Parte 66

962 59 2
                                    

No era tarea fácil convencer a todas esas personas. La seguridad se le escapaba de las manos. Piso el suelo mojada al bajar del caballo, la noche anterior había llovido.

─Por favor, les pido que confíen en mí. Voy a salvar estas tierras, es una promesa ─en sus miradas estaba la respuesta, no confiaban en su palabra─. Háganlo por mi abuelo.

─No se puede hacer nada, estas tierras están perdidas ─escuchó decir a uno de los jornaleros.

─No. Son mis tierras, y no se las pienso entregar a nadie.

─Muchos estamos pasando hambre, pena y nuestros hijos son los más vulnerables. Por favor, venda la tierra, se lo pedimos por ellos.

Bruno miraba el rostro de aquellos niños, sentía impotencia por no poder ayudarlos en ese preciso momento.

La multitud se fue al poco tiempo. La vergüenza hacia sí mismo lo estaba acribillando lentamente.

Subió al caballo y regresó hacia la hacienda, Cándida le ofreció un plato de comida, pero Bruno lo rechazó. Se encerró en la habitación, encontró el teléfono sobre la mesita, tenía varias llamadas perdidas de Sarah, desde el día en que se marchó le era imposible comunicarse, no paraba de ir de pueblo en pueblo buscando a aquellos jornaleros que servían a su abuelo y que por la falta de dinero para pagarles tuvieron que ser despedidos. Estaba hecho polvo y el cansancio le cobraba la factura, se recostó en la cama y se quedó dormido hasta que Anna llamó a su puerta.

─¿Cómo salió todo?

─Hoy tampoco tengo buenas noticias.

─Me he comunicado con tu padre, la próxima semana debemos estar en la empresa.

─Vaya algo bueno.

─No pareces muy animado que digamos.

─Ya pasó una semana una semana y yo no he podido hacer absolutamente nada.

─Bruno ─intentó acercarse, pero la apartó─. Tranquilo. Esas personas están asustadas.

─¿Asustadas?

─Creo que tienen miedo de confiar en alguien como tú, admitámoslo, somos jóvenes ¿quién les hace caso a los jóvenes hoy en día? Tu idea es buena, pero tienen miedo de la inexperiencia. Demuestra que sabes, que puedes, descansa estos días, después de la junta tienes que regresar más fuerte y decirles iniciemos este proyecto juntos, no lo hagan por mí, háganlo por sus hijos

─Dios, que discurso más hostil.

─Pero entiendes el mensaje. Come algo, y descansa estás muy estresado.

─Eso hare.

─Por cierto, Sarah me ha llamado, está preocupada.

─¿Qué hora es?

─Las nueve y media.

─Ha esta hora ya debe estar dormida.

─No si está preocupada, seguramente esta con las manos en el teléfono esperando una respuesta de tu existencia.

─Está bien, ya entendí.

Mientras la llamada entraba comenzó a caminar por el camino de gravilla suelta. De nuevo marcó, pero no contestaba. Una vez más sin ninguna respuesta.

─Bruno, la cena está servida.

─Gracias Cándida, en un momento voy.

Estaba por entrar, pero un auto se detuvo en la entrada. La puerta se abrió y un hombre salió. Vestía de traje negro, era alto de ojos profundos.

─Buenas noches ─su voz era firme.

Bruno se acercó a la verja de metal para mirarlo de cerca.

─¿Quién es usted?

─Se dice que están vendiendo estas tierras. Yo te las compraré.

Bruno frunció el ceño, mientras sentía unas ganas de romperle la cara.

─Para que lo sepa no están en venta. Suba a su auto y regrese por donde vino.

─¿Cuánto quieres? Por el precio.

─Ya le dije que no están en venta.

─Deja de ser obstinado.

─Escuche no se quien sea usted, pero mejor lárguese. No las pienso vender nunca.

─Mi oferta expira la próxima semana, necesitas mucho dinero para salvar tus tierras. El pueblo es pequeño, uno se entera de todo.

Bruno apretó sus puños.

Aquel hombre se dio la vuelta y subió a su auto.

*****

La llamada de Bruno le había caído de maravilla, era una bonita manera de comenzar su día. Antes de salir del departamento le echó una última mirada a ese cuadro.

Una vez en la secundaria, comenzó a impartir su clase. En su hora de comida intercambió mensajes con Bruno hasta que por desgracia llegó Jesús. De nueva cuenta la invitó a salir, ella respondió como todas esa veces. NO.

Pero a quien si le aceptó la invitación fue a Miriam. Después de clases se reunió con ella en un pequeño restaurant cualquiera.

─Solía venir con mi papá a este lugar.

─Te trae recuerdos, hija.

─Si, Miriam, muchos.

─Mi papá siempre ordenaba una hamburguesa con tocino.

─¿Y tú?

─Siempre ordeno chilaquiles.

La joven mesera se acercó para tomar su orden. Sarah no dudo en pedir chilaquiles.

─¿Y usted, señora?

La mirada de Miriam la recorrió.

─Yo, quiero una hamburguesa con tocino.

─Enseguida.

Sarah comprendió el intento de Miriam por conocerla. Conversaron todo el tiempo incluso después de la comida. Esa mujer era una gran madre. Siempre que hablaba de sus hijos se le iluminaban los ojos.

─Gracias por invitarme.

─No, gracias a ti por aceptar.

Se despidieron con un beso y un abrazo.

Por la noche intercambió mensajes con Bruno. Estaba muy preocupada, sin lugar a dudas el comprador potencial había llegado.

A pesar del tiempo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora