Cumpleaños, navidad y una dolorosa despedida.

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A la mañana siguiente, Aliccie abrió sus regalos, que eran muchos, en realidad, la mayoría de los que había en el arbolito. Era la ventaja de cumplir años el mismo día de navidad.

Recibió una muñeca con forma de bebé que se mecía en su propia cuna cuando le quitaban el chupón, un auto a baterías para dar pequeños paseos en el antejardín de su casa, un abrigo para salir en los días más fríos del invierno, una réplica de la princesa Aurora ,algunos vestidos y zapatos para su muñeca , varios libros para colorear , con sus crayones incluidos, un cubo Rubik ( este era un regalo de su abuelo materno que, sostenía que si la niña era tan lista como todos decían y solía concentrarse tanto cuando quería aprender alguna cosa, bien podría resolver aquel cubo-acertijo aunque solo cumpliera cinco años) y por último aunque no por eso menos importante, un libro de cuentos.

Lo que hacía diferente este regalo de los demás, era que éste se lo había traído su hermana desde Inglaterra, y aunque la pequeña aún no sabía leer, adivinó de qué se trataba al ver los dibujos que había impresos en la tapa.

Aliccie dio un gritito de alegría y corrió a mostrárselo a su abuelo que sonrió complacido. Durante mucho tiempo, había relatado los cuentos que allí aparecían a sus nietas norteamericanas, haciéndoles creer que eran cuentos de su autoría. Ahora que las niñas conocían su origen mágico, Cynthia había descubierto aquel libro en una tienda del callejón Diagon. Le había llamado la atención el nombre de aquel libro y sus primas le habían revelado que aquel ejemplar contenía las historias que su abuelo les relataba a ella y a su hermanita y que pertenecían a un escritor mágico. El título de dicho libro era "Los Cuentos de Beedle el Bardo". Cynthia le había preguntado a la joven que las había acompañado a hacer las compras para su nueva escuela, si existía la posibilidad de adquirir aquel libro, ya que sabía que a su hermanita le iba a encantar, y la mujer, le contestó que sí. Que poseía suficiente cantidad de dinero mágico para adquirirlo.

Así que, sin más, se hizo de aquel tesoro y lo conservó en su poder, hasta el momento en que pudiera hacérselo llegar a su pequeña hermanita, a quién había comenzado a extrañar desde el momento en que el avión había despegado desde Los Ángeles.

Lo cierto es que la relación que ella y su hermana tenían, era algo diferente a la del resto de los chicos de su edad a quienes conocía. Sus amigos de la escuela muggle, siempre se quejaban de lo entrometidos que podían ser sus hermanitos pequeños, o lo fastidiosos que llegaban a ser los mayores, no había uno solo que no tuviera una queja al respecto.

Cynthia en cambio, amaba a su hermanita. Había nacido cuando ella estaba por cumplir siete años, sus padres le habían asegurado que era su regalo de navidad y cumpleaños adelantado. La primera vez que la había visto, había quedado maravillada, era una bebé de piel muy rosada, con unos ojos grises muy grandes y que parecían mirar atentamente a quien le dirigiera unas palabras, su carita era graciosa y su boca parecía tener siempre el rictus de una sonrisa, sus padres habían demostrado tener suficiente confianza en ella como para poder cargarla sin temor a que la dejara caer, después de todo, ella era una mujercita y podía con esa responsabilidad.

La bebita que, dormía de noche, dejando descansar a sus padres y solo lloraba para demandar alimento y cuidados, pasó a ser su compañera de habitación. Y desde entonces Cynthia se dormía observándola y hablándole en forma cariñosa porque, estaba convencida de que la pequeñita entendía todo lo que ella le decía.

-Es tu imaginación- le había dicho su mamá en una oportunidad-es demasiado pequeña para entender. Aliccie comprende que te estás dirigiendo a ella, pero no puede entenderte-

-De todas maneras, no dejes de hablarle y cantarle- le dijo su abuela una vez- Aunque no pueda comprenderte, sabe cuánto la quieres- Y eso había sido suficiente para alentarla.

Cuando su hermanita ya podía sentarse sola en su cuna, ella le prestaba sus juguetes, le explicaba qué función cumplía cada uno y la encomiaba cada vez que veía un logro en aquella niñita que la escuchaba atentamente y le sonreía. Y como Aliccie había comenzado a caminar a la edad de diez meses, Cynthia se encargaba de vigilarla, para evitar, a veces sin mucho éxito, que tuviera alguna caída accidental.

Por eso había sido tan dura la separación entre ellas, y por eso, al ver aquel libro de cuentos en la vidriera de la tienda del callejón mágico , su primer pensamiento había sido para su hermanita, rubia como un rayo de sol, con sus ojos de mirada azul y semblante curioso, que no había dicho una sola palabra hasta tener cumplido los tres años, pero que se hacía entender muy bien.

Desgraciadamente, la semana de vacaciones navideñas se fue demasiado pronto. Y para tristeza de Aliccie, el verano también.

Dos semanas antes del primero de septiembre, tanto los abuelos como los tíos y las primas, se preparaban para volver a Londres y quedarse allí definitivamente. Fue una despedida muy triste. Aliccie lloraba desconsolada en brazos de su abuelo quien trataba de convencerla de que el tiempo pasaba demasiado pronto y que, el verano siguiente estarían de regreso, él y la abuela Rose. La pequeña se había criado cerca de su familia inglesa y tenía contacto con ella desde que recordaba.

Con Cecilia pasaba otro tanto. Tenía una relación sumamente estrecha con su familia política. Era amiga de sus cuñadas, pese a la diferencia de edad que había entre ellas y a pesar de lo diferentes que eran estas. Sus suegros la consideraban una hija más. Y ella veía en esa pareja que parecía vivir un eterno romance: a Rose, como si fuera su madre ,ya que a la suya la había perdido por culpa de una terrible enfermedad cuando solo contaba con quince años, y a Wladimir como un padre, puesto que al suyo, lo veía con poca frecuencia.

También tenía a su hermano Alejandro, pero este, se había marchado a Australia cuando el padre de ambos, se había vuelto a casar con una mujer que no era del agrado del muchacho y nunca más había regresado a Norteamérica, aunque mantenía un pequeño contacto con él, vía telefónica y por correo.

De modo que Cecilia, podía decir sin temor a equivocarse, que era una integrante más de la familia Zadi y que para ellos la muchachita norteamericana que había conquistado el corazón de su hermano Eleazhar, era lo mejor que les había pasado en la vida.

La separación sería muy dolorosa, no obstante, desde que los jóvenes se habían casado, la familia pasaba cada verano en California, y no tenía la menor intención de dejar de hacerlo.

Así que, por lo siguientes años. Los Zadi en pleno regresaban a Pasadena ni bien terminaban las clases y se quedaban hasta fines de agosto. Y los abuelos hacían otro tanto cada navidad, para llevar de paso a Cynthia, para que pasara esa semana de vacaciones al lado de los suyos.

Todo eso hasta que, en la primavera de 1984, el abuelo Wladimir fue acosado con una dolorosa enfermedad, que no le permitió ya, hacer viajes largos.


Siete Años en Hogwarts.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora