Capítulo 20: Entre Sombras y Luz

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El Gran Comedor estaba iluminado por decenas de candelabros, llenos de vida, reflejando la opulencia de Rocadragón. Lucenya entró con paso vacilante pero decidido. Era la primera vez en meses que se arreglaba, que intentaba presentarse al mundo con un rastro de su antigua dignidad. Su vestido negro como la noche abrazaba su figura, y las joyas que antes brillaban con orgullo en su cuello ahora parecían pesar más que nunca.

Las miradas de los presentes convergieron en ella. Había murmullos, susurros que se apagaron tan pronto como comenzaron, y luego un respetuoso silencio. Jacaerys, sentado en la cabecera de la mesa, levantó la vista. Por un instante, sus ojos, cansados y marcados por el duelo, brillaron con algo parecido a la esperanza.

Lucenya tomó asiento junto a él. No hubo palabras, pero la cercanía entre ellos se sintió como un pequeño paso hacia una reconciliación que ambos necesitaban, pero ninguno sabía cómo buscar.

La cena transcurrió entre conversaciones cautelosas y risas ocasionales. Los sirvientes trajeron platos exquisitos, y por momentos, la pesada sombra del duelo pareció disiparse. Sin embargo, Lucenya no podía sacudirse una sensación punzante en el pecho.

Notó cómo Jacaerys se inclinaba hacia Baela, su prima y confidente desde la infancia. Ella le susurraba algo al oído, y él le respondía con una sonrisa tenue, de esas que rara vez se le veían últimamente. Baela le tocó la mano por un momento, un gesto breve, casi insignificante, pero suficiente para encender una chispa de celos en el corazón de Lucenya.

Sabía que no había malicia en Baela. Ella siempre había sido un pilar para la familia, una amiga fiel y un espíritu valiente. Pero algo en la forma en que Jacaerys la buscaba, cómo sus ojos parecían encontrar consuelo en los de Baela, hería a Lucenya de una manera que no podía explicar.

Cuando todos rieron ante una anécdota de Rhaena, Lucenya aprovechó la distracción para estudiar a su esposo. Su semblante seguía marcado por la pérdida, pero también había en él un destello de algo que no había visto desde hacía mucho tiempo: vida.

-¿Estás bien? -preguntó Jacaerys de repente, susurrando para que solo ella pudiera escuchar.

Lucenya parpadeó, sorprendida.

-Sí... solo estoy cansada -respondió, forzando una sonrisa.

Pero él no parecía convencido. Su mirada se mantuvo fija en ella, buscando algo, alguna señal que pudiera descifrar. Lucenya apartó la vista, sintiendo que el peso de sus emociones la abrumaba.

Cuando la cena terminó y los comensales comenzaron a dispersarse, Jacaerys la alcanzó en el corredor.

-Sé que no fue fácil para ti venir esta noche -dijo, su voz suave pero firme-. Y quiero que sepas que estoy agradecido.

Ella lo miró, intentando contener las lágrimas que amenazaban con traicionarla.

-Solo lo hice por la familia -dijo, pero el temblor en su voz traicionó la verdad.

Jacaerys se acercó más, rompiendo la distancia que ambos habían mantenido durante tanto tiempo.

-Lucenya... No puedo soportar verte tan lejos de mí. No después de todo lo que hemos perdido.

Ella sintió cómo su coraza comenzaba a resquebrajarse.

-¿Y crees que yo puedo soportarlo? -susurró, con la voz rota-. Cada vez que te miro, veo a Lucerys, a Baelor... y todo lo que no pude proteger.

Jacaerys levantó una mano para acariciar su mejilla, un gesto que la sorprendió tanto como la reconfortó.

-No eres la única que carga con ese peso -dijo-. Pero no quiero enfrentarlo solo.

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