Parte 54

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Las chicas se habían encerrado en su habitación junto con Sarah, Alejandro y Gaspar permanecieron con él afuera, conversaban sobre sus planes a futuro y otras cosas de interés.

─No sabía lo de Margaret, lo siento mucho ─dijo Gaspar.

─Espero que este bien ─Bruno aún mantenía la esperanza.

─Bruno, me da gusto que tú y la profesora estén juntos de nuevo ¿qué opinan tus padres?

─Veras, Alex, mi papá está encantado con ella, mamá ella aún no está del todo segura, pero confió en que todo saldrá bien. No pienso dejar a Sarah. Lo es todo para mí.

─Hemos cambiado todos ─Gaspar se acomodó en el sofá─. Antes no te entendía pensaba que tan solo era un gusto tuyo, y que solo querías a tu profesora para, bueno ya sabes.

─Pues ya ves lo equivocado que estabas. Creo que las chicas se están tardando demasiado.

─Seguramente estarán hablando de ti.

─¿De mí? ─dijo Bruno.

─Ellas querrán saber todo entre ustedes ─Alejandro encogió los hombros.

El BMW X6 de su padre era muy elegante y por supuesto, cómodo. Bastaba con mirar a Sarah, quien dormía con mucha tranquilidad.

─Sarah qué bonito nombre tienes ─dijo en voz baja─. Te amo. Aún no sé cómo te lo diré, pero lo haré. Debes saber que ya eres parte de mí, tienes ese lugar en mi corazón, y allí te quedarás por siempre. Sabes, que bueno que te di aquel beso en el salón de clases, si, lo recuerdo perfectamente, fue impulsivo e inocente, pero tenía que hacerlo.

Condujo por horas y no se detuvo hasta tomar una desviación en el GPS, no olvidaba aquel camino de tierra, árboles y un rotundo silencio. Era como si nada hubiese cambiado desde su última visita. Condujo lentamente mirando los cafetales que rodeaban la zona, a lo lejos se apreciaban a los trabajadores regresar de un arduo día; en sus vacaciones siempre venía a este lugar, ayudaba en la recolección de café o en el riego de las plantas. La vida en la zona era difícil, aunque en ese entonces era un simple niño que le gustaba jugar a las escondidas con los hijos de los jornaleros de su abuelo.

Respiro aquella dulce fragancia en el aire. Limpio y puro. Los recuerdos de aquel día triste volvieron, tenía ganas de llorar, recordar a su abuelo y su ausencia aún le dolían.

Continuo hasta llegar a la reja de metal. Bajo de la camioneta y la abrió. La fortaleza de su abuelo lucía esplendorosa, era un roble que había resistido el paso de los años; pasto en todo su alrededor, la otra salida que daba hacia los cafetales de su abuelo y que esperaba que aun existieran, y por supuesto el establo.

Por inesperado que pareciera una mujer salió a recibirlos. Frunció el ceño molesto, se suponía que nadie podía habitarla.

─Bruno ─dijo aquella mujer sonriéndole─. Eres tú, mi pequeño.

─Se puede saber quién es usted.

─¿No te acuerdas de mí?

─No sé quién sea. Pero merezco una explicación.

─Soy Cándida.

─Yo no conozco ¿Cándida? ¡Eres tú!

─Pero mírate, ya eres todo un hombrecito. No te había visto en años ¿cómo has estado?

─Muy bien, perdóname no te había reconocido.

La mujer asomó la mirada al ver a Sarah quien aún seguía dormida.

─¿Y quién es ella? No es Carla.

─No, no lo es. Es mi novia ─la mujer alzó ambas cejas─. Se llama Sarah.

A pesar del tiempo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora