Londres

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El vuelo no fue tan grato como Aliccie hubiera esperado.

Desde el momento en que el avión despegó, comenzó a sentir pánico, el estómago se le había revuelto y lloraba sin poder disimularlo. Sus padres, lejos de reprenderla, la acunaron en sus brazos como si fuera una niña pequeña, prometiéndole que pronto pasaría todo.

Aliccie sufría de vértigo, le bastaba ver una montaña rusa o algún juego mecánico que diera vueltas y ya comenzaba a sufrir. Ni siquiera podía subirse a un columpio porque comenzaba a sentir una punzada en el estómago y le faltaba el aire.

Afortunadamente fueron pocas horas de viaje y no hubo turbulencias.

Así que, cuando el avión tocó la pista, Aliccie comenzó a sentir alivio y ya en tierra, se prometió que nunca más en la vida volvería a subir a un aparato de esos, aunque eso significara que jamás pudiera volver a los Estados Unidos.

Aunque era verano, llovía en la ciudad y el cielo estaba muy oscuro, pese a que eran solo las cuatro de la tarde. Además el ambiente estaba húmedo. Muy diferente al cálido pero seco clima californiano al que estaban habituadas Aliccie y su mamá.

Así y todo, la ciudad les pareció hermosa, circulaba mucha gente por las calles corriendo debajo de los paraguas, y tratando de alcanzar taxis y buses de doble piso.

Muchas de esas personas eran turistas que llegaban desde Heathrow* para dirigirse a los diferentes y múltiples hoteles de la ciudad y luego a recorrer sus grandes atracciones turísticas, entre ellas, el palacio de la reina muggle. Eleazhar y su familia, fueron recibidos por un chofer contratado para su traslado desde el aeropuerto hasta el distrito de St Albans, que era donde se encontraba la residencia de sus padres.

Aliccie esta vez sí, pudo disfrutar del viaje, aunque este durara casi una hora. Era preferible, a volar en un avión.

La casona de los abuelos Zadi donde había crecido Eleazhar, era tan bonita como la que habían habitado en Pasadena.

Era una de las construcciones más antiguas de la ciudad, contrastando con la mayoría de las casas circundantes, que eran construcciones más modernas. Así y todo, su fachada y el impresionante jardín de la entrada, donde crecían unos magníficos rosales y jazmines, la convertían en la casa más atractiva del lugar. Además se encontraba en una calle apartada, por la cual solían pasar solo los vehículos de los vecinos muggles y cada tanto, alguno que otro taxi.

Por dentro, la cosa era muy distinta. La sala era espaciosa y tenía a un costado una larga escalera en forma de caracol, que llevaba al piso superior y en otro a lo que debía de ser la cocina. Al fondo, una puerta de doble hoja conducía a otra sala, que permanecía a oscuras.

En contraste al inmenso calor del exterior y la humedad provocada por la lluvia, el lugar era fresco pese a no tener ventiladores ni equipos de aire acondicionado. En lugar de electricidad estaba alumbrado por velas apostadas en sendos candelabros que ocupaban una serie de aparadores ubicados estratégica mente en los cuatro puntos de la sala y dos enormes arañas que pendían del techo.

Era una auténtica casa de magos.

La abuela los recibió con un abrazo interminable, sobre todo a Aliccie quien, ni bien la vio, corrió hacia ella.

En ese lugar estaban también la tía Emilse y su prima Angelie, quien se había recibido de profesora de Historia de la Magia y de enfermera. Y trabajaba en esta última profesión desde hacía un año en San Mungo, el hospital para enfermedades mágicas.

Angelie visitaba diariamente a su abuelo, pese a que este solo aceptaba los tratamientos de los doctores muggles y que tenía un esposo a quién atender.

Siete Años en Hogwarts.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora