Wladimir Zadi, estaba por cumplir setenta años cuando el doctor muggle que lo atendía desde el comienzo de su enfermedad, le comunicó que, los largos y dolorosos tratamientos que venía recibiendo, ya no surtían efecto.
Lleno de tristeza, decidió que había llegado el momento de darse por vencido y aceptar su realidad. Solo le quedaban unos cuantos meses de vida.
A principios de junio, había recuperado peso y su apariencia, lejos de los medicamentos que le hacían tanto daño, mejorado bastante. Aunque el deterioro interno seguía su curso.
El día que había llegado la lechuza de su amada nieta desde Hogwarts, trayendo una extraña poción preparada especialmente para él, aceptó ingerirla a pesar de que se había pasado la vida entera rechazando todo lo que tenía que ver con la magia. Y los resultados habían sido sorprendentes.
El doctor Stuart le había aclarado que su salud no había mejorado en absoluto, pero sea lo que fuere que bebiera, tampoco le provocaba efectos negativos. De modo que decidió continuar con la ingesta de ese maravilloso brebaje, y cuando su nieta volvió para sus vacaciones de verano, se encontraba aparentemente recuperado. Y como sabía que ese sería su último verano junto a ella, con el consentimiento de sus hijos y el total apoyo de su esposa, programó el viaje que habían soñado desde su juventud, y acordaron llevarla con ellos.
Todos en la familia conocían el verdadero estado de salud de Wladimir y guardaron el secreto para que, la pequeña Aliccie, que ya casi no era una niña, tuviese las mejores vacaciones de su vida, con sus abuelos, que eran las personas que más amaba en el mundo.
El viaje en el autobús noctámbulo no era agradable.
Aún así, Aliccie agradeció no sentir vértigo, porque el vehículo llevaba demasiada velocidad. Seguramente seguía bajo los efectos de la poción tranquilizante que madame Pomfrey le había obligado a tomar a su ingreso en la enfermería, después de que el profesor Snape la depositara en la cama.
Su cabeza era un torbellino y todavía intentaba recordar todo lo que había sucedido aquella tarde, desde su salida del aula de Encantamientos.
La voz de la profesora Mc Gonagall anunciándole que su lechuza, a quién ella había extrañado esa mañana a la hora del desayuno, traía un mensaje anunciándole que debía regresar a St Alban de urgencia, porque a la madrugada de ese frío día de invierno, su abuelo había dejado de existir. Y los detalles del autobús que debía tomar y que la dejaría en la entrada del Caldero Chorreante, sonaba como en un sueño, lo mismo que su propia voz profiriendo a los gritos que, no era posible, que había dejado a su abuelo de pié, en el andén nueve y tres cuartos hacía no mucho tiempo, y que cada mañana llegaban cartas de su puño y letra anunciándole que todo iba bien.
Era un engaño. ¡Todo había sido un engaño!
Su abuelito no había mejorado en absoluto y el profesor Snape tenía razón:
La poción, solo le había creado una sensación de bienestar, evitándole una agonía como la que solían sufrir los muggles al llegar al final de su lucha por vivir.
Y ahora ella se encontraba allí, en ese autobús, recostada en una cama mirando la araña que colgaba del techo, a los brujos que dormían o intentaban tomar una taza de té, y al conductor que había subido su bolso de viaje y la jaula con su lechuza.
Tal y como había precisado la profesora de Transformaciones, su madre la esperaba desde hacía un rato en Charing Cross, en su camioneta azul acero. Intentó mantener la compostura ya que había llorado mucho y ahora, quería parecer serena. Imaginaba que su abuela estaría desecha, y ella no quería ser el centro de atención. Pero al ver el semblante de su progenitora, con los ojos enrojecidos e hinchados y su cara demacrada se desmoronó nuevamente.
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Siete Años en Hogwarts.
Fanfiction"A pesar de que estaba destinada a la casa Ravenclaw y deseaba ir a Slytherin, el sombrero seleccionador la envió a Gryffindor. Aun así, Aliccie consiguió lo imposible: Conquistar el corazón del profesor de Pociones y convertirse en la primera y...