Capítulo 56: La Sombra del Reino

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La quietud de la noche había caído como un manto sobre los aposentos de Lucenya. En el silencio de su habitación, ella terminaba de cubrir a Jaehaera con una manta, viendo cómo la niña se acomodaba en su cuna con el rostro sereno de quien no sabe nada del peligro que acecha en la oscuridad. Los latidos de su corazón aún resonaban fuerte en sus oídos, mientras el peso del día comenzaba a ceder.

Aegon estaba en el concejo, inmerso en la política del reino, alejado de lo que realmente importaba en su vida. Y Criston Cole, como siempre, estaba cerca, vigilante, cumpliendo con su deber. Pero esa noche era diferente.

Lucenya no sabía que su destino ya estaba sellado. Alicent, con su intrincado plan, había tejido las sombras que ahora caían sobre ella. Había dado las órdenes, y Criston, sin cuestionar, abandonó su puesto, sabiendo que la reina madre tenía el control de lo que sucedería esa noche.

La puerta se cerró con un crujido silencioso, y antes de que Lucenya pudiera volverse, una mano callada la apresó por la espalda. Un cuchillo frío se posó contra su cuello, y un aliento cargado de violencia le susurró al oído.

-Silencio. No hagas ruido.- ordenó una voz que Lucenya no reconoció.

El pánico se apoderó de ella en un instante, pero su mente no dejó de pensar en sus hijos. Baelor... Jaehaera... Todo lo que podía pensar era en cómo protegerlos.

Uno de los hombres, invisible en las sombras, se acercó a la cuna de Baelor. Lucenya luchó, forcejeó con el que la mantenía inmovilizada, intentando zafarse, pero el miedo la paralizaba. No podía dejar que le hicieran daño a su hijo.

-¡No lo toquen!- suplicó, sin poder elevar la voz más de lo que lo hacía, por temor a que sus gritos pudieran poner en peligro a Jaehaera.

Pero uno de los hombres le respondió con calma, con una sonrisa cruel.

-Si haces ruido, le haré lo mismo a tu hija. Y después, te haré lo mismo a ti.

El frío de sus palabras la dejó muda. ¿Qué hacer? ¿Cómo reaccionar ante tal amenaza? Su corazón latía desbocado, pero la figura que se acercaba a Baelor no mostraba señales de vacilación.

-No... por favor...- suplicó Lucenya, desesperada, pero la respuesta fue solo la risa de uno de los hombres, como si la situación le resultara divertida.- Dejen a los niños, hagan lo que quieran conmigo, pero dejenlos.

Las súplicas de una madre indefensa parecía divertir a los hombres, el que estaba cerca de la cuna de Baelon se acercó a Lucenya, mientras el que la sostenía apretaba más su agarre.

-No te preocupes preciosa- sonrió el hombre acercándose- Pronto volveremos contigo- susurró en su oído, mientras la fría hoja del cuchillo presionaba el pecho de Lucenya, amenazando con rasgar su camisón.

Entonces, sin aviso, el hombre se acercó a la cuna, levantó el cuchillo y, con un movimiento rápido, cortó el cuello de Baelor. La habitación se llenó de un estruendoso silencio, como si el aire mismo hubiera dejado de respirar. Lucenya sintió como si el suelo se deshiciera bajo sus pies, y su alma se rompiera con el sonido de la vida de su hijo desvaneciéndose en la nada.

Un grito se quedó atascado en su garganta. Pero no fue un grito que saliera de su boca. No podía. El dolor era insoportable, pero el miedo por Jaehaera, por lo que aún podía perder, la mantenía en pie.
El sonido de la sangre que brotaba del pequeño cuello de su hijo se escuchaba con fuerza en sus oídos, un sonido que la acompañaría toda su vida. Fue entonces cuando las manos que la aprisionaban la soltaron, sus piernas débiles por el dolor no soportaron su propio peso, ocasionando que Lucenya cayera al suelo mientras las lágrimas se desplazaban por sus mejillas. Con la poca fuerza que le quedaba trato de acercarse a la cuna de su hijo.

Los hombres, como si lo que hubieran hecho no fuera suficiente daño, la arrastraron hacia la cama de la habitación, La sangre de Baelor que estaba en las manos de sus asesinos manchaba las ropas de Lucenya, y en sus manos aún sentía el calor de su hijo muerto.
Ella sabía lo que estaba a punto de pasar, desesperada por evitarlo apretó sus muslos con toda la fuerza que aún le quedaba, mientras unas manos la sostenían con fuerza y cubrían su boca para evitar que gritara, el miedo, la desesperación de que pudieran hacerle lo mismo a su pequeña Jaehaera se apoderaba de su mente. Sin embargo, la regla de Alicent estaba clara: Jaehaera, su nieta, no sufriría daño.

El pensamiento de que aun tenía que luchar por su hija la llenaba de fuerza, pero eso no sería suficiente ante la fuerza de dos hombres grandes. A pesar de todos los intentos que hacía para que no pasara, los hombres rasgaron su camisón que estaba cubierto de la sangre de su hijo. Usaron el cuerpo de la joven madre, no solo le causaron daño asesinando a su bebé, no era suficiente para ellos, querían causar aún más daño, ultrajaron a Lucenya junto a la cuna de su hija que aún dormía sin saber todo lo que ocurría a su alrededor. Después de unos minutos que parecieron interminables, aquellos hombres enviados por Alicent, desaparecieron en la oscuridad de la noche.

Débil y golpeada, volvió a ponerse su camisón haciendo un último intento de acercarse a la cuna de Baelor, su corazón se rompió aún más al ver esa escena tan desgarradora. Tomó el pequeño cuerpo de su hijo y lo sostuvo entre sus brazos mientras acariciaba su cabeza una última vez.

-Shh...Sh...todo va a estar bien- susurraba aferrada al cuerpo de su hijo.

Con el peligro aún presente, y aunque no quería hacerlo, dejó el cuerpo de Baelor en su cuna. Sus manos ahora estaban manchadas de sangre, lo que la hizo volver a su horrorosa realidad, Baelor ya no estaba, y ya nunca más lo estaría.

Lucenya, todavía atónita por la muerte de Baelor y el ultraje sufrido, tomó a Jaehaera en sus brazos, sintiendo que su cuerpo ya no podía resistir más. Con una mirada vacía y rota, se echó a correr, moviéndose entre las sombras del castillo, buscando a su esposo, buscando una razón para seguir luchando.

El concejo de la corte estaba a solo unos pasillos, pero esos pocos metros de distancia parecían interminables. Sus pasos resonaban en las paredes frías del Red Keep, pero la mente de Lucenya estaba ausente, desconectada de la realidad. Nada podía prepararla para lo que estaba a punto de enfrentar.

Llegó a la puerta del concejo, su cuerpo agotado y cubierto de sangre. La gente que aún permanecía en el salón se giró al escuchar el ruido, sorprendida por la aparición de la reina, ahora visiblemente trastornada. Aegon, que estaba entre los presentes, se levantó de inmediato al ver a su esposa, cubriéndola con una mirada de horror.

"Lucenya", dijo, su voz temblando, acercándose a ella. Pero lo que vio lo dejó sin palabras. Sangre. Su hija yacía en sus brazos, y su rostro estaba descompuesto en una expresión de dolor, de desesperación.

Lucenya no podía hablar. El dolor era tan grande que las palabras no tenían sentido. Su mente había dejado de procesar lo que sucedía. Solo podía pensar en una cosa: Baelor ya no estaba. Ya no.

Aegon la abrazó con fuerza, tratando de sostenerla, pero Lucenya solo temblaba, incapaz de decir nada. La mirada de los demás en el concejo era un mar de confusión y miedo. ¿Qué había sucedido? ¿Por qué la reina estaba allí, ensangrentada, con su hija en brazos?

La verdad no era clara para nadie, ni siquiera para Lucenya. Alicent, en su astucia y frialdad, había planeado todo con una meticulosidad que superaba cualquier sospecha. No había pruebas. Y, lo más peligroso de todo, nadie sabía que ella era la mente maestra detrás de esa carnicería.

El silencio se apoderó de la sala, mientras Lucenya, rota por el dolor, se aferraba a lo poco que le quedaba: Jaehaera. Pero, en lo más profundo de su ser, sabía que algo aún más oscuro estaba en marcha. Y esa oscuridad tenía nombre: Alicent.

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