo que pasó con Jacaerys es… es parte del pasado. El futuro está frente a mí, contigo, y aunque no sé qué me deparará, sé que debo caminar hacia él.

Aegon se acercó aún más, y esta vez, Lucenya no se apartó. Sabía lo que estaba a punto de hacer. Estaba eligiendo una nueva vida. Estaba eligiendo estar con él, con Aegon, no por amor, sino por necesidad, por la oportunidad de darle a su hijo un futuro donde pudiera existir en paz, lejos del conflicto y las inseguridades que siempre la habían rodeado.

Aegon, al ver que Lucenya tomaba la decisión que él había estado esperando, no pudo evitar sentir una mezcla de alivio y satisfacción. Pero también había algo más: un toque de gratitud, por el hecho de que ella lo elegía. Quizás no por amor, pero sí por la posibilidad de reconstruir algo juntos.

— Entonces… — dijo Aegon con suavidad, levantando la mano para tocarla con delicadeza en el brazo — vamos a construir ese futuro. Te prometo que haré todo lo que esté a mi alcance para que sea el mejor para ti, para nuestro hijo, para nosotros.

Lucenya lo miró, y aunque en su corazón aún había ecos de un amor que se había desvanecido, supo que su decisión era la correcta. Era el momento de dejar de luchar contra lo que no podía cambiar y de aceptar lo que podía construir.

Con un suspiro, Lucenya asintió, y por primera vez en mucho tiempo, se permitió un pequeño, aunque vacilante, atisbo de esperanza.

— Acepto.

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