Malos recuerdos

435 31 27
                                    

Querido diario: Antes de guardarte en mi bolso y marcharme a Kings Cross quiero darte dos noticias, una muy buena y otra desagradable.

Anoche en la cena de despedida que hicieron los señores Davies para Roger y para mi, Cynthia y Jeremy anunciaron que están "embarazados".

Fue un momento muy feliz y también emotivo. Es la primera vez que veo a cuatro adultos llorar de felicidad.

Mi hermana me miraba con culpa, como queriendo que no la reprochara por haber hecho algo indebido y me hizo sentir muy mal. La verdad es que me comporté como idiota con ella al comienzo de las vacaciones, pero lo cierto es que estoy feliz de tener un sobrino.

Y no es porque no quiera a las hijas de mis primas. Al contrario, las amo cada vez más, sobre todo a Paula que me insiste en que le repita una y otra vez el cuento de Rabbitty Rabbitty.

Pero la idea de convertirme en una tía, de verdad, me hace tan feliz como a mis papás el saber que serán abuelos.

Lo malo fue que en medio del entusiasmo y la algarabía, el imbécil de Roger se aprovechó de la confusión y me besó nuevamente. Y después se disculpó, diciendo que fue por la emoción del momento.

Yo le advertí que la próxima vez que se "emocionara" de esa manera, le daría un golpe en su nariz perfecta, hasta deformarla.

No sé porque piensa que, por ser amable con él, o porque Mary lo mandó a volar, tiene derecho a tomarse esas atribuciones conmigo.

De todas maneras, le dejé bien en claro que no me gusta, que nunca sentiré nada por él, más que amistad. Y que si sigue con esas actitudes ya ni siquiera eso tendrá de mi parte, y hasta olvidaré que estamos emparentados.

Te dejo porque está llegando el taxi que nos llevará a la estación de trenes. Esta vez   me acompañarán Cynthia y Jeremy, para luego irse al Ministerio y a San Mungo, por medio de aparición. 

Le dije a mi hermana que, como no tengo permiso de usar el auto de la abuela hasta diciembre, podía quedárselo, pero tiene miedo de dormirse al volante.

Nos vemos en Hogwarts.

SEXTO AÑO


  El tráfico en el centro de Londres estaba peor que nunca, y como no había modo de conseguir estacionamiento, Jeremy optó por quitar el baúl de Aliccie del portaequipaje del taxi, y cargarlo las dos cuadras que los separaban de la estación, hasta que consiguió un carrito que le permitió deslizarlo sin más esfuerzo hasta el interior del atestado edificio.

Debieron tener paciencia para adentrarse en el andén nueve y tres cuartos, pues en ese momento un grupo de personas descendía de un hermoso tren amarillo de alta velocidad en la plataforma muggle, y todas las miradas estaban concentradas en el grupo de jóvenes que cargaban enormes baúles y jaulas con pájaros poco habituales.

Aliccie divisó, casi llegando a la muralla que separaba el andén nueve del diez, varias cabezas de pelo rojizo, adivinando de inmediato que se trataba de la familia Weasley. En cambio, algunos pasos detrás, descubrió que se acercaban los Malfoy, con la madre del odioso Draco a la cabeza.

Ni siquiera se molestaban en usar atuendos muggles para despistar a la gente común, orgullosos de su condición. Aunque para ellos, los tres engreídos debían parecerles como recién salidos de una función de ópera.

Era temprano aun, y luego de despedirse de su hermana y su cuñado, que había instalado sus pertenecías en el primer vagón, se quedó charlando un momento con los gemelos, mientras el señor Weasley acomodaba el baúl de sus hijos menores, y también el de Harry Potter y Hermione, que habían llegado juntos, provenientes del Caldero Chorreante.

Siete Años en Hogwarts.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora