Capítulo 23: El Dolor de una Traición

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Lucenya despertó lentamente al amanecer, una sensación extraña en su pecho. Aunque la luz suave del sol comenzaba a filtrarse por las ventanas de su habitación, el peso en su corazón parecía no aliviarse. Había algo en el aire que la inquietaba, un pequeño susurro de duda que no conseguía acallar. Tres meses habían pasado desde que supo que estaba esperando un hijo de Jacaerys, y aunque en su mayoría todo había sido felicidad, algo se había enraizado en su interior. Las sonrisas de su esposo, los dulces momentos que compartían, los planes que hacían para el futuro... todo eso se sentía perfecto, pero de alguna manera, la presencia de un miedo sordo se colaba entre ellos.

Había pasado la mañana con su madre, Daemon, y con sus hermanos más pequeños. En sus ojos brillaba una alegría inocente que le hizo sonreír y olvidarse por un tiempo de las dudas que la perseguían. Pero al caer la tarde, ese malestar regresó con fuerza. Decidió que sería bueno ver a Jacaerys, a él siempre le traía paz, y confiaba en que, al estar con él, todo se aclararía. Después de todo, había sido un esposo amoroso, un hombre dedicado, o al menos eso creía.

El atardecer estaba a punto de cubrir el cielo cuando Lucenya dejó la sala de estar y se dirigió al cuarto de Jacaerys. Al caminar por los pasillos del castillo, su mente divagó en pensamientos sobre cómo habían pasado el tiempo juntos. El embarazo, aunque nuevo, no había sido una carga, sino más bien una bendición. Jacaerys siempre había sido amable, atento con ella, y Lucenya se sintió aliviada por la tranquilidad que creía que reinaba entre ambos.

Al llegar frente a la puerta, la encontró entreabierta. Sin pensarlo, la empujó suavemente y entró en el salón, pero al instante algo la hizo detenerse en seco. El aire cambió, una sensación extraña la envolvió. Jacaerys estaba allí, de pie junto a Baela, en una conversación animada. Parecía un momento inofensivo, pero Lucenya no pudo evitar notar algo en sus expresiones, una cercanía incómoda, algo en el aire que la hizo estremecerse.

Por un momento, observó en silencio. Baela y Jacaerys se reían juntos, con una complicidad que Lucenya no podía entender. Recordó los días en que Baela había sido una amiga cercana, alguien a quien veía como una hermana. Pero en ese instante, una pequeña chispa de celos comenzó a arder dentro de ella. Quiso apartar ese pensamiento, pensó que estaba siendo injusta, que tal vez se trataba solo de una amistad inocente, pero el dolor comenzó a apoderarse de ella.

Con el corazón latiendo con fuerza, se giró para irse, pero en el instante en que intentaba dar un paso atrás, algo la paralizó: un beso. Un beso corto, pero lleno de un peso indescriptible. Jacaerys y Baela se besaban, un roce suave de labios, un gesto que, aunque fugaz, era suficiente para desmoronar todo lo que Lucenya había creído. Un nudo se formó en su garganta y, sin poder evitarlo, un sollozo salió de sus labios.

-¡¿Cómo pudiste?! -exclamó, su voz quebrada por el dolor, los ojos llenos de lágrimas.

Baela se apartó rápidamente, aterrada, mientras Jacaerys se giraba hacia ella, sus ojos reflejando sorpresa, pero también culpa. Lucenya no pudo entender cómo había llegado a este punto. Había confiado en él. Confiado en su amor, en sus promesas. Pero ahora, esa confianza se desmoronaba como polvo entre sus manos.

-¡¿Qué significa esto?! -gritó, su cuerpo temblando. -¿Por qué me haces esto?

Jacaerys, claramente nervioso, intentó acercarse a ella, pero Lucenya, en un impulso desesperado, levantó la mano para detenerlo.

-No te acerques -dijo entre sollozos, sus palabras cargadas de desesperación. -No lo hagas.

El hombre que había amado, que había compartido su vida, su futuro y su corazón con ella, la había traicionado. Y en ese instante, Lucenya no pudo más que sentir que el mundo que creía haber construido con él se desmoronaba ante sus ojos.

Jacaerys intentó explicarse, su rostro contorsionado por la angustia, pero las palabras se ahogaron en su garganta. No había nada que pudiera decir para hacerla sentir mejor, nada que pudiera deshacer el dolor que la había invadido.

-Lucenya, por favor... -susurró él, dando un paso más hacia ella.

Pero Lucenya no lo dejó acercarse. Sabía que si lo hacía, se dejaría llevar por la necesidad de sentir sus brazos alrededor de ella, la familiaridad de su contacto, pero no podía. No quería. El dolor era más fuerte que el amor que aún sentía.

-¡Déjame sola! -gritó, y con una mezcla de rabia y dolor, se giró para irse, intentando salir del lugar antes de que todo se desbordara.

Pero justo cuando intentaba dar un paso hacia la puerta, una punzada aguda de dolor atravesó su vientre. Su mano se fue automáticamente a su estómago, un escalofrío recorriéndola mientras se doblaba ligeramente. El dolor era intenso, profundo, y no podía respirar bien. El bebé. Pensó en el bebé que crecía dentro de ella, en la vida que estaba por venir, y una terrible preocupación la invadió.

Jacaerys, al verla tomar su vientre con las manos, inmediatamente se acercó, su rostro pálido de preocupación.

-Lucenya, ¿estás bien? -preguntó con urgencia, extendiendo una mano hacia ella.

Lucenya lo miró con los ojos llenos de dolor, tanto físico como emocional. No quería que la tocara, no podía permitirlo. Había sido demasiado, mucho más allá de lo que podía soportar. Levantó la mano, una clara señal de que no deseaba que se le acercara.

-No... no te acerques. -Su voz se quebró nuevamente. -Déjame en paz.

Pero Jacaerys no escuchó. Su amor por ella era más fuerte que cualquier duda, y sin pensarlo, la abrazó por la espalda, rodeando su cuerpo con fuerza. Lucenya luchó contra su abrazo, forcejeando con él, intentando liberarse, pero el dolor en su vientre la debilitaba, y su cuerpo no respondía como debía.

-Lucenya, por favor... -suplicó, apretándola más fuerte, sintiendo que se le rompía el alma al verla tan destruida.

Por un momento, Lucenya resistió, todo su cuerpo tensado, queriendo huir de él, de todo lo que representaba esa traición. Pero el dolor en su vientre aumentaba, y su fuerza se agotó. Finalmente, cedió, sus fuerzas desvanecidas, y se dejó caer en su pecho, rendida, llorando sin control.

-¿Por qué? -susurró entre sollozos, su voz rota por el llanto. -¿Por qué lo hiciste, Jacaerys?

Jacaerys no respondió de inmediato. No había palabras que pudieran aliviar el dolor que sentía ella, no había forma de justificar lo que había hecho. La abrazó con más fuerza, pero nada podía reparar la grieta que ahora los separaba.

Lucenya, exhausta, cerró los ojos y se dejó llevar por la oscuridad de su dolor. El hombre que amaba la había traicionado, y su mundo, el que había sido lleno de promesas, ahora era solo una sombra de lo que había sido. Y aunque en su corazón seguía habiendo amor, también había una profunda herida, una que no sabía si algún día podría sanar.

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