Capitulo 26: Un castillo de hielo

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Lucenya caminaba por los pasillos del castillo con paso firme, pero su mente seguía atrapada en un torbellino de emociones. El jardín había sido un pequeño refugio, pero ahora, al regresar a la soledad de los pasillos, la realidad se le venía encima con fuerza. Sus pensamientos fueron interrumpidos por una figura familiar que apareció ante ella en el pasillo. Era Rhaenyra.

-Lucenya -dijo Rhaenyra, su voz llena de preocupación y firmeza. Su mirada, aunque serena, no podía ocultar la intensidad de lo que había presenciado.

Lucenya levantó la vista, encontrándose con los ojos de su madre. A pesar de la desconexión que sentía con el mundo, Rhaenyra era una presencia que le arrancaba algo de calidez en su pecho. La reina se acercó, observando el estado de su hija con una mezcla de tristeza y determinación.

-Te he estado buscando -continuó Rhaenyra-. No deberías estar sola en esto, Lucenya. Necesitas hablar, necesitas descansar. ¿Dónde está Jacaerys?

Lucenya no respondió de inmediato. Las palabras de su madre la atravesaron como una daga afilada. Había algo en ellas que la hacía sentir vulnerable, expuesta, como si todo lo que había experimentado se redujera a un simple "necesitas descansar", como si pudiera escapar de la tormenta interna que arrasaba con su vida.

-¿Por qué no me has llamado antes, madre? -dijo Lucenya, su tono cargado de una amargura que no podía esconder-. ¿Por qué no me has pedido que hable cuando me hundí en mi propio dolor, cuando la traición se apoderó de mí? ¿Por qué no me diste el apoyo que esperaba?

Rhaenyra la miró con una mezcla de sorpresa y comprensión. Ella también había sufrido, había enfrentado la traición y la pérdida. Sin embargo, no podía comprender completamente el dolor de su hija, no cuando estaba atrapada en la sombra de la decepción de su propio corazón.

-Lo sé, hija mía. He fallado, pero no quería que lo llevaras sola. No quería que la oscuridad te envolviera sin que lo supiera. Tú no estás sola, Lucenya. Pero necesitas darme la oportunidad de ayudarte.

Lucenya dio un paso atrás, sus manos apretadas en puños a los lados de su cuerpo. La lucha interna entre el amor filial y la rabia contenida se reflejaba en su rostro.

-¿Cómo puedes decir eso, madre? -replicó Lucenya con voz quebrada, casi suplicante-. ¿Cómo puedes pedirme que te permita ayudarme cuando has estado demasiado ocupada con tus propios demonios? ¿Cuántas veces has hecho lo mismo, confiando en aquellos que te traicionaron? Yo... yo no sé si puedo confiar en nadie, ni siquiera en ti.

Rhaenyra sintió que el golpe de las palabras de su hija la alcanzaban. Era cierto que su vida había estado marcada por la traición, por decisiones dolorosas que la habían apartado de quienes más amaba. No podía culpar a Lucenya por sentir lo que sentía. Pero, como madre, sentía una obligación de hacerle ver que el amor, aunque a veces fallara, seguía siendo el único remedio para sanar.

-Lucenya... -su voz temblaba, pero se mantenía firme-. Yo he cometido errores. Muchos. Pero no quiero que sigas este camino sola. He visto lo que has perdido, y sé que el dolor te ha transformado, pero también sé que hay algo dentro de ti que sigue siendo fuerte. Quiero que encuentres esa fuerza. Y si lo necesitas, estaré a tu lado, aunque me odies por ello.

Lucenya la observó en silencio, sus ojos aún llenos de dudas. Rhaenyra se acercó un paso más, con la mirada llena de comprensión. Su hija, tan cerrada en su dolor, no podía ver lo que ella había comprendido hace tiempo: el amor no siempre era suficiente para salvar, pero era lo único que podía sostener a las personas en medio de la tormenta.

-No te estoy pidiendo que olvides, ni que perdones -dijo Rhaenyra, con voz suave pero clara-. Te pido que dejes de cargar todo el peso del mundo tú sola. Confía en mí, aunque sea un poco. Y si me necesitas, estaré aquí, en cualquier momento.

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