Siete Años en Hogwarts.

Los años del horror

Mientras tanto, en Inglaterra, el señor tenebroso, con su loca y peligrosa idea de eliminar a los muggles, había comenzado una campaña de exterminación.

Sus aliados, los mortífagos, se encargaban de reclutar adeptos entre las familias de sangre pura, algunos bajo amenaza, otros mediante la maldición Imperius.

También habían acabado con la vida de muchos magos y hechiceras ante la negativa de estos a unirse a la causa y ser considerados traidores a la sangre. Por esa razón, muchos habían huido a lugares alejados protegiéndose veces sin éxito, bajo el encantamiento fidelius.

Otros, algo más afortunados, habían emigrado a otras tierras. Tal la razón por la que la familia de Eleazhar, se había quedado en Norteamérica a pesar de que el verano se había ido hace tiempo. Solo las primas de Aliccie y Cynthia, a excepción de una de ellas continuaban viviendo en su país natal, bajo la protección de Dumbledore en Hogwarts.

Wladimir le había insistido muchas veces a su hijo, que le confesara su secreto a su esposa. No era justo que ella viviera engañada no sabiendo quien era realmente el hombre con el que se había casado.

Sin embargo Eleazhar se había mantenido firme en su postura de ocultarlo para siempre.

¿Qué sentido tenía decirle que era un mago, si ni siquiera tenía poderes como probar que era verdad lo que estaba diciendo?

Cecilia había notado en muchas ocasiones que su esposo conversaba con los integrantes de su familia a escondidas, cambiando de tema cuando ella se acercaba, pero pensaba que, tratándose de asuntos familiares, a ella no le concernían. Jamás en su vida, habría pasado por su cabeza lo que realmente estaba ocurriendo a su alrededor.

Hasta que una tarde, a mediados del verano de 1981, llegó ante la puerta de la residencia Zadi, un extraño hombre de cabello blanco una barba larga del mismo color, con unos curiosos anteojos con forma de medialuna y vestido con un elegante, aunque anticuado traje.

A quien lo hubiera visto, solo se le ocurriría pensar que se trataba de otro señor inglés, como muchos que transitaban por aquella hermosa y alegre casa de Pasadena.