Legeremancia

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La mente de Aliccie era como un muro, infranqueable.

Snape supo entonces que Dumbledore no se equivocaba al sospechar que sus poderes se habían manifestado ya, y que por una lógica razón deseaba mantenerlos ocultos. Tal vez para experimentar un poco con la mente de sus amigos. O tal vez para averiguar hasta donde llegaba su potencial.

No obstante, no había evidencia de que usara legeremancia. Pero era imposible ignorar que solo una mente muy poderosa, más aun en estado de vulnerabilidad como en el que Aliccie se encontraba en ese momento, con casi cuarenta y tres grados de fiebre, pudiera mantener esa resistencia. Sobre todo sin quien la escrutaba era Snape. El legerémano más poderoso del Reino Unido. Tan poderoso, que ninguna mente, por muy bien entrenada que estuviera, quedaba infranqueable ante él.

— ¡LEGEREMET! –repitió, sin resultado. Aliccie comenzaba a gemir, como si percibiera el intento de violación a la privacidad de su mente. Sintió un ligero remordimiento, como si en lugar de intentar abrir la mente de su alumna, le estuviera abriendo una herida. Y en parte lo hacía.

— ¿Qué sucede, profesor? —Preguntó Mc Gonagall — ¿Qué es lo que ve?

—Son imágenes muy difusas—-mintió Snape. No podía develar el secreto de Aliccie. No podía decirle que la joven, aun en su estado lamentable, estaba usando oclumancia, como si hubiera sido entrenada rigurosamente, por el mejor mago del mundo. No sin el consentimiento de Dumbledore.

La noche del pasado San Valentín, luego del regreso de Aliccie y de esa reunión en donde ella le había develado conocer su origen y parentesco con Voldemort, el anciano director había comisionado a Snape a vigilarla en cada oportunidad que se le presentara.

—La joven alega que sus poderes no se han manifestado aun—señaló Dumbledore en aquella ocasión—Pero creo que está mintiendo.

— ¿Y por qué razón piensa que haría algo así?—-quiso saber el sorprendido profesor.

—Tal vez porque desee incursionar su potencial antes de que deba desprenderse de él.

— ¿Y por qué habría de hacerlo?— insistió Snape -¿Por qué habría de desprenderse de tan magnífico don?

—No hagas preguntas que no puedo responder—ordenó Dumbledore— .Solo puedo decirte que la legeremancia en manos de Aliccie Zadi, podría ser un arma peligrosa, tanto para ella como para los que la rodean.

—Pero ella ha manifestado su intención de convertirse en auror—insistió Snape, sorprendido ante a revelación del director —. Y esos poderes le serían de gran utilidad.

—Tengo muchas dudas acerca de esa determinación contradijo Dumbledore—. Aliccie es una joven sensible, de buen carácter y muy altruista. Pero las razones que expone para tomar ese camino no tienen que ver con una vocación, sino con un deseo de venganza.

— ¿Venganza? ¿Venganza contra quién?

—Contra algo que considera una injusticia— respondió Dumbledore, con seriedad — Por eso creo que sus poderes no deben alcanzar una magnitud que la lleve a descubrir secretos que podrían atentar contra la seguridad de muchas personas.

— ¿Y qué es lo que pretende que yo haga al respecto?— inquirió Snape, intrigado.

—Que la vigiles clase a clase— respondió Dumbledore—. Que prestes atención cuando veas que concentra su interés en alguien en especia. Pero por sobre todo, que continúes fomentando su entusiasmo en la preparación de brebajes. Aprovecha esa extraña afinidad que siente hacia ti y gánate su confianza. Y en cuanto descubras el más leve indicio de sus dones, me pones sobre aviso.

Siete Años en Hogwarts.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora