Capítulo 54: El Peso del Arrepentimiento

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En Rocadragón, los vientos siempre soplaban con fuerza, y las olas se estrellaban contra las costas rocosas, como si la propia naturaleza estuviera en guerra. Jacaerys Velaryon, el príncipe de los mares y heredero de Rocadragón, se encontraba en su sala privada, con el rostro marcado por la tensión. El viento se filtraba por las rendijas de las ventanas, trayendo consigo el sonido lejano de las olas, pero no conseguía calmar su mente.

Desde su regreso a Rocadragón, después de la desastrosa campaña que había dejado atrás, Jacaerys se encontraba en una encrucijada emocional. La noticia que acababa de recibir había destrozado todo lo que había creído saber sobre su propia vida y el futuro. Lucenya, su amada, había tenido una hija con Aegon, quién alguna vez fue su familia, pero ahora era su rival. El bebé, una niña de cabellos plateados como los de su padre, se llamaba Jaehaera, y esa misma niña era la hija de Aegon, no de él.

La rabia y el dolor se mezclaban en el pecho de Jacaerys mientras caminaba por los pasillos de Rocadragón, sus pensamientos atrapados en una tormenta interminable. No podía dejar de pensar en lo que había sucedido, en cómo todo se había desmoronado, cómo él había dejado que las dudas y el miedo lo alejaran de Lucenya. ¿Por qué no había luchado por ella? Se preguntaba una y otra vez.

Jacaerys recordó los momentos felices con Lucenya. Cuando ella aún era una niña llena de curiosidad y una bondad que parecía eterna. Recordó sus conversaciones junto a las llamas de las fogatas, sus risas compartidas bajo las estrellas y la promesa que se habían hecho, un compromiso de lealtad y amor, hasta que la guerra y la distancia los separaron.

Pero todo cambió. La llegada de Aegon al reino, las intrigas, la manipulación de Alicent, las decisiones equivocadas de él mismo… todo eso le había hecho perderla. Su mente le mostraba cómo, poco a poco, se fue alejando de ella, dejando que el dolor y la furia lo cegaran. La última vez que se vio con Lucenya, antes de que ella fuera secuestrada por Aegon, él había sido débil, incapaz de tomar las riendas de su propio destino, y ahora ella era esposa del rey.

El peso de su arrepentimiento lo aplastaba. En su mente se repetía que, si tan solo hubiera hecho algo diferente, si tan solo no se hubiera rendido, Lucenya nunca habría sido tomada por Aegon. El bebé, la niña que Lucenya llevaba en su vientre y que ahora había nacido, no era suyo. Jacaerys sabía que nunca podría cambiar el pasado, pero el dolor de no haber luchado por ella lo carcomía cada día más.

La ira burbujeaba en su interior, pero también una sensación de impotencia. ¿Cómo podía regresar a su vida sin ella? Había amado a Lucenya con todo su ser, y su amor por ella no había desaparecido. De alguna manera, lo había mantenido oculto, enterrado bajo la desconfianza y las mentiras que se tejieron en torno a su relación, pero estaba allí, más fuerte que nunca.

¿Por qué no había ido a buscarla? Se preguntó una vez más. ¿Por qué no había arriesgado todo por ella, como ella lo había hecho por él?

Jacaerys cerró los ojos y apretó los puños, tratando de calmarse. Sabía que su amor por Lucenya no podía ser el único factor que lo guiara. El reino, las batallas, su deber como príncipe, todo eso también estaba sobre sus hombros. Pero, por un momento, todo eso parecía una carga insignificante comparado con el vacío que sentía en su pecho.

"Te prometo que volveré por ti", se dijo a sí mismo mientras se levantaba de la silla y miraba el horizonte de Rocadragón. A pesar de todo, aún creía que había algo que podía hacer, a pesar de haber tratado de olvidarla, de haberse rendido muy pronto. Tal vez no pudiera cambiar lo que ya había sucedido, pero todavía había tiempo para hacer lo correcto, para ser el hombre que Lucenya necesitaba y no el que había sido.

Con determinación renovada, Jacaerys se acercó a la gran mesa de guerra, donde varios de sus consejeros y aliados se encontraban debatiendo las estrategias para la guerra. El futuro del reino seguía siendo incierto, pero ahora su propósito era claro.

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