Capítulo 55: El Juego de Alicent

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Alicent Hightower se encontraba en la oscura cámara de su palacio en Desembarco del Rey, con la mirada fija en la copa de vino que descansaba en sus manos. El brillo dorado del vino no era suficiente para apaciguar la tormenta que arremolinaba en su mente. Los días habían pasado lentamente, pero su visión de control sobre el reino se desmoronaba ante sus ojos. El matrimonio de Lucenya con Aegon, la llegada del hijo de Lucenya y Jacaerys, y la creciente influencia de la familia Velaryon le impedían dormir. La estabilidad de la Corona estaba cada vez más en juego.

Lo que más le atormentaba era el pequeño Baelor.

Aunque Aegon había aceptado al niño como suyo, Alicent sabía la verdad: Baelor no era hijo de Aegon, sino de Jacaerys, y ese niño representaba una amenaza. Si el reino llegaba a cuestionar la verdad que Aegon había impuesto sobre la paternidad del niño, podría cambiar el curso de todo, deslegitimando la paternidad de Aegon sobre el hijo de Lucenya y destruyendo las bases del poder de la familia real.

Baelor debía desaparecer.

Alicent había comenzado a tramar, con la astucia de siempre, un plan para neutralizar la amenaza que representaba el hijo de Lucenya. No podía permitir que el niño creciera, porque si lo hacía, podría ser una figura clave en la guerra entre los Targaryen. Además, si los rumores sobre su paternidad se desvelaban, significaría una posible crisis en la legitimidad del reinado de Aegon.

En la mesa de la guerra, con los principales consejeros y aliados reunidos, Alicent escuchaba atenta mientras se discutían los próximos movimientos contra los Velaryon y sus aliados. Pero, al mismo tiempo, su mente estaba centrada en un solo objetivo: Baelor.

De entre sus consejeros, uno de los más cercanos le ofreció una solución: "Si algo le sucediera al niño, Aegon podría finalmente cumplir su deber como rey, sin distracciones que amenacen el bienestar del reino" Era un pensamiento que Alicent había considerado, pero que le dejaba un sabor amargo en la boca. La idea de sacrificar a un niño, aunque fuera el hijo de Lucenya y no el suyo, era algo que requería medidas extremas. Sin embargo, su mente fría y calculadora le decía que no había otra opción.

"Baelor debe desaparecer. Y debemos actuar rápido," pensó.

Alicent sabía que un acto tan grave no podría realizarse sin una buena excusa. No podía hacerlo ella misma, porque la implicación directa de la Reina madre en la desaparición de un niño sería fatal para su imagen ante el reino. Necesitaría la cooperación de personas leales a ella, pero que no se implicaran demasiado. Un grupo pequeño, pero eficiente, sería suficiente para borrar al niño de la faz de la tierra y también vengarse de la hija de Rhaenyra.

"La tragedia del niño, una pérdida inesperada en su niñez," pensó Alicent, "eso es lo que debemos presentar." Un accidente, un error en el camino, algo que dejara a todos con el corazón roto. "Baelor es solo un niño, pero la estabilidad de la Corona está en juego," murmuró para sí misma.

Ella había hecho sacrificios antes para proteger el reinado de Aegon. Había manipulado, traicionado, mentido, pero nunca había tomado una decisión tan fría como esta. El pequeño Baelor era una amenaza directa al futuro de su familia, y si tenía que perder a un niño para ganar la corona para su hijo, lo haría sin dudar.

Mientras tanto, en los aposentos reales, Aegon estaba ajeno a la conspiración de su madre. Pasaba sus días intentando estar cerca de Lucenya y de sus hijos, sobre todo de Baelor, quien ya había comenzado a mostrar algunas habilidades de los Targaryen con su dragón. Aegon sentía un afecto genuino por el niño, un amor de padre adoptivo que crecía con cada día que pasaba. Sin embargo, no sabía que su madre, Alicent, estaba tramando algo que podría destruir esa relación para siempre.

-Te prometo que siempre estaré aquí para ti, Baelor.- decía Aegon, acariciando la cabeza del niño, ignorante del peligro que se cernía sobre él.- Eres mi hijo, el futuro del reino.

Lucenya, por su parte, también sentía que el amor por Aegon estaba creciendo, especialmente por el cariño que él le mostraba a su hijo. La distancia que había entre ellos por tantos años parecía desvanecerse con cada gesto de bondad que Aegon le ofrecía, y el pequeño Baelor también parecía crecer feliz en su nuevo hogar.

El tiempo pasó, y los planes de Alicent se iban concretando lentamente. La paciencia y la astucia de la Reina madre eran legendarias, y pronto su oportunidad llegó.

Una noche oscura, con la luna apenas iluminando el castillo, los pasillos de Desembarco del Rey se llenaron de sigilosos pasos. Nadie sospechaba que el plan de Alicent estaba en marcha. Unos pocos hombres, enviados por ella, llegaron a las habitaciones de Lucenya y Aegon. La misión era clara: Acabar con la pequeña vida de Baelor y lastimar cruelmente a Lucenya.

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