Parte 8

1.8K 126 23
                                    

Cruzó la avenida a pesar del insoportable tráfico a esa hora de la mañana. Apenas había logrado dormir un par horas, estaba irritado todo por culpa de Sarah que seguía sin responder los mensajes que le había enviado desde muy temprano.

Caminó en círculos durante unos minutos buscando el mejor ángulo, y cuando por fin lo encontró se sentó en el suelo de cemento. Tomó las cosas de su mochila y comenzó a dibujar los primeros trazos del Monumentos a la Revolución. La noche anterior después de despedirse de Claudia condujo hasta el departamento de Sarah, llegó a su puerta, pero no se atrevió a tocar.

Iban a dar las once de la mañana cuando su teléfono comenzó a timbrar, soltó el lápiz para tomarlo esperando que fuera ella, pero con desilusión tomó aquella llamada.

─Claudia.

─Te estuve esperando, habíamos quedado en desayunar juntos.

─Mierda tienes razón. Lo siento, lo olvide por completo, pero te lo voy a compensar.

─Fui a tu salón y no te encontré ¿Dónde estás?

─En la Plaza de la República.

─¿Qué haces allí?

─Dibujando el Monumento a la Revolución ─intentó tomar el lápiz, pero este se le resbaló de las dedos, sin saber de dónde había salido una pequeña niña corrió tras de él y se lo devolvió. Una mujer levantó en brazos a la pequeña, y cuando volteo vio a la gente a su alrededor, tal vez eran diez. El corazón casi se le sale de la vergüenza─. Te te veo luego ─fue lo último antes de colgar.

Se quedó inmóvil y en silencio, era difícil dibujar con todas esas miradas allí.

Una hora más tarde abrió el estuche de colores, fue sacando uno a uno los que iba a utilizar. Deslizó el gris claro suavemente sobre el papel, un instante Sarah apareció en su mente, quería escuchar su voz y besarla.

─¿Sabes? tienes talento ─escuchó decir a una mujer que se encontraba a sus espaldas.

─Me lo han dicho ─no quería sonar arrogante.

─¿Cómo te llamas?

─Bruno.

─Yo me llamo, Griselda ─gris estaba utilizando ese color, sonrió por la ironía─. Trabajo en el Instituto Nacional de Bellas Artes y doy clases en el La Escuela de Pintura, Escultura y Grabado.

Bruno detuvo su mano. Su sueño esto era alguna casualidad. Esa era la gran escuela de todo artista. Por un momento se sintió dichoso de que alguien de esa lugar tan importante lo estuviera observando.

─Lo siento, pero solo dibujo por gusto.

─Las inscripciones ya pasaron, pero puedo ayudarte a entrar.

─Le dije que dibujo por gusto.

─No me parece que sea cierto, tus manos dicen otra cosa. Te falta mejorar tu técnica dejas mucho que desear, pero admito que tienes la capacidad, tengo alumnos sin talento.

¿Eso era un halago? Pensó Bruno.

La mujer se sentó a su lado y la pequeña niña entre sus piernas.

─Creo que deberías pasar el gris por aquí ─apuntó uno de los pilares del monumento─. Ves, aun le hace falta algo de sombra. Utiliza un poco de negro también, pero deslizado con suavidad, con mucha calma.

─Si mucha calma ─repitió la niña.

─Gina, guarda silencio. Discúlpala.

─No se preocupe ¿es su hija?

A pesar del tiempo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora