Billie Holiday

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Me paso todo el tiempo amando a personas, echándolas de menos, sintiendo por distintas personas, aunque siempre haya una que más..., me enamoro de personalidades e interiores. Cuando pierdo a esas personas, me lleno de nostalgia, recuerdos que fueron efímeros y demás. 
Estaba pensando en mis cosas, y no he podido evitar pensar en ella.

Vaya gitana, que no ha vuelto ni en octubre. Pero no pasa nada, esta vez no te espero. He aprendido a vivir contigo dentro, en mi cabeza, en mi corazón, en mi sangre. 
Me hiciste templar... En cada foto de tu tripa, en cada respiración agitada, en tu ropa interior. 
Me hiciste llorar, como la que más. Desesperé y desapareciste. Mi única debilidad. Todavía sigo soñando.
Las calles recorridas, con el sonido de tus tacones -aunque fueras una piernas largas-. Las noches seguidas escuchando Elvis, o a Cohen. Realmente, te echo de menos. Hacía mucho que no te escribía, pero ya toca. Yo me acuerdo de tus manos largas y uñas pintadas, tus anillos de plata, tus aros pequeños -de tus aros grandes, para jugar conmigo-. Me acuerdo también de tu ombligo, tu espalda fina y delicada -apenas podía rozarte, pensaba que ibas a romperte.- 
Bailábamos siempre que podíamos, aunque aquella vez fue espectacular, hicimos de una canción un mundo, y de ese mundo, me hiciste a mí. Tu carita angelical, tus garras demoniacas y tus fuerzas sufribles. Me cantabas para dormir, me cogías de la mano y te recostabas en mí. Tu pelo, que parecía de oro, tus rizos al despertar y tu pelo liso para cenar. Qué descontrol, qué de sexo, qué insaciables. 
Tu cuerpo, mi pecado capital. 
Tú, mi perfección.
Todos los minutos perdidos contigo han merecido la pena. 
Estarías orgullosa de mí, me has enseñado mucho. 
Me hice fría y distante, porque solo podía estar pendiente de tu culito en mis caderas. 
No puedo evitar escribir esto y llorar, realmente te echo de menos. 
No eres constante, pues ya me he acostumbrado a que no formes parte de esta galaxia, pero si sales a la luz, si mi mente te piensa, me atrapo en mí y, créeme, me iría a las estrellas por ti. 

Pero no eres nadie, no existes, no me conoces -aunque lo hiciste-, no te imaginas mi nombre, ni mi cara, ni mi voz. 

Yo recuerdo que tú eras Lolita y yo era tu Humbert, y venías con inteligencia a mis piernas, pidiendo guerra, caprichos, rosas y besos largos. 
Después tú eras Humbert y yo era Lolita, tú me amabas por ser caprichosa y astuta, justo como tú eras. 

Me amabas porque te atraía a tu infancia de nuevo, te hacía sentir joven, hacía que te alejaras de toda esa mierda de vida de adulta que llevabas y pasabas a ser tú, la niñita pícara que siempre has sido, con una inocencia artificial, porque te encanta que te perturben. 
Yo sé que, en parte, ese era el mayor motivo por el que no te ibas: la libertad juvenil que yo te daba. 
Vivíamos -a veces, otras nos tirábamos al sofá y a ver quién nos movía (ya te digo yo que sí se movía, en verdad nunca paraba, solo cuando dormía)- rápido, libres, jóvenes y salvajes. Hasta conocí a tu amigo. No me importaría que, únicamente, ese fuera el motivo por el que estabas. Si fuera así, estaría encantada, yo te daba tu libertad personal, y no necesitabas hacer de más para salir de tu bucle. 

Que no pasa nada, que estoy aprendiendo a que no duelas tanto al recordar, que he asimilado que has sido un período tan bonito en mi vida que jamás podré volver a repetirlo. 
Sigues siendo mi debilidad, sigo dejándolo todo si volvieras, a pesar de saber -como las primeras y últimas tres veces- que arriesgo todo y podría perderlo. 

Mi mujer fatal, nunca te vayas de mi corazón, no quiero olvidarte jamás. 

Yo sigo queriéndote en las sombras, y sé que tú, estás. 



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